/ Por Otty Patiño* “La victoria es la paz”, twitteó en estos días el Alcalde Gustavo Petro, sin duda para matizar una frase reiterada del presidente Juan Manuel Santos, “el nombre de la paz es la victoria”. Es entendible: esta paz empezó sin un acuerdo de tregua y el mandatario, como Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, tiene que mantener la moral combativa en las Fuerzas Militares.
Aunque no se haya pactado todavía una tregua, este proceso sí huele a paz. Su acompañamiento internacional, serio, discreto y eficaz, y la agenda plasmada en el compromiso inicial, modesta y realista, con esos puntos críticos que han causado tanta violencia, como la corrupción y la exclusión política, el narcotráfico, y la concentración de la tierra, marcan una notable diferencia con el proceso del Caguán, que tenía una agenda interminable, más de cien puntos que comprendían todos los problemas del país, los grandes y los pequeños, los antiguos y los nuevos, los asociados con la violencia y los que no tenían que ver con el conflicto armado.
Pero lo que más genera confianza en el compromiso inicial está en un punto que se menciona y en otro que, sin expresarse, está implícito en este primer acuerdo. Me refiero, en primera instancia, a la dejación de armas. Este punto es fundamental: significa que el proceso va más allá de un armisticio, no es un pacto para legitimar las armas, supone la creación de una nueva situación que permita que los insurgentes se desarmen sin que los maten.
Del Caguán a Oslo las Farc han modificado su agenda de negociación, ya no es algo interminable con más de cien puntos con los problemas grandes y pequeños del país. Esto, junto al anuncio de dejación de las armas, son señales serias del proceso.
El otro punto que genera una gran confianza es la venia a la Constitución vigente. En ninguna parte se pone en entredicho. Todo se hará dentro de la Carta Política de 1991 y no contra ella. Ese respeto abre una importante puerta para profundizar el Estado Social de Derecho y la democracia, que es la mejor manera de hacer irreversible el proceso.
Por supuesto, acabar la guerra será responsabilidad de quienes tienen el poder sobre las armas, legales e ilegales, pero no basta el pacto sobre la dejación de las armas. Hacer reformas que sofoquen la violencia requiere la presencia activa de la civilidad, de los gobiernos locales, de los liderazgos alternativos. Para generar un proceso paralelo, “un momento de democracia” como decía Carlos Pizarro, para que la paz en ciernes signifique el principio de superación de la violencia. No sólo el fi n de la guerra. Que la paz sea la victoria de todos.
* Otty Patiño es fundador del M-19, fue constituyente del 91 y en la actualidad dirige el Observatorio de Culturas en la Secretaria de Cultura de Bogotá D.C.