Es muy importante para la sociedad colombiana realizar ejercicios de memoria sobre las situaciones oprobiosas que ha vivido desafortunadamente nuestra Nación a través de la historia, siempre con miras a no volver a repetirlas. Desde luego que para la mayoría de quienes vivimos y sufrimos esta época macabra de la historia de Colombia, la vida y obra de Pablo Escobar es algo que para muchos colombianos merece ser olvidada, sepultada a perpetuidad; más no sus víctimas.
Hay que hacer un homenaje a todos los que sufrieron en carne propia la violencia que generó este turbio personaje, quienes merecen la remembranza y ser recordados como héroes de la patria. Son dignos de la memoria, de ser recordados, que se perpetúe en sus deudos, y en el resto de la sociedad el recuerdo de su existencia, de su obra y lucha magnífica en muchos casos, humilde y sencilla en la mayoría de los casos, de seres humanos que perdieron su vida, o vieron destrozada su familia en una guerra absurda.
No se puede, como está ocurriendo ahora, analizar la obra de ese señor desde un punto de vista casi apologético, un recuento que raya en la irresponsabilidad, que da cuenta de una vida individual y organizacional dedicada al mal, en todas sus formas, reseñando su aspecto humano y familiar.
La vida de Pablo Escobar es impresentable desde cualquier punto de vista, sin caer en la apología de un fenómeno perverso social, económico y político; un estilo de vida que él convirtió en modelo a seguir por miles de jóvenes que, entonces y ahora, se debaten en la desesperanza que genera la falta de oportunidades y la imposibilidad de proponerse y sacar adelante sus proyectos de vida dentro de la legalidad.
Un monstruo criminal, dotado de una inteligencia excepcional y una tenacidad extrema, construyó la empresa criminal más rentable de la historia. Que se volvió el desafortunado paradigma y el ejemplo a seguir de una sociedad que privilegia lo económico sobre cualquier otra cosa; para quienes es más importante tener mucho que ser alguien, y para quienes el valor del dinero minimiza o desaparece cualquier otro valor, incluso la vida misma, la propia y con mayor razón la ajena.
La economía y la sociedad viven una relación simbiótica con el fenómeno del narcotráfico. Léase bien. El fenómeno. La presencia del fenómeno en la vida de la nación es evidente, la economía se surte en muy buena parte de los fondos ilegales o legalizados que provienen de esta actividad. Los analistas económicos hablan de un impacto del 0.3% del Producto Interno Bruto, suma que de ninguna forma es despreciable, a pesar de que según las estadísticas de la Oficina Contra la Droga y el Delito de las Naciones Unidas, UNODC, en Colombia, la participación de esta actividad ha venido decreciendo toda vez que hace 10 años rondaba el 1% del PIB.
Lo anterior quiere decir que tres de cada mil pesos en Colombia proceden del narcotráfico. Esto para nada tiene en cuenta los dineros que hace muchos años vienen ingresando al torrente económico, provenientes de esta actividad y que han sido legalizados o se encuentran en proceso de serlo. En esta medida el impacto sería muchísimo mayor. Pero el efecto más aborrecible del fenómeno no es el económico: es el social y, desde luego, el político.
Vivimos economías de burbuja, boyantes en apariencia, generando hábitos de consumo que donde no circularan dineros del narcotráfico serían imposibles. En todos los estratos económicos se perciben enriquecimientos y consumos que no se compadecen con la capacidad económica de la gente. El furor de las marcas, el de las motocicletas de alto cilindraje y vehículos de alta gama y de precios exorbitantes. Viviendas suntuarias hasta hace unos años impensables para las personas de ingresos promedios, a precios exorbitantes por metro cuadrado, pululan por todos lados, en los barrios de estratos altos y medios altos de las principales ciudades del país. Negocios suntuosos de ropa de las más costosas marcas, joyas y accesorios inalcanzables para el ciudadano promedio, mucho más para los pobres que cada día son más y más.
Atesorar tierra, no como medio de producción sino como símbolo de riqueza, sigue siendo el gran banco del tesoro, y parte de la cultura mafiosa extendida ahora a toda la sociedad, como efecto del fenómeno.
La tierra en el campo ya se vende por centímetros cuadrados a unos altísimos precios, cuando antes se vendían hectáreas o cuadras. Las tierras son transadas para mantenerse como lotes de engorde en un mercado que inexplicablemente duplica y triplica los precios en cuestión de uno o dos años.
Pero el efecto más pernicioso del fenómeno se ha sentido en las costumbres políticas. Aunada a la pereza política ciudadana e incredulidad en la clase dirigente que dejó el Frente Nacional. Sus efectos perversos aún se sienten en todas las esferas de la administración pública: en la alternatividad y la paridad política en el ejercicio del poder, en la corrupción, el clientelismo y la politiquería. Hemos llegado a extremos como los que vivimos en estos días por parte de unos honorables congresistas que quisieron dar un golpe de Estado a la Constitución de 1991, manipulando la ley para hacerla a su medida. Querían acomodarla para salir indemnes e impunes al reproche social que se les impone por lso manejos corruptos y clientelistas de la política que se mide en cuotas de poder burocrático y dinero, mucho dinero.
Eso era lo que quería Pablo Escobar. Para ello se hizo vocero de un movimiento político que fue a la vez manipulado en su momento por titiriteros que entonces movían y todavía mueven los hilos de marionetas que todavía andan por ahí, o sus herederos ideológicos, muy cercanos a quienes hoy manipulan la ley y la misma Constitución Nacional adaptándolas a la justa medida de sus intereses. Ni más ni menos.
Joe Toft, un norteamericano quien fungía como jefe de la Dea en Colombia por las épocas del proceso 8000, Cuando el Congreso Colombiano investigó el ingreso de dineros del narcotráfico en la campaña presidencial de Ernesto Samper y quien fue absuelto en contra evidencia, comentando estas situaciones en una entrevista definió a Colombia como una “Narco Democracia”.
¿Qué es lo que pasa en este país que alguien que conoce profundamente el fenómeno del narcotráfico lo define de esa forma? O por lo menos, ¿qué pasaba en esa época? porque narco democracia indicaba que los gobernantes eran elegidos por el narco. Hemos evolucionado pero el fenómeno sigue impregnado en todas las esferas del país. Seguramente no estará lejos el día en que contemplemos con dolor de patria, que la República fue una DEMOCRACIA que en virtud del fenómeno se convirtió en una “NARCO – DEMOCRACIA“ que finalmente llego a ser una “NARCOCRACIA”.
/ Por Antonio J. García Fernández