Foto: tomada de elnuevodia.com.co
Esta semana se cierra un largo y doloroso ciclo de 14 años: el del cautiverio de más de 600 miembros de la fuerza pública que fueron capturados por las Farc en diversos combates desde finales de los años 90, y cuyo regreso había sido imposible por la obstinación del presidente Álvaro Uribe, que se negó por ocho años a considerar una fórmula de canje –normal en cualquier conflicto-; y una absurda terquedad de la guerrilla que fue insensible al rechazo que este cautiverio tuvo en todo el país.
A quien le corresponde cerrar este ciclo es a Timoleón Jiménez, comandante actual de las FARC, quien asumió el mando en noviembre pasado, luego de la muerte de Alfonso Cano. Todo indica que Jiménez, además de ponerle fin al secuestro, tendrá la misión de conducir a las FARC hacia la búsqueda de un acuerdo que le ponga fin a la guerra y honrar con una salida política una larga historia de rebeldía, violencia y enormes dolores sufridos e infringidos, en una sociedad que de manera mayoritaria no respeta ni comprende este largo alzamiento.
Timoleón Jiménez fue durante muchos años el integrante más joven del secretariado, y el que más tiempo ha permanecido en este organismo de conducción de las FARC. Nacido en enero de 1959, en Calarcá, Quindío, en el seno de una familia modesta y de padre comunista, introvertido y lector desde joven, rápidamente se enroló en la juventud comunista. Corrían los años del gobierno de Alfonso López Michelsen y el joven Rodrigo Londoño Echeverri –su nombre de pila- hacía parte de la protesta y de una generación a la que un veterano militante comunista recuerda como “tan imaginativos y alegres, que no parecían comunistas”.
Con las liberaciones de los últimos soldados y policías comienza en firme la era de Timochenko al frente de las Farc. En sus manos está conducir a esta guerrilla hacia la solución política del conflicto.
Muy pronto de destacó en las filas de la Juco y esta misma organización lo envía a la escuela de cuadros en Moscú, un curso de seis meses que solía tener la ex Unión Soviética para estudiantes de todo el mundo, en la que se impartía formación de manual en marxismo.
A su regreso a Colombia a finales del año 79, las FARC era una pequeña guerrilla de no más de 500 combatientes que seguía en sus zonas históricas del sur del país, pero con interés de fortalecerse con jóvenes dirigentes. Los requerían para sus planes de expansión y en particular para crear un grupo de “ayudantías”: personas de total confianza que acompañaran a la dirección de las FARC en múltiples tareas.
El joven Rodrigo abandonó su natal Quindío y tomó rumbo hacia las selvas del Duda y el Guayabero en el Sur del Meta, a los llanos del Yarí, en Caquetá, donde había una importante fuerza guerrillera. Desde ese momento se convirtió en Timoleón Jiménez y se incorporó como combatiente. Le bastaron dos años para convertirse en comandante del frente, y entre las labores en las que se destacó fueron las de sanidad, por lo cual siempre se afirma que es médico, pero en realidad su habilidad e interés en el tema es empírica
Rápidamente ganó ascendencia en la tropa guerrillera. Un comunista que lo conoce desde finales de los 70 lo describe así: “temperamento reservado tendiendo a la timidez pero un hombre muy amable y decente, sin trazos autoritarios. Su formación básica es la de la Juventud Comunista del Quindío, por tanto posee los rudimentos y las formas de quienes se formaron en ella”.
Dos hechos reforzaron su cercanía con los veteranos dirigentes de las FARC: que provenía de una familia comunista, conocida además por Marulanda; y el haber sido relacionado por Miller Perdomo, un dirigente que hacía parte del pequeño núcleo que durante años mantuvo vivas las relaciones entre el Partido Comunista y las FARC.
Participó de la VII conferencia a finales de 1982, en la que esta guerrilla tomó la decisión de construir un ejército. En ese momento Jiménez tenía 23 años y a pesar de su juventud logró un lugar en el Estado Mayor. Quienes visitaron Casa Verde, la sede del secretariado durante el proceso con el presidente Betancur, recuerdan allí su presencia, aunque siempre silencioso y reservado.
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