Foto: Desmovilización de la CRS en 1994. | archivo CNAI.
/ Por Germán Darío Valencia Agudelo *. Comienza esta semana en Oslo, Noruega, la segunda fase del proceso de paz con las Farc; diálogos que en varias semanas se trasladará a La Habana, Cuba. Esta será una fase que se desarrollará, según parece, en el exterior. Lo que es un nuevo acierto en el proceso, pues se le da a la comunidad internacional un papel protagónico, en calidad de garante y acompañante. Pero sobre todo, porque se evitó con ello que las partes tuvieran que hablar desde un inicio del cese al fuego y de hostilidades; un aspecto donde hay muchos desacuerdos.
La experiencia internacional ha mostrado que hay serias dificultades y graves problemas al discutir el tema del cese al fuego y de hostilidades. No se tiene claridad en qué consiste cada uno. La mayoría de analistas atina solo al decir que la diferencia entre uno y otro esta en que el cese al fuego es una situación donde se para la guerra desde el punto de vista militar, mientras que el cese de hostilidades tiene un sentido más humanitario, de protección de la sociedad civil.
Pero ellos mismos advierten que hay dificultades para señalar cuáles acciones militares (tanto insurgentes como contrainsurgentes) están permitidas ejecutarse durante su vigencia. Igualmente, hay problemas para definir su periodo de duración y el territorio que abarcará; también hay dificultades para determinar quién debe velar por su verificación y control (por ejemplo, si son agentes neutrales, cascos azules, sociedad civil o comisiones de verificación, entre otros actores) y qué sanciones deben tomarse cuando se incumplan los acuerdos.
Todas estas dificultades habrían provocado, seguramente, que el actual proceso de paz tuviera problemas en su inicio si el tema del cese al fuego y hostilidades hubiera sido planteado como una exigencia para iniciar los diálogos. Afortunadamente, las partes han colocado este punto como otro mas de la agenda de negociaciones; y debido a sus dificultades, posiblemente será el último en abordarse, justo antes de aprobar todos los puntos y de iniciar la tercera fase de cese del conflicto e implantación de lo pactado. Al final, el cese al fuego y de hostilidades hará parte de un gran paquete del acuerdo final, y su implementación tomará “un tiempo prudencial acordado por las partes”.
El Gobierno ha dicho, desde el inicio, que no cesarán las actividades militares en el territorio nacional, y que no renunciará, durante el tiempo que dure las negociaciones, a su derecho legítimo a usar las armas para defender el territorio colombiano y su población; que solo habrá un cese al fuego cuando se firme un acuerdo final. Las Farc, por su parte, a través de sus voceros, ha manifestado su interés de acordar este punto desde su inicio: han propuesto cesar sus atentados a cambio de que los militares paren los bombardeos contra sus campamentos, con el fin de evitar trastornos al proceso.
Estas posiciones encontradas han provocado que surja en Colombia una discusión sobre la conveniencia o no de iniciar un segunda fase del proceso de paz sin el cese al fuego y de hostilidades. Los argumentos a favor y en contra son diversos, y lo más interesante es que el mismo argumento sirve a ambos bandos. Por ejemplo, se dice que el hecho de haber iniciado una negociación en medio del fuego cruzado es un voto de confianza entre las partes para llegar a un acuerdo final. Mientras que otros ven esta situación como un blindaje que tiene la guerrilla para que, en caso de fallar el proceso, argumentar políticamente que el Gobierno no quería acabar con la guerra, tomando como evidencia el no cese al fuego que se propuso desde el inicio.
Trazar un cese del fuego y de hostilidades ordenado, programado y planificado, con un cronograma que hay que seguir y respetar, es una de las propuestas que hace Germán Darío Valencia Agudelo tras analizar las distintas posiciones expuestas por diversos sectores políticos.
El cese al fuego –dicen los que están en contra de él en esta etapa temprana– tiene la desventaja de mostrar resultados engañosos y prematuros, que desincentivan el dialogo y hacen que se merme la importancia de las negociaciones. Los efectos dañinos de la guerra como las muertes y destrozos a bienes materiales son los más visibles y los que mayor afanan la firma de un acuerdo de paz, un cese al fuego haría innecesario seguir dialogando, pues se habría alcanzado lo más importante para la población: el no uso de las armas.
