/ Por Mauricio Acosta González*. Sinsabor, fue la sensación que dejó el discurso de Iván Márquez en la instalación de la mesa de negociación en Oslo. No sorprendió el sentido reivindicativo en sus palabras, que en algunos apartes parecían más un mensaje para los integrantes de las Farc que para los propios espectadores; tampoco su mensaje, en tono beligerante, sobre la necesidad de construir una paz en la que participemos todos y signifique reformas que la hagan duradera.
Este es un punto de coincidencia que nos recuerda que la paz, más que la ausencia del conflicto armado, significa el logro de la armonía social, la justicia e igualdad y la eliminación de la violencia estructural, elementos de lo que Johan Galtung definió como paz positiva. Nos diferenciamos del discurso de la guerrilla, en que tales circunstancias no pueden ser una condición de la mesa de negociación, esto significaría romper de principio con el acuerdo de la agenda limitada a los cinco puntos definidos.
Lo que no esperábamos era que en su discurso señalaran como único responsable de las víctimas del conflicto armado a los agentes del Estado, lo que implica la negación de las víctimas que la guerrilla ha generado durante décadas de confrontación. Sostener esta hipótesis significaría entender que en razón de su lucha, las graves vulneraciones a los derechos humanos están justificadas, o lo que es más grave aún, la condición de víctima se definiría en función del agente que comete el delito y no en razón del hecho víctimizante, en este caso una persona perdería su condición de víctima del desplazamiento forzado si quien originó el hecho fue la guerrilla de las Farc.
Una paz duradera pasa por el reconocimiento y garantía de los derechos de las víctimas, la verdad es una condición en el proceso de reparación y reconciliación, señala Mauricio Acosta González, quien le pide sensatez a los negociadores de las Farc en este asunto.
Sensatez habrá que pedirle a los negociadores de las Farc en este tema, ellos deben comprender que el logro de una paz duradera pasa necesariamente por el reconocimiento y garantía de los derechos de las víctimas, que la verdad es una condición en el proceso de reparación y reconciliación, pues no podemos volver a repetir la frustrada experiencia de la Ley de Justicia y Paz.
No pierdo el optimismo frente al proceso, nadie puede negar que la construcción de la paz es una tarea de altibajos, que en algunos casos puede resultar desalentadora, pero no por ello inalcanzable. Alentadoras fueron las palabras de Angelika Rettberg: hay que preguntarse cómo, aún sobre los escombros más escabrosos y obstáculos aparentemente insalvables, pueden construirse las bases de una paz duradera.
* Politólogo y analista de conflictos.