Foto: Barack Obama celebra el triunfo junto a su esposa Michelle Obama | vía facebook/barackobama
/ Por Marco A. Gandásegui*. El triunfo electoral del presidente Barack Obama no sorprendió. Los observadores políticos predecían su victoria, aún por estrecho margen. En todo caso, su triunfo fue más obra de su contrincante, Mitt Romeney, que del propio mandatario norteamericano. Durante su campaña, el presidente reiteró una y otra vez las fallas que el pueblo de su país le había criticado. En primer lugar, su obsesión por salvarle a los banqueros sus inmensas fortunas adquiridas en los últimos años. En segundo lugar, mantener y reforzar el enorme aparato militar a escala global. Por último, Obama ganó a pesar de apagar la luz de la esperanza que prendió en la campaña de 2008.
Pareciera que la estrategia de Obama y de su equipo es mantener un delicado equilibrio entre las fuerzas que intentan recuperar el poderío industrial de EEUU y los sectores que optaron por apropiarse de una creciente porción de las riquezas mundiales. Los primeros creen que pueden recuperar las tasas de ganancias perdidas en los últimos lustros incrementando la masa de trabajadores empleados a escala mundial. Los otros, apuestan a lo que llaman la “captura de las ganancias”. Es decir, adueñarse de todas las riquezas producidas sin necesidad de hacer partícipes a los trabajadores de una porción, aunque pequeña, de los excedentes.
Obama repitió durante su presidencia, y continuó durante su campaña, que tenía como objetivo reducir el desempleo e impulsar el consumo de los trabajadores. Los financistas, las capas medias, los trabajadores y el mismo Obama creyeron poco en el discurso. Tenía la ventaja sobre su adversario en la medida en que éste le prometía al electorado más de la medicina que ofrecía George Bush: Pérdida de poder de compra, ninguna posibilidad de recuperar el estilo de vida que incluyera bienes de consumo duraderos – vivienda, carro, otros – reducirle los impuestos a los más ricos y continuar exportando empleos al exterior. Incluso, Romney lo enmarcó en una fantasiosa relación de “libre comercio” con América latina.
Sin decirlo, Obama representa el gran capital norteamericano y sus socios globales que buscan desesperadamente una solución a la parálisis -¿recesión?- de la economía capitalista. No tienen una solución que ofrecer y temen cometer un error que pueda tener resultados catastróficos. Están atrapados en un círculo vicioso que no avanza y los lanza a guerras sin estrategias y aventuras guerreristas sin fin.
Operan bajo el supuesto que el problema se reduce a resolver el problema fiscal de EEUU. Obama y los republicanos se pelean en torno a lo que llaman el “precipicio fiscal”. Es decir, la deuda de EEUU ha superado el producto interno bruto, en gran parte, culpa de las guerras de Bush y el despilfarro. Obama prometió controlarlo y no pudo debido a las peleas con los republicanos. Obama insiste en que se puede equilibrar el presupuesto si los ricos pagan impuestos, si se pone fin a las guerras y se recortan programas innecesarios. Los republicanos aseguran que se puede bajar el presupuesto sin cobrarles impuestos a los ricos y aumentando el presupuesto militar.
El problema de fondo, sin embargo, es que la economía no produce las riquezas necesarias para mantener una máquina tan grande y sofisticada como la de EEUU. Se sigue endeudando imprimiendo más billetes y ofreciéndolos como crédito a todos los países del mundo. Obama tiene la obligación de parar el juego o el país se cae por el “precipicio fiscal”.
El presidente Barak Obama insistió, durante su campaña, en el objetivo de reducir el desempleo e impulsar el consumo de los trabajadores. Los financistas, las capas medias, los trabajadores y el mismo Obama creyeron poco en el discurso.
La política republicana durante la campaña prometió más guerras, más pobreza e inestabilidad global. A pesar de lo peligroso que representa este camino, muchos sectores frustrados de EEUU platean aún posiciones radicales, que incluyen enfrentamientos innecesarios. Para quienes racionalizan este pensamiento conservador neo liberal, se refugian en la tesis de la creatividad destructiva. Es decir, para construir una sociedad nueva hay que destruir lo existente, especialmente a las organizaciones laborales y la riqueza cultural acumulada durante varias generaciones.
Obama insistió en su programa basado en elevar los niveles de productividad, incursionar en áreas tecnológicas renovadas e incrementar la competitividad de la industria de punta de EEUU. Todos se reducen a elevar la tasa de ganancia. Este discurso presenta serias dificultades para alcanzar su objetivo. En primer lugar, para alcanzas esas promesas tiene que invertir fondos que no tiene. Por el otro, la propuesta implica dejar atrás una mayoría de los trabajadores tanto norteamericanos como del resto del mundo. Los logros en su momento pueden ser espectaculares (telecomunicaciones, el programa espacial, Internet y los inventos militares) pero su capacidad para continuar revolucionando el sistema capitalista se enfrenta a sus propias contradicciones.
El capitalismo del siglo XX – y su variante norteamericana – logró constituir un bloque hegemónico que incluyó tanto a empresarios como trabajadores en EEUU. El bloque pareció consolidarse con el colapso de la URSS y el triunfo de Obama en 2008. Incluso, la declinación económica no hace mella significativa – aún – sobre la hegemonía cultural. Es interesante notar que según un estudio reciente, mientras que el 80 por ciento consideraba el sistema de “mercado” el mejor para EEUU en la década de 1980, en la actualidad, bajo a sólo el 50 por ciento.
El triunfo de Obama sin mucha alegría y con poca esperanza, es posiblemente una primera señal de una crisis de hegemonía que ponga fin al culto al mercado y al consumo.
El gran ausente en la campaña electoral norteamericana de 2012 fue América Latina: Cuba, México y Venezuela, estrellas en la agenda política de Washington fueron opacados por otros problemas. No es que no existen. Es que para ambos partidos de EEUU, los puntos de inflexión (issues) no eran relevantes para definir las posiciones más significativas. El discurso de Obama se olvidó de 2008, de Bush, Guantánamo, Chávez, los hermanos Castro y engavetó la migración de millones de mexicanos. Romney, a última hora, mencionó su interés en resucitar a ALCA, supuesta salvavidas norteamericana frente a la creciente competencia china. Obviamente, América Latina ocupa un lugar en la agenda. Pero