Foto: tomada de Semana.com
/ Por Fabio Mariño* Ahora que, por suerte, nuevamente nos enredamos en los andares de la paz, ahora que estamos medio empujando ese ‘bendito’ carro de la historia, seguramente con el mismo convencimiento sobre la posibilidad y las dificultades, sobra decir que es un reto y compromiso exigente de grandes esfuerzos para vencer incertidumbres, y es en este ambiente de reivindicaciones, reclamaciones y apuestas, donde quiero hacer un par de referencias sobre el asunto de la guerra y la paz.
No creo en ‘ánimos’ que cada ciertos acontecimientos llegan con sus dichos anunciando que ‘están dadas las condiciones…’, anunciando anticipos en este territorio sobre explorado y trajinado de la guerra y la paz, guerra que en su mejor expresión es esa violencia que azota generación tras generación a esta pobre y rica Colombia; así, quiero referirme al sentir de las decisiones y un poco distante a las famosas ‘condiciones’ que siempre han estado ahí, esas condiciones para la guerra y también para la paz que caminan juntas cual siamesas y que han hecho de nuestra historia un remiendo sobre remiendo del tejido triste y brutal de la vida.
Quisiera creer que en este asunto de buscar la paz y la reconciliación lo que se requiere es de decisiones sensatas y transformadoras en una disposición responsable ante la historia, decisiones como expresión de la inteligencia humana; debe ser, tal vez, del mismo aforo y valía que la decisión de hacer la guerra con todas sus perversidades, la misma que determina esa confrontación individual o colectiva que cada facción se achaca de estar defendiendo conceptos políticos o justificando posiciones ideológicas; y si se trata de decidir, entonces hay que hacerlo desde todos los límites de la vida política individual y generacional, venciendo talanqueras y sacando a tiempo ‘los palos en las ruedas’ que ‘los enemigos de la paz’ le ponen a este carro de la historia que hoy nos corresponde.
Quiero plantear este asunto de las ‘decisiones’ versus las ‘condiciones’ por cuanto al tratarse de este asunto de la paz la ‘cosa’ es más sencilla de lo que parece o de como la quieren hacer ver los negociantes de las políticas de guerra; creo que el tema es de ‘voluntad y decisión’, un par de valores cívicos, que sumados a la ética y responsabilidad al asumir la representación de un pensamiento o sector social, también obliga a responder por las consecuencias, casi siempre a futuros lejanos, en la huella que en ese presente se ha decidido.
Otra seria la suerte de Colombia si nuestros abuelos y padres hubiesen tenido responsabilidades de futuro, si pensando en un mañana diferente a sus contradicciones y formas de dirimirlas en la confrontación fratricida, lejanos de los incendios partidistas de veredas y campos, distinto a los destierros campesinos con todas las bestialidades conocidas a medias, hubiesen decidido dignamente pensando en nosotros los que hoy somos nietos y herederos de una violencia raizal que poco nos ayuda a ser esa generación altiva de cara al nuevo siglo que tratamos de ser y hacernos.
En cuanto a la voluntad para decidir sobre lo fundamental que cada sector, organización, ‘banda o bandola’, cada grupo ‘al margen de la ley’ o en ella se dice representar, mucho hace falta para entender que la suma de las diferencias hace la riqueza de vivir y sobre esta muchas injusticias se dan al creerse cada cual con derecho a imponerse sobre el otro arrasando sus principios; creo que en esta oportunidad, al igual que ayer, o hace un año o 10, o 20, o 40, en el fondo se trata de generosidad aún consigo mismo, es el reto de futuro.
Y animado en estas reflexiones, invito a ‘echarle un ojito’ como dicen por ahí, a los sueños de futuro dibujados y deseados ayer, demando la experiencia y los tiempos de la década del noventa cuando llegamos a las decisiones aún cargados de dolor y diligencias, de esperanzas y propósitos en la certidumbre de la paz, es decir de nuestro futuro que aún hoy sigue vigente y exigente, hace apenas 20 años cuando el mandato de hacer de ‘la revolución una fiesta’ demandó los mejores esfuerzos a esos liderazgos, a esas dirigencias, a esos compromisarios para promover y hacer el cambio y la fiesta; ¿y qué mejor rumba para un revolucionario que forjar la paz?
Quisiera creer que en este asunto de buscar la paz y la reconciliación lo que se requiere es de decisiones sensatas y transformadoras en una disposición responsable ante la historia, decisiones como expresión de la inteligencia humana.
Pues bien, cuando algunos comerciantes de la guerra reían y navegaban en el negocio de la confrontación y otros lloraban en la tristeza de la violencia impuesta, cuando Colombia asistía inerme al exterminio de un partido político (la UP) desde la guerra infame en la no menos torpe ‘combinación de las formas de lucha’ tan propia de los años pasados; cuando atrevida e impunemente creció el tinglado del terrorismo, de las bombas, del secuestro masivo, de las masacres por doquier, todo bajo el espantoso manto de la impunidad cómplice… fue justo en ese momento crítico del sufrir nacional cuando se retomó el sentido de dignidad y se hizo posible el brillo del tiempo de la inteligencia y la voluntad para decidir con sensatez y coherencia con la propuesta, con ‘la palabra empeñada’, con ‘la promesa que será cumplida’; coherencia con el pensamiento, el sentir y con el futuro que se sueña y desea, futuro que naturalmente no es seguro para el que lo imagina, amasa y diseña.
