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Hugo Chávez y Nicolás Maduro se conocieron cuando eran flacos. Corría 1992 y un muchacho de aspecto delgado, con más de dos metros de altura y apenas 30 años de edad, llegó a buscar al teniente coronel Hugo Rafael Chávez Frías a la cárcel del Yare. El militar había sido recluido un par de meses atrás luego de un intento golpista al gobierno del presidente Carlos Andrés Pérez. El comprometido joven, que ya dejaba ver un espeso bigote en su rostro, era miembro del Movimiento Bolivariano Revolucionario MBR-200, una agrupación respaldada por el teniente coronel.
El día de visita carcelaria, Maduro conoció a los dos pilares de su vida: al comandante con el que haría leyenda, quien lo llevaría a lo más alto de la cúspide política venezolana y, además, a la que sería su esposa, la caraqueña Cilia Flores. Según relatos de amigos cercanos, Cilia era la abogada de los militares, y por tal había iniciado una campaña para lograr el indulto de los golpistas. El día que Maduro la conoció, ella era la encargada de validar la entrada de las personas que se querían entrevistar con Chávez; al muchacho lo cautivó la elegancia y carácter de la mujer que de inmediato lo dejó flechado, sin importar que ella fuera nueve años mayor que él. Dos décadas después, la lealtad con el comandante la llevó a ser presidenta del Parlamento y hoy Procuradora General de la República.
Cilia y Nicolás venían de dos condiciones sociales totalmente opuestas. Ella de una familia de clase media acomodada y él de una familia sindicalista y de extracción humilde. Maduró creció en un barrio del sur de Caracas llamado El Valle, donde se contagió de los discursos marxistas de su padre. Igual que Chávez, en su adolescencia Nicolás era un fanático del béisbol y en el colegio llegó a ser el mejor tercera base de su generación. Pero los mítines de la izquierda lo deslumbrarían y sin pensar la rebeldía lo llevaría a emprender el camino de la política. A los 15 años fue elegido presidente estudiantil pero tras armar una gran movilización fue expulsado del liceo.
Durante aquellos meses se dedicó a ser bajista en una pueril banda de rock creada por él y bautizada Enigma. De manera clandestina colaboraba con las juventudes comunistas participando en tomas de barrios, pintando graffitis, pegando carteles y hasta tirando piedra en las protestas universitarias. Aunque se graduó de bachiller del liceo José Avalos, no ingresó a la universidad y más bien dedicó su tiempo a trabajar en lo que saliera. Un año después de inaugurado el metro de Caracas, se postuló al puesto de piloto pero su experiencia solo le alcanzó para ser chofer de los buses alimentadores de Metro-Caracas. No pasaron dos años y el flaco Maduro reunió a sus compañeros en el Nuevo Sindicato del Metro de Caracas (Sitrameca). Cuentan que desde aquella época tenía el don de armar peleas con la gerencia de la empresa y de ganar en la mesa conciliando en pro de los asalariados. El audaz joven aprovechaba su condición de sindicalista para no ir a trabajar y poder asistir a todo tipo de reuniones comunistas pero sus rivales de turno le cobraban su ausentismo suspendiendo parte de su salario y recalcándole que era el chofer que más buses chocaba por semana. Por aquellos días se acostumbró a vivir sin un bolívar en los bolsillos y a deber almuerzos en todos los restaurantes de buseteros.
La visita que el joven sindicalista de 30 años, le hizo al teniente Hugo Chávez a la cárcel del Yare donde estaba detenido por el fallido golpe de estado, le definió la suerte política a Nicolás Maduro. Ese mismo día conoció a Celia Flórez, su compañera y actual Procuradora de Venezuela.
