Foto: archivo Semana
Pero el hijo adoptivo de “Berna” olvidó una lección muy importante de su maestro. “Berna” tuvo muchos enemigos, hizo daño y armó auténticos ejércitos criminales, pero en aras de convertirse en un “actor político” emuló a las milicias guerrilleras que en las comunas periféricas de Medellín se vendían como una solución a los problemas de seguridad y de justicia de la comunidad, y así se ganó la lealtad de mucha gente.
‘Valenciano’, en cambio, terminó convirtiéndose en el mayor problema de las zonas donde sus hombres quisieron asentarse. No entendió que la ciudad, a pesar de estar permeada por el control social de la mafia, no quería revivir la sangrienta época de Escobar. “Nadie entiende cuál es el interés de ‘Valenciano’ en Medellín. Si ya tiene rutas de narcotráfico, que se dedique al negocio de la droga, pero quiere ser el dueño de la ciudad para ponerla en su ‘egoteca’”, decía en su momento uno de sus competidores y adversarios.
Pero “Valenciano” no estaba solo. Él mismo se había encargado de abrirle las puertas de la ciudad a Daniel Rendón, alias ‘Don Mario’, y su grupo emergente conocido como los Gaitanistas, que ya desde principios de 2009 hacía presencia en el occidente de Medellín (en Belén y los corregimientos de Altavista, San Antonio de Prado y San Cristóbal) en la salida hacia Urabá. Cuando en abril de ese año ‘Don Mario’ fue capturado, su ejército pasó a manos de los hermanos Dairo y Juan de Dios Úsuga, que tenían ya bajo su égida al golfo de Urabá, con un nuevo ejército criminal denominado Los Urabeños.
La alianza entre estos dos sectores de la mafia se selló con la intermediación de Henry López, alias ‘Mi Sangre’, un desmovilizado del Bloque Centauros, considerado hombre de confianza de “Don Mario” y actualmente uno de los hombres más buscados por las autoridades. Con esta alianza las estructuras que Valenciano tenía en Medellín ganaron terreno y se multiplicó su poder.
Pero una amplia porción de La Oficina no estaba de acuerdo ni con ceder el control sobre Medellín ni con el trato que los hombres de “Valenciano” le estaban dando a la gente de los barrios ni a los miembros de la propia red criminal.
Entonces surgió un nuevo capo, dispuesto a pelear a brazo partido por el control de la ciudad: Eric Vargas, alias ‘Sebastián’. Hijo de un zapatero del barrio El Salvador, “Sebastián” empezó en la delincuencia en los 90 robando carros con la banda La 36, que más tarde hizo parte del combo de La Milagrosa. Este grupo fue absorbido después por La Terraza, y fue entonces cuando ‘Sebastián’ quedó al lado de ‘“Berna”’ y siguió su carrera criminal en La Oficina. En la jerarquía de la organización, ocupaba un nivel similar a ‘Valenciano’, pero ahora estaban enfrentados a muerte y dejarían una estela de muerte en Medellín solo comparable con la vivida en las peores épocas de guerra entre Pablo Escobar y los Pepes.