Pero los que están a favor del cese de fuego y de hostilidades les recuerdan a su contraparte que esta situación es tan solo un respiro para la paz, una forma de evitar durante un tiempo previo a la firma de la paz, seguir causando daños en vidas y bienes materiales. El cese no es una dejación de las armas, ni mucho menos una entrega de estas para su destrucción; por lo tanto la posibilidad de la guerra es latente y las ventajas de firmar la paz y llegar a un acuerdo final son evidentes.
Los que están a favor muestran cómo acordar un cese del fuego y de hostilidades es relativamente fácil. Por ejemplo, para el Ejército Nacional es muy factible controlar sus tropas, pues los bombardeos y uso de metralla contra los campamentos de la guerrilla (misiones tipo Beta) requieren la aprobación de los superiores (su firma), lo que provoca un control de todas las operaciones. Lo mismo pasa con la guerrilla que debido a su mando unificado y rígido control pueden ordenar el paro de todas las acciones guerrilleras, cesando con ello los ataques a la infraestructura energética y vial, a los puestos de policía, al Ejército o a las cabeceras municipales.
Pero los que están en contra advierten sobre las dificultades de hacer cumplir los ceses al fuego y de hostilidades. Utilizan como ejemplo el mismo caso colombiano, donde se muestra como históricamente las Farc han roto los ceses al fuego e irrespetado y violado las treguas. Los diálogos de El Caguán, en 1998, mostraron como realizar un proceso de negociación en medio de una zona de distención fue aprovechado por las Farc para tomar aire y fortalezcan militarmente, provocaron una pérdida de credibilidad y confianza e incidieron fuertemente en el fracaso de aquellos diálogos. Hoy realizar verificación a los 67 frente de la Farc que hay dispersos en todo el país es muy complejo. Además, un cese al fuego podría convertirse en un arma de doble filo, pues si se sabe que es muy probable su violación, el éxito del proceso estaría en peligro, pues se presentarían estos hechos como un engaño al Estado y la sociedad.
Como la lista de argumentos de ambos lados es larga, finalicemos diciendo que debe aprovecharse esta segunda fase del proceso de negociación para diseñar un cese del fuego y de hostilidades que sea exitoso. Por primera vez se proponen de manera explícita, por parte de la guerrilla y del Estado, poner fin a la guerra con un gran acuerdo de paz, donde el cese al fuego y de hostilidades, bilateral y definitivo, es un resultado. Por esto debería disminuirse la presión que sobre este punto se hace y en su lugar aprovechar el tema para desarrollar una dinámica política que se vea reflejada en los otros puntos de la agenda, en especial, en los temas de las drogas y las garantías políticas. Incluso como una buena oportunidad para el Estado redefina las políticas de seguridad y las de la guerra, que se han confundido y abigarrado en las últimas décadas.
La experiencia colombiana ha mostrado que negociar en medio del conflicto es una tarea difícil, pero en este caso es necesario asumirla; incluso puede que las partes modulen el uso de la fuerza durante el tiempo de la mesa. Hay que pensar muy bien cómo debe ser el cese al fuego y de hostilidades, pensar en todas las posibilidades.
Algunos de los elementos en los que es necesario trabajar son: 1) trazar un cese del fuego y de hostilidades ordenado, programado y planificado, con un cronograma que hay que seguir y respetar; 2) diseñar un programa de desmovilización que permita la dejación completa de las armas y que prepare a los armados para el regreso a la vida civil; 3) plantear mecanismos de verificación y control de lo pactado, que tenga en cuenta el territorio y los desmovilizados; e 4) incorporar en la negociación del cese al fuego tanto lo estratégico-militar como lo económico y financiero, es decir las reinserciones económicas y sociales.
* Germán Darío Valencia Agudelo, Profesor del Instituto de Estudios Políticos, Grupo de investigación Hegemonía, guerras y conflictos, Estudiante del Doctorado en Estudios Políticos Universidad Externado de Colombia
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