Foto: Archivo revista Semana
El gobierno nacional lanzó con bombos y platillos su nuevo plan de guerra “Espada de Honor“; una reingeniería a la estrategia militar que se había desarrollado en los últimos 12 años. Sus objetivos se pueden resumir en tres: primero, reducir las tropas y frentes de las FARC a la mitad de ahora hasta el 2014; segundo, reducir los indicadores de violencia en 15%; y tercero aumentar la gobernabilidady la presencia estatal en el territorio. En ese sentido se prevé, por ejemplo, que las propias fuerzas Militares sugieran al Ministerio de Transporte la construcción de una carretera o de un puente en cualquier vereda donde se requiera.
Para lograr estos objetivos se plantearon varias reformas al aparato militar. Por un lado, los Comandos Conjuntos prácticamente se desmantelarán y sólo quedarán actuando dos de ellos: el comando Conjunto del Norte y el del Pacífico, ambos con funciones de defensa nacional. En cambio se crearán y reforzarán 11 Fuerzas de Tarea en las regiones donde mayor presencia y capacidad militar tienen las FARC: Guajira, Catatumbo, Norte del Cauca, Nariño, sur del Tolima, Huila, nordeste de Antioquia, Arauca, Caquetá y Vichada.
Los Comandos Conjuntos se crearon para coordinar las acciones entre las diferentes fuerzas militares que siempre actuaban cada una por su lado. Esa situación hizo crisis cuando a finales de los 90 las Farc se tomaron a Mitú, en el Vaupés, y la respuesta conjunta fue todo un desafío. Por eso se crearon estos Comandos que llegaron a su máxima expresión en 2008, cuando en operaciones donde la Policía solía poner la inteligencia, la aviación los bombardeos, y el Ejército o la Armada el combate en tierra, golpearon a Martín Caballero en los Montes de María, a Raúl Reyes en Ecuador y al Negro Acacio en el Vichada. Sin embargo, luego de ese año, la estrategia se estancó y durante varios años, aunque se seguía bombardeando a los principales jefes de las Farc, en muchos lugares la fuerza púbica estaba en franco retroceso. Hasta ahora que esperan darle un remezón a la estrategia con las Fuerzas de Tarea.
Éstas a diferencia de los Comandos Conjuntos actuarán en territorios más pequeños atendiendo sobre todo las dinámicas de la población. Mientras un Comando Conjunto podía tener a su cargo 8 departamentos; una Fuerza de Tarea puede tener apenas cinco o diez municipios donde la presencia de la guerrilla es fuerte. La idea del Ejército es una presencia más directa en el territorio para ganarse a la población, o para dividirla y que se cree una frontera clara entre quienes están con un bando o con el otro. El otro elemento que tendrán en cuenta es que ni la población ni la guerrilla son iguales en todas las regiones. Es diferente una zona de colonización que una de indígenas o una campesina de una minera. Así por ejemplo se creó la Fuerza de Tarea Apolo en el Norte del Cauca; y la Quirón en Arauca.
El nuevo plan de guerra del Ministerio de Defensa demuestra que en materia de seguridad, Santos es un perfecto continuador de Uribe. Le apuesta a golpear a los comandantes de frente, reactiva las recompensas para informantes, y pone al Ejército a conquistarse o dividir a la población civil. Lo novedoso es que se sitúa en las zonas más críticas con fuerzas móviles y efectivas.
Vale la pena aclarar que para 2010 existían las Fuerza de Tarea Omega, que ejecutó el Plan Patriota en el suroriente del país; la Fuerza de tarea del Nudo de Paramillo y la Fuerza de Tarea del Sur del Tolima. Las otras se han ido constituyendo desde 2011. Igualmente 2 de estas fuerzas se dedicaran a la lucha contra el narcotráfico: la de Vichada y la del Pacífico.