A su vez el chofer se integró al Movimiento Bolivariano Revolucionario MBR-200, soporte de lo que sería el Movimiento Quinta República y que terminaría hoy en lo que es el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV). Liberado Chávez en 1993, los dos se veían esporádicamente en reuniones clandestinas: el encargo para el flaco Maduro era llevar el mensaje bolivariano a todas las comunidades que pudiera. La delgada figura de Nicolás y su representativo bigote lo convertiría en blanco fácil de la policía secreta de Caracas, la cual estaba encargada de mitigar cualquier resquicio agitador, tal vez por ello Maduro se vio obligado andar por las sombras entre 1996 y 1997. La carrera ya estaba en marcha, la campaña a la presidencia de 1998 tenía entre sus nombres a Hugo Chávez, aquel comandante que había construido su propio escenario político en la cuna popular de Venezuela. Mientras tanto en Caracas los encargados de dirigir la base eran los esposos Maduro Flores.
El domingo 6 de diciembre de 1998 Chávez salió elegido presidente de Venezuela con el 56 por ciento de los votos, haciendo un récord que no se veía hacia cuarenta años. En ese momento empezó la vertiginosa carrera política de Nicolás Maduro. Al año siguiente, el flaco fue apoyado por el comandante para ser miembro de la nueva Asamblea Constituyente donde presidió la Comisión de Participación Ciudadana, donde ayudó a impulsar la propia constitución de Chávez. Terminada la tarea fue elegido Diputado de la Asamblea Nacional, reelegido en 2005 hasta que Chávez lo llamó para que fuera su Ministro de Asuntos Exteriores. Por aquel entonces la amistad de Chávez y de Maduro no pasaba más allá que de hablar de política y de béisbol. Incluso algunos dicharacheros comenzaron a decir que el comandante había puesto a Maduro como Canciller para borrarlo de cualquier mapa electoral, pues el muchacho no se había graduado ni de la universidad.
Pero a los charlatanes no les salieron sus predicciones. El simpático Maduro inició una estrategia sin precedentes: entablar relaciones con todos los países opositores del “imperio” gringo. Empezó por la región abriendo las compuertas de un buque repleto de petrodólares para ayudar a los amigos Castro, Lula, Correa, Ortega y Morales. Así mismo, tras la posible embestida que se venía de los Estados Unidos al ver que el dinero del petróleo estaba impulsando una alianza bolivariana, como la llamaba Chávez, Maduro se fue más lejos y llegó con la chequera a comprar lo que vendiera Irán, Palestina, China, Rusia, Bielorrusia y Siria. Se dice que fue el gran puente para la amistad que se fraguó entre Hugo Chávez y el presidente de Irán, Mahmud Ahmadineyad. Con una connotación particular, el súper ministro de Relaciones para el Exterior solo habla español.
Nicolás se convirtió en la mano derecha del comandante. Al punto que se adaptó a un ritmo de trabajo incansable, donde solo se duerme cuatro horas. En los más íntimos detalles que el presidente contaba, detrás suyo estaba Maduro, quien ya sabía todo, eso sucedió en todas las etapas del cáncer. La inteligencia de los Estados Unidos advirtió el poder que comenzó a ejercer Maduro en el chavismo. Si bien Diosdado Cabello, por su perfil de exmilitar era el hombre preciso para suceder a Chávez en el poder, otra cosa pasaba por la cabeza de comandante. Mientras Diosdado le hablaba al oído a Chávez, Nicolás lo hacía en el corazón. “Es leal como un perro a Chávez. Se espera que Chávez proclame a Maduro como su sucesor” se leía en uno de los wikileaks sobre Venezuela.
La escuela que recibió Nicolás Maduro en todos estos años al lado de Chávez, se vio reflejada en muchos escenarios. Se le ha escuchado hablando fuerte contra los Estados Unidos, contra los opositores y hasta condujo por varias horas a lo Chávez un programa de televisión de discusión nacional. Sin fatiga, en octubre de 2012 volvió al pasado y se montó como chofer del bus de campaña de su comandante, mientras Hugo tiraba besos por la ventana, Nicolás tomaba por la cabrilla el rumbo político de Venezuela. Pasados estos veinte años: Nicolás Maduro con apenas 50 años, ya tiene un nieto, se rige espiritualmente bajo la religión del desaparecido gurú Sai Baba, se viste como Chávez, habla como Chávez, pero ya no está flaco como cuando conoció a Chávez.