Colombia, en los últimos años ha sido ejemplo en el tema del manejo de la seguridad, tanto rural como urbana. Se ha destacado por los éxitos en la lucha contra estructuras del narcotráfico, la reducción de cultivos de uso ilícito, que en una década cayeron en cerca del 50%; al menos internacionalmente se ha logrado proyectar una imagen de debilidad y prácticamente desmantelamiento de las grandes amenazas a la seguridad que vivía el país, con la supuesta desmovilización de diferentes estructuras paramilitares y con la expulsión de las guerrillas de los grandes centro de producción y comercialización del país. Así, Colombia se ha convertido en un modelo de seguridad, pues los indicares de violencia se han reducido notablemente.
Pero si bien el avance de Colombia es notorio en materia de seguridad, aun las autoridades no han logrado comprender las dinámicas contemporáneas de la ilegalidad y el crimen organizado. Esta situación es bastante similar en los diferentes países latinoamericanos y en general del tercer mundo.
Latinoamérica, debido a su tradición de existencia de grupos y estructura ilegales contra-estatales, ha leído habitualmente la seguridad por los indicadores de violencia. Así por ejemplo se piensa comúnmente que allí donde estos son altos, la situación de seguridad es precaria; y donde son bajos, la situación es bastante positiva. Se parte del principio que una vez se logra capturar o dar de baja a los líderes de diferentes organizaciones criminales, dicha organización desaparecerá o al menos se irá desmantelando. Por último, se cree que el gran problema es la pequeña delincuencia y toman este fenómeno como una situación marginal, que se combate con modificaciones al código penal y restricciones al comportamiento. Esto último conocido como el populismo punitivo, bastante de moda en toda la región.
En México la disputa entre los diferentes carteles del narcotráfico ha disparado la violencia en todo el país. Como lo escribió Mauricio García Villegas, poco a poco el narcotráfico mexicano aprenderá del colombiano.
Sin embargo, la realidad parece ser otra. Las actuales estructuras criminales en nada se parecen a las de hace una década, los grupos insurgentes tradicionales en la región, le han dado paso a complejas redes criminales que parecen ser inmunes a las operaciones que se desarrollan contra ellas. Igualmente las economías ilegales que afectan la región tienen dinámicas diferentes, pues mientras hace 20 años el tráfico de armas estaba concentrado en Estados, hoy lo manejan grandes mafias y estructuras criminales.
El crimen organizado a diferencia de los grupos insurgentes no genera violencia, ni es contra-estatal, la violencia solo se aplica para regular mercados o territorios, pero su uso indiscriminado es temporal y más bien es la excepción. Un buen ejemplo es Medellín, donde los homicidios se han reducido en algo más del 15% en los últimos meses, gracias a que Sebastián le ganó la guerra a Valenciano y por ende las disputas se terminaron. Pero la reducción del homicidio no necesariamente obedece a una consolidación de las instituciones estatales. Igual fue la Medellín de Don Berna.
De tal forma que no siempre la reducción del homicidio es un buen indicador. Se debe recordar que el crimen organizado no genera percepción de inseguridad, en cambio esta percepción es generada por la pequeña delincuencia o delitos menores.
Una excepción en la actualidad es México, donde la disputa entre los diferentes carteles del narcotráfico ha disparado la violencia en todo el país. Como lo escribió Mauricio García Villegas, poco a poco el narcotráfico mexicano aprenderá del colombiano y entenderá que al Estado no se le gana la guerra y que es mejor tenerlo de socio que disputarle su legitimidad. Hoy las organizaciones criminales, en lugar de aplicar la violencia generalizada, prefieren garantizar su supervivencia y las economías que los sostienen a partir de la corrupción e infiltración institucional.
Por otro lado, la diferencia entre pequeña delincuencia y crimen organizado es cada vez más borrosa. Esto porque las estructuras criminales prefieren subcontratar organizaciones de la delincuencia común u ordinaria, así como pequeñas bandas de jóvenes, lo lleva a las autoridades a creer que todo el problema es juvenil o una situación aislada. Pero la realidad es un poco más compleja. Los mejores ejemplo son Cali en Colombia y San Salvador. En esta última el Cartel de los Zetas ha comenzado a subcontratar las maras M18 y Salvatrucha.
Por último, la vieja tesis según la cual cortando la cabeza se neutraliza la organización criminal es cada vez menos cierta. Las grandes estructuras criminales le han dado paso a pequeñas organizaciones criminales que se articulan en red para operar en cualquier entorno. En Colombia los grandes Carteles de Medellín y Cali desaparecieron y en su lugar se crearon pequeñas estructuras mafiosas conocidas como traquetos. Es un proceso de descentralización y atomización de la criminalidad.
En el mundo contemporáneo el comercio y las relaciones entre estados han cambio, pero también lo han hecho las estructuras criminales que parecen más redes que estructuras jerárquicas. Estos cambios en el mundo criminal traen nuevas retos y los viejos indicadores para medirlos deben cambiar, así como debe ampliarse las estrategias de política pública para combatirlo. Aquellos que hoy cantan victoria por la reducción de algunos indicadores, parecen más ignorantes que agentes que comprenden la actual realidad del mundo criminal.
/ Ariel Ávila