Foto: Humberto de la Calle, jefe del equipo negociador del Gobierno. ‘Iván Márquez’ de las Farc.
Instalada la segunda fase del proceso de diálogos y negociaciones en la ciudad de Oslo, quedó claro que este proceso no es fácil ni está asegurado su éxito; muy por el contrario, luego de lo visto en la lejana Oslo, esto puede ser el cuarto fracaso y podemos seguir en el pantano de la violencia, un pantano de medio siglo que nos deja demasiadas heridas y muchos temas por resolver.
Lo que empezó, con las dos delegaciones, Gobierno nacional y Farc, como un acto ante la prensa, con los buenos deseos de los diplomáticos noruegos y cubanos, que en su condición de países garantes iniciaron en un tono de apoyo y augurando que esta fase sea exitosa y traiga el fin de la conflicto armado, continuó con la intervención del jefe de la delegación Colombiana, Humberto De La Calle, que en un tono tranquilo, expuso las coordenadas que guían al gobierno: discreción, celeridad, propuestas concretas, para lograr convertir a esa organización guerrillera en una fuerza política sin armas.
El discurso del jefe de la delegación de Gobierno fue tranquilo, si se quiere conciliador, abierto a buscar formulas de entendimiento, reconociendo que son muchísimas las diferencias entre este par de actores: Estado y Farc, que piensan de manera muy diferente, pero que el propósito era lograr construir un acuerdo realista, viable de materializar y que lograra el propósito de sacar la violencia de la política y posibilitara que una guerrilla sin armas participara de la vida política colombiana, palabras más, palabras menos, esa fue la presentación de De La Calle.
Cuando tomó la palabra Iván Márquez, en representación de las Farc, se explayó en una crítica al orden social, político y económico, y dejó sentada la tesis de que la construcción de una paz con justicia social, implica la remoción de todo lo que consideran ha impedido “el buen vivir”, concepto acuñado en las tierras bolivianas de Evo Morales, quien, en reiteradas ocasiones, ha criticado la persistencia de las Farc en el alzamiento armado.
Lo sucedido en Oslo es un mensaje claro para el Gobierno: esto no está cocinado como muchos creen ni es fácil. Lo visto en la capital noruega es sólo el principio de una negociación que será compleja y tensa, pero necesaria para allanar el camino a la paz.
Las palabras de Iván Márquez cayeron como baldado de agua fría en el jefe negociador del Gobierno, quien en la segunda parte del acto, cuando se abrían a preguntas de los periodistas, lució tenso y con semblante duro, reaccionando al discurso del guerrillero, el cual consideró que se salía del marco del acuerdo firmado el 26 de agosto en La Habana, al pretender ubicar la discusión no en cinco puntos sino en todas las causas que las Farc considera que deben ser removidas para lograr la vida digna por la que han manifestado luchar y razón de su apuesta armada, así las propuestas y la forma de concretarlas sean un enigma o bastante borrosas para que hayan logrado un respaldo ciudadano importante en medio siglo de su historia.
Lo sucedido en Oslo, no debe dejar un sabor amargo; muy por el contrario, es la constatación de que las Farc no llegan a esta fase mostrando “las ganas” por un acuerdo rápido y de pocos contenidos, quieren colocar debates largos y anchos en muchos temas, y está por verse si en el gobierno del presidente Juan Manuel Santos puede y quiere colocar en la mesa de diálogos y negociaciones, asuntos de fondo en los cuatro puntos sustanciales, ya acordados: desarrollo rural, participación política, narcotráfico, verdad y victimas.
Para algunas miradas, Iván Márquez se fue lanza en ristre contra el proceso, tratando de ganar puntos en la puja interna, fuerte y abierta, que hoy hay en las Farc por su futuro y la forma en que se asume este proceso, lo cual hay que verlo como algo normal en una organización grande y con muchas ramificaciones organizativas, historias regionales, liderazgos y mandos, que están viviendo la posibilidad de dejar su esencia armada y violenta para reconvertirse en una organización que renuncia a las armas y debe definir su rumbo en la política colombiana, con una carga de desprestigio enorme en una Colombia urbana, que ha sido distante e ignorante de ese mundo rural, donde las Farc hecho y mantiene raíces.
Lo sucedido en Oslo es un mensaje claro para el Gobierno: esto no está cocinado como muchos creen ni es fácil. En manos del Gobierno y de la sociedad que quiere lograr un acuerdo está el reto de ser activos en construir el conjunto de reformas que puedan ser la sustancia del acuerdo y por supuesto de una guerrilla que quieran salir de la guerra, con temas importantes, pero que más que discursos y proclamas, importantes y respetables por supuesto, igualmente deben demostrar con su capacidad de propuesta concreta y viables en medio de un orden de intereses capitalistas que ejercen, si es posible encontrar un camino compartido, para los intereses de un mundo rural excluido y perseguido en el que creció y se expandió las Farc.