El 23 de abril de 1996 la directora del centro carcelario de mujeres de Cali decomisó un paquete de revistas y periódicos de izquierda que iban dirigidos a las prisioneras políticas argumentando que dichos materiales “atentaban contra la estabilidad emocional de las internas”. Las autoridades carcelarias defendieron el procedimiento y manifestaron que el objetivo de la justicia era rehabilitar y resocializar a los presos “para que no continuaran en lo mismo”. Meses después,la CorteConstitucionalpresidida por Carlos Gaviria – un hombre coherente de los pies a la cabeza – pronunció una sentencia mediante la cual defendía el derecho de las prisioneras a recibir y leer revistas y periódicos de circulación legal a pesar de su contenido opositor. La resocialización no puede consistir, bajo ninguna perspectiva democrática y razonable, en un “proceso de homogeneización de las conciencias”, sentenció el tribunal constitucional. En resumidas cuentas, el objetivo de un Estado democrático no consiste en desmantelar los ideales del delincuente político sino de convencerlo de que sólo mediante la acción licita puede defenderlos.
Luego de recorrer un largo camino no exento de dimes y diretes el pasado jueves el legislativo aprobó el llamado “Marco Jurídico parala Paz”. Es un esbozo. Una ramita escueta, sin hojas, que puede llegar a cristalizarse – empleando la metáfora de Stendhal – y embellecer con el tiempo la inclemente realidad del país. La clave de todo este asunto está en cómo conseguir que esos cuantos miles de colombianos que aún siguen echando bala en defensa de una idea dejen de hacerlo. Que sigan siendo revolucionarios pero bajo las reglas democráticas y sometidos al imperio y el mandato que otorga la ciudadanía. Las instituciones estatales deben adquirir un compromiso y mantener una voluntad de hierro para seleccionar un camino firme y consistente donde se puedan colocar los dos pies sin temor a hundirse. Convencer y traer a los alzados a la legalidad sería el fin último del “Marco Jurídico parala Paz”. En otras palabras: sellar la paz.
Salvo algunas excepciones el país ha conocido tres experiencias terribles con relación al tratamiento que se le ha dado a la gente que ha “salido del monte”: la cooptación, la delación y el asesinato.
Hay colombianos y colombianas que otrora días defendieron su pensamiento con rabia hasta el punto de que llegaron a convertirse en rebeldes dentro de los rebeldes. Luego de varios años de ires y venires, estos hombres y mujeres optaron por irse con su música para otro lado y pactaron el fin de su rebeldía armada. Una opción legitima desde la perspectiva que se mire. Lo triste es ver a estas almas rebeldes convertidas en meros espectros del establecimiento, esa “víbora de mil cabezas” que antes combatían con tanto ahínco y fanfarronería. La cooptación.
La vida guerrillera es dura, muy dura y hay quienes renuncian a ella y abandonan las filas con la ilusión de encontrar un camino distinto. Otros, llevados por los azares de la guerra caen en manos de sus enemigos. La opción que el Estado les ha ofrecido a estos ex combatientes es de convertirlos en instrumentos para continuar la estrategia de guerra y muchos son empotrados en las operaciones militares para llegar hasta sus antiguos camaradas de lucha y atacarlos. La delación. Muy distinta es la búsqueda de la verdad y la conservación de la memoria, dos aspectos que manan al final de un proceso de paz.
Primero fue el general Uribe, el insurrecto de los Mil Días, muerto a hachazos en las escalinatas del Capitolio. Luego fue Guadalupe Salcedo. El asesinato de Guadalupe Salcedo ha sido el hecho más emblemático en la historia colombiana relacionada con la suerte de quienes han liderado procesos de desmovilización y reinserción de columnas guerrilleras. Carlos Pizarro, el carismático líder guerrillero del M-19, el caso más reciente. El camino de los extremistas: asesinar a los rebeldes que firman un acuerdo de paz.
Para cortar de una vez por todas con el constante ciclo y reciclaje de la violencia, el Estado, me refiero a todas sus instancias, si de verdad cree que cuenta con la llave de la paz debe blindarse contra estas tres tentaciones: la cooptación, la delación y el asesinato.
/ Yezid Arteta Dávila