Siempre en el maniqueísmo: somos los buenos y los otros son los malos. Y a los malos hay que señalarlos. A través de toda la historia de la humanidad y desde luego de la de Colombia, muy convulsionada por cierto, se ha utilizado el señalamiento y la estigmatización del otro como una herramienta de poder. Por eso encontramos a través de todo el tiempo los extremos descalificadores que unos y otros, defensores de intereses en pugna por cualquier razón, utilizan en contra de aquellos a quienes ellos designan como sus contrarios, o peor aún, como sus enemigos. Y en ese señalamiento todo vale, incluso verdades a medias, injurias, calumnias, mentiras y engaños.
Es así como rápidamente podríamos elaborar una lista de epítetos estigmas, que en muchos casos sirven de epitafios en los violentos resultados de la intolerancia.
Nuestra historia esta llena de ellos, utilizados por los unos para señalar a los otros como sus designados objetivos: Realistas, comuneros, negros, blancos, indios, cholos, mestizos, artesanos, comerciantes, gólgotas, draconianos, sabios, brutos, costeños, cachacos, paisas, machistas, feministas, maricas, lesbianas, sindicalistas, comunistas, patronos, patronistas, esquiroles, liberales, conservadores, gringos, guerrillos, paracos, up, putas, putos, masones, ateos, izquierda o derecha, creyentes, mamertos, esperanzados, corrientosos, hincha del uno, hincha del otro, elenos, faruchos, milicos, desmovilizados, tombos, polochos, tiras, y todas esas «manchas» que puestas en el otro, son motivo de discriminación, por ser el síntoma de una diferencia que “desagrada” a la masa. Porque el señalado no ubica su pensamiento o su actuar dentro de lo “políticamente correcto” o manifiesta no estar de acuerdo con lo que ordena el poder en el momento, y pasa a ser motivo de supuesta vergüenza, proyectada en el otro hasta el punto de llegarle a hacer creer a los demás que el estigmatizado sí es raro, un fenómeno, algo que la sociedad rechaza. Y los demás, no solo se adhieren a la tesis del rechazo, sino que actúan en consecuencia.
El estigma es un arma de guerra, y de las peores, pues “la masa” lo asume sin ningún análisis, es una potente inyección de odio que llega inmediatamente bajo la piel y paraliza el cerebro. De ahí que fuera en su momento el eje central de la maquinaria de propaganda nazi, y todos conocemos sus consecuencias.
Desde el lenguaje, siempre tenemos para el otro, contrario a nuestro interés, un adjetivo descalificador, hasta el punto que muchos casos han producido y seguirán produciendo tanta violencia física, pero en todos los casos lo que se genera es violencia psicológica y de la peor. Es una declaración unilateral de guerra, reconvención y descalificación en contra de la diferencia que individualiza y que permite que cada ser humano sea único, independiente y autónomo, haciéndolo verdaderamente valioso.
Nos acostumbramos (o nos enseñaron) a ver el mundo en blanco y negro, y a adherirnos a un solo color, rechazando el otro, desconociendo que la humanidad no es bipolar ni gris sino un caleidoscopio con miles de millones de “pixeles” cada uno de un color distinto del otro.
La diferencia, que apenas ahora después de miles de años de humanidad se está empezando, muy tímidamente, a reconocer y a respetar, ha sido motivo de violencia y de millones de asesinatos a través de toda la historia, y muy a nuestro pesar, seguirá siéndolo.
Todo esto puesto en el escenario de hoy, en el que queremos superar el conflicto, voltear la dolorosa página de la historia y abrir la de la reconciliación Nacional.
¿Qué hacer?
/ Antonio García