“Su solicitud ha sido rechazada; lo mínimo que podría hacer es quitarse el pañuelo”.
Respuesta a una mujer musulmana en Francia tras una entrevista de trabajo.
Un fantasma recorre Europa, es el fantasma de la islamofobia. Eso dice Amnistía Internacional en su reciente informe: “Elección y prejuicio: Discriminación de personas musulmanas en Europa”. Lo mismo ha dicho el Observatorio Europeo del Racismo y la Xenofobia. Los atentados del 11 de septiembre de 2001 agravaron una tendencia que ya existía.
Los musulmanes sufren por su fe religiosa, por su origen étnico y por su género. Conseguir un empleo, un sitio de vivienda o participar del sistema educativo es mucho más difícil para ellos que para el resto de la población. A nivel laboral, no hay una relación adecuada entre su capacitación y los empleos que obtienen. En 2002 en Irlanda, el 11% de los musulmanes estaban desempleados, frente a un promedio nacional del 4%. Los controles a la expresión de símbolos religiosos -que no se impone a judíos ni a cristianos- empujan a la marginación laboral y educativa, especialmente contra las mujeres.
Como si fuera poco, los musulmanes se han convertido en el chivo expiatorio en medio de la crisis económica y los problemas de delincuencia. Por esto, el aumento del voto racista y xenófobo, así como la discriminación social contra inmigrantes, logra un espacio creciente entre los debates políticos, mientras aumenta el desempleo y disminuyen las ayudas oficiales. Según Amnistía “En los dos últimos decenios, los partidos que fomentan un discurso anti islámico han tenido suficiente éxito electoral como para estar representados en Parlamentos nacionales de bastantes países europeos, como Austria, Bélgica, Dinamarca, Francia, Italia, Países Bajos, Noruega y Suiza”.
La construcción de un “musulmán tipo” permite la reducción de un muy heterogéneo conglomerado social, a un prototipo que se presenta como una amenaza contra Europa. Así, no son los banqueros ni los políticos los responsables de la crisis, sino los musulmanes. Una vez difundido el prototipo amenazador, y después de consolidada una serie de prácticas de discriminación social y política, se les acusa de “no querer integrarse” a la Europa católica. Sin embargo, esta ola xenófoba e islamófoba en Europa no es un choque entre civilizaciones a lo Hungtington, sino más bien otra de las aristas de la crisis económica.
El musulmán se vuelve el culpable de todos los males y el llamado simplista a una nueva “cruzada” es lo que encarna el cristiano asesino de 77 personas en Noruega. En Francia, el 19% de los votos en las elecciones presidenciales fueron para Marine Le Pen y sus banderas racistas. Suiza prohibió la construcción de minaretes, lo equivalente a los campanarios en las iglesias, en las mezquitas para llamar a la oración. En Italia, Berlusconi defendió la “superioridad” cristiana sobre los musulmanes. En Holanda, las formaciones de derecha se alimentan del “odio al moro”. En Suecia, los nombres musulmanes son uno de los primeros impedimentos para conseguir un empleo. Geert Wilders, el líder holandés de extrema derecha llama a las mezquitas “palacios del odio”. El racismo y la ignorancia da votos y eso lo saben las fuerzas políticas europeas.
En Colombia, el extinto DAS pidió a un grupo musulmán de Medellín la lista completa de sus integrantes -no así con otras religiones-, lo que podría violar el artículo 18 de la Constitución Política de Colombia. Además, algunas personas que tramitaron el pasado judicial para viajar al Ecuador, fueron interrogadas sobre su religión. Habría que preguntarse sobre qué supuestos las autoridades colombianas alimentan la islamofobia. Si se trata de vincular a grupos religiosos con actos violentos ¿no sería entonces recomendable encarcelar a todos los curas para prevenir que no se metan al ELN? Hay más evidencias de esto último que de terrorismo musulmán en Colombia.
La ley colombiana contra la discriminación apunta a castigar con pena de cárcel a quien provoque daño físico o psicológico a afrocolombianos, homosexuales y/o indígenas, o vulnere derechos por causa de su religión, nacionalidad, ideología política o filosófica. ¿Es aplicable para proteger a musulmanes?
En Europa la oleada de condenas a prácticas antisemitas es bienvenida (aunque se olvida que los semitas no son sólo los judíos, sino también los arameos y los árabes), pero su interpretación obedece más a agendas políticas que jurídicas, alimentadas en los sesgos socio-culturales que terminan por quebrar el principio de igualdad ante la ley.
Así, no sólo se coloca la protección debida a los judíos como más importante que la protección a los musulmanes, sino que permite –y esto es lo más grave- colocar en el terreno del supuesto antisemitismo toda crítica que se haga al Estado de Israel por su despiadada ocupación al territorio palestino.
Creo que fue Sartre quien dijo “para los judíos nada en cuanto judíos, todo en cuanto ciudadanos”. Lo mismo se podría decir en el caso de los musulmanes. No se trata de abogar por derechos especiales para colectivos que viven dentro de Europa, se trata de que la promesa europea de igualdad ciudadana ante la ley y ante las instituciones, sea real. Y para eso es necesario que la ciudadanía europea y sus gobiernos así lo crean.
Si no es así, el aislamiento de los musulmanes sólo servirá de caldo de cultivo para nuevas violencias, como ya lo advertía Olivier Roy, no inspiradas en El Corán ni nacidas en las montañas de Oriente Medio -como algunos quieren hacernos creer- sino en las barriadas de París y Barcelona: la violencia del marginado que, sazonada con un discurso fanático, podría producir graves consecuencias para ese crisol cultural que es Europa, donde las sociedades necesitan mano de obra, para que sobreviva el frágil Estado social y más exactamente el sistema de pensiones.
A pesar de la cantidad de trabajadores jóvenes que Europa “tiene que importar” porque su población envejece y su tasa de natalidad no es la esperada, los gobiernos no quieren personas sino obreros. Y esa conciencia de persona con derechos, que molesta a la derecha europea, es parte precisamente de la tradición europea. En otras palabras, la islamofobia es una traición a lo mejor de la herencia europea.
Pero parece que ni por algo tan pragmático y ruin como el mero interés económico de mantener la mano de obra, ni por convicción en los principios de libertad e igualdad, las sociedades europeas se resisten –especialmente en sus vertientes nacionalistas- a entender que ese crisol no es la trampa sino la solución para el sueño europeo.
/ Víctor de Currea-Lugo, PhD
Profesor Universidad Javeriana
@DeCurreaLugo