Un segundo aspecto clave es que la inteligencia se enfocará en operaciones tipo comando ya no solo contra los miembros del secretariado de las FARC, sino contra los mandos medios, que son cuadros importantes de la guerrilla y una masa crítica para el relevo generacional de al comandancia. Esto no es nuevo. Ya en 2005 se comenzó a gestar el denominado Plan Burbuja ideado por el entonces Ministro de Defensa Juan Manuel Santos y asesorado por ex militares de Israel. Se trataba de ataques selectivos a las cabezas visibles de las estructuras para así resquebrajar a la comandancia de las FARC usando la misma lógica que utilizó Israel en 2004 cuando fueron asesinados Ahmed Yassiny Abdelaziz Al Rantisi ambos líderes de Hamas. En esta ocasión se buscaba que diferentes facciones de la organización palestina abdicaran de su lucha, pero los cálculos de los israelíes fallaron.
Lo mismo ocurrió en Colombia. Después de la muerte de miembros del secretariado tan legendarios como Reyes, Jojoy, Marulanda o Cano se esperaban desmovilizaciones masivas, entrega de mandos medios y una caída del reclutamiento en las zonas donde operaba la comandancia. Sin embargo, nada de esto llegó. Poco a poco la Fuerza Pública entendió que las FARC no son un cartel, sino que se comportan como Ejército. Su gran fortaleza es la organización, la lealtad a su interior, a pesar de los fusilamientos o quizá por ellos, es mucho más alta de lo que se piensa; y la adhesión de la población en sus territorios históricos prácticamente irreductible.
Ahora, de nuevo las fuerzas militares apuestas a romper el mando y el control de la guerrilla matando a los mandos medios. Y aunque en los últimos 3 años las operaciones contra jefes de frente, columna, y compañía han sido constantes; la diferencia es que ahora se quiere hacer de manera masiva y con una fuerte intervención en el territorio, para romper el vínculo entre población e insurgencia.
Un tercer aspecto clave del Plan será fortalecer aún más sus dos ventajas estratégicas: la aviación y la inteligencia. En el primer aspecto se prevé que cada una de las Fuerzas de Tarea cuente con un equipamiento aéreo propio. Para el caso de la inteligencia, se reactivaran los pagos a la red de cooperantes, a informantes y en general se fortalecerá la llamada inteligencia humana.
Es así como las operaciones de mayor importancia serán de tipo asalto, quirúrgicas, realizadas por comandos, mientras que las operaciones terrestres dejaran de ser el centro de la actuación táctica, pues no son efectivas y en cambio muy letales para sus hombres. De hecho, para 2011 más de 2500 militares fueron muertos o heridos en acciones del servicio, una cifra bastante más alta que la ocurrida en 2002.
Pero como dice el dicho popular, de eso tan bueno no dan tanto, y sólo desde el diseño el Plan ya muestra sus grietas e incongruencias. En primer lugar, aunque Santos ha dicho que las Bacrim son la principal amenaza para la seguridad de la gente, todo el Plan Espada de Honor vuelve a concentrarse en combatir a las Farc, mientras los otros grupos (Bacrim, ELN, ejércitos anti-restitución y bandas comunes) siguen haciendo de las suyas en medio país, pero especialmente en zonas donde la fuerza pública supuestamente ya le ganó el pulso a la guerrilla.
En segundo lugar, estas Fuerzas de Tarea, no tienen una territorialidad clara, así estén adscritos a una zona, por lo que las posibles violaciones de derechos humanos y DIH, no tendrán dolientes y se puede diluir la responsabilidad institucional.
Por último, resulta muy complicado darle oxígeno a la red de cooperantes y a las recompensas cuando se ha probado que aquella influyó enormemente en prácticas perversas como los llamados “falsos positivos”.
El Plan deja el amargo sabor de pensar que la población civil es un instrumento de la guerra que está a un lado y hay que poner del otro. Este tipo de visiones demuestra que en el fondo de la doctrina contrainsurgente no hay una comprensión del complejo entramado social y político de los territorios. Usar a las organizaciones de manera instrumental en la guerra puede ser nefasto y acrecentar los costos humanos para los civiles. Posiblemente no es a los militares a quienes hay que pedirles una actuación más inteligente en territorios históricos de las Farc sino al gobierno civil, y más aún a los locales. No sea que por cuenta del Plan Espada de Honor termine la fuerza pública cogobernando con los alcaldes.
/ Ariel Ávila
Observatorio del Conflicto -CNAI-