Foto: archivo revista Cambio
El de Salazar no sería el único crimen contra los chanceros. Juan Carlos ‘el Tuso’ Sierra, narcotraficante y paramilitar extraditado, le dijo a la Corte Suprema de Justicia que “hay una empresa de chance en Medellín que se llama Gana (Grupo Antioqueño de Apuestas), ese ‘pool’ de apuestas Gana lo montaron fue desde La Oficina y el que no se alineó, lo mataron, alinear es aportar (plata), y al que le guste bien y al que no le guste se muere, y se murieron unos empresarios del chance. Quien manejaba eso por orden de Daniel es César o Cesarín; él está detenido”.
Gana tiene el monopolio de las apuestas en el departamento y tiene oficinas en los 125 municipios de Antioquia en las que ofrece servicios de giros de dinero, recargas a celular y suscripciones a periódicos. En las elecciones de 2007, esta empresa le aportó dinero a la campaña del conservador Luis Alfredo Ramos, quien resultó elegido para la Gobernación, cuyo período terminó en 2011.
La Oficina armó, pues, un andamio sólido soportado en su actividad ilegal (violencia y narcotráfico) y su influencia en la legalidad del Estado y, en la economía. Pero esa estructura del crimen, que parecía tener unos cimientos indestructibles se desestabilizó con la salida de “Berna”. Ninguno de los jefes que lo sucedieron logró el control supremo de La Oficina, hasta ahora.
Mientras negociaba en Ralito o estaba recluido en la cárcel en Colombia, ‘“Berna”’ manejaba los hilos del crimen organizado de Medellín a través de su más fiel escudero Carlos Mario Aguilar Echeverri, alias ‘Rogelio’, un agente retirado del CTI que desde los años noventa, cuando aún trabajaba para la Fiscalía, se vinculó a La Oficina.
Pero en julio 2008 “Rogelio” se entregó a la DEA y salió de la escena sin entregar hasta ahora ninguna información a las autoridades colombianas. Su lugar lo ocupó por pocos meses ‘Douglas’, un capo menor que fue capturado el 15 de abril de 2009 en Medellín y que está condenado por el secuestro de una comerciante barranquillera. Luego vendría Mauricio López Cardona, alias ‘Yiyo’, que en julio de ese mismo año se rindió ante las autoridades. A este lo seguiría Fabio León Vélez, alias ‘Nito’, otro aspirante a capo que fue asesinado dos meses después en una finca en Rionegro.
Valenciano entra en escena
Pero mientras la cúpula de La Oficina se derrumbaba, un capo de tercera generación empezaba a acaparar el poder criminal en Medellín: Maximiliano Bonilla, alias ‘Valenciano’. Desde finales de 2008 en el bajo mundo se daba por sentado que él sería el nuevo gran jefe. Como sicario, su hoja de vida es impresionante: a los 13 años mató por primera vez y en adelante nunca se desprendió de las armas. Es considerado un hijo adoptivo de ‘“Berna”’, quien lo acogió después de que su padre muriera, en la guerra contra Pablo Escobar. De hecho, ‘Valenciano’ y “Berna” fundaron juntos la banda La Terraza, una organización brutal en la guerra contra Escobar, primero, y que ejecutó grandes magnicidios por encargo de Carlos Castaño.
Valenciano estaba decidido a controlar la ciudad como fuera. Tenía dinero de sobra para ‘comprar nómina’, como se le dice en la jerga criminal al pago de policías que se dejan corromper. Su riqueza provenía de su habilidad como narcotraficante: era dueño de los corredores que atravesaban Antioquia desde el Bajo Cauca y Urabá hasta la Costa Caribe, pasando por Panamá, Honduras y Costa Rica. Además era temido como ningún otro. “Sus estructuras estaban conformadas principalmente por hombres curtidos en el arte de matar que reclutaban niños, que son como kamikazes cuando se les pone un arma. Van a matar con toda y sin miedo”, cuenta un investigador que siguió de cerca el pulso de La Oficina.