Y fue en medio de esas pavorosas y maléficas sandeces de la guerra cuando la generosidad y la inteligencia hicieron posible aquella certeza y decisión, en esos tiempos se afianzó el camino aquel con hechos sencillos y por eso mismo posibles y trascendentales, como debe ser, como habían sido siempre aún en el delicado terreno de las movedizas arenas de la guerra irregular; y fue el M-19 el que por los días de aquel abril del año 88, abrigado en su insistencia, para algunos equivocada, pero en la certeza del amor, reparaba y retomaba el tejido de la propuesta de ‘dialogo nacional’ para caminar hacia la paz, en escenarios difíciles por cierto, en medio de los acontecimientos que vivíamos por esos tiempos en el famoso crecimiento del terrorismo y del narcotráfico, como ya dije antes, y sobreponiéndonos a esto, avanzamos en la propuesta aquella que afinó aun más el pulso para seguir buscando la tan esquiva paz.
Poco después, fue el M-19 el que recibió y discutió las ‘iniciativas de paz’ presentadas por el presidente Virgilio Barco, y más que rechazarlas como dictaba la ‘regla’ a seguir en la tradicional forma de tratar las contradicciones entre los impugnantes, les dio acogida y debate en el mundo de las diferencias.
Fueron muchos los diálogos y esfuerzos regionales que se dieron regados por la geografía nacional sobreponiéndose al temor de las bombas narcotizantes del terror, de la intimidación, de los asesinatos selectivos de dirigentes de todos los colores; muchos esfuerzos hizo el M-19 para no dejar morir las iniciativas por la paz, mencionemos un par de estos: “Pacto por la vida en un acuerdo que abra las compuertas a la participación libre y soberana de todos los componentes de la nacionalidad y que entregue a cada ciudadano la potestad de forjar su propia vida…”, en agosto de 1986; “Pacto nacional por un gobierno de paz”, presentada en la ‘edición especial’ del diario 5 p.m. y al mismo tiempo convocando a “una Gran Asamblea Nacional Constituyente…”, en septiembre de 1987; declaración de “paz a la fuerzas armadas, vida de la nación y guerra a la oligarquía”, en enero de 1988; posteriormente, en mayo de ese año, proponíamos realizar una “cumbre por la salvación nacional”; promovimos un encuentro que se llamó “dialogo de Usaquén” en julio; manifestaciones de ‘tregua unilateral’ en el propósito de motivar los ‘Diálogos Regionales’ y ‘Encuentros Admirables por la Paz en el Cauca’ en noviembre; y la confirmación de una ‘tregua unilateral’ en diciembre de ese mismo año con un mensaje directo: “…Señor Presidente, indique simplemente dónde y cuándo se inicia la cita con la historia y nosotros acudiremos de inmediato a ella”.
Y así llega el año 89 con sus cabañuelas indicadoras de nuevos tiempos, y enredados en las montañas del ‘Tolima grande’, aparecieron de forma ‘oficial’ las conversaciones entre el Gobierno y el M-19 que desde antes ya eran ‘publicas y de conocimiento popular’ por parte de muchos colombianos, diálogos y conversas que convocaban a varios sectores de la vida política nacional, en especial a quienes también eran responsables de la violencia intestina que nos azota y desangra, a asumir el camino de la reconciliación.
Para terminar, quiero hacer una corta referencia a un hecho, a mi modo ver, trascendental, es un asunto propio de aquellos tiempos, sucedió en aquel encuentro público y ‘oficial’ del Gobierno del presidente Barco y el M-19 con Pizarro cuando se tomó una decisión trascendental por parte de las partes en contradicción allí presentes, y fue esa decisión la que demostró que para desenredar el nudo gordiano de la confrontación, cada una de las partes reconocía la posición del otro, ayudando así al país a desarmar también los espíritus de la guerra, las dos partes convocaron a: ‘desmovilizar la guerrilla y a construir la democracia plena’, asuntos que despejaron aún más el camino, para ‘entre todos cambiar la historia de Colombia’.
Esta decisión y voluntad juntas son la esencia y metodología que quisiera poner ahora en la mesa de nuestra historia y momento de construcción de diálogos y pactos, para reclamar de ella su aporte, y en estos nuevos tiempos del siempre esquivo camino en la búsqueda de la paz, es algo que mucho puede contribuir, en particular por la exigencia y reclamo a esos dirigentes que hoy están decidiendo futuros, para que lo ojala hagan con voluntad, dignidad, decoro, humildad e inteligencia.
Necesitamos una decisión trascendental para la paz. ¡Tal vez aquí en este momento es donde se amasa la utopía!
* Fabio Mariño, ex dirigente del M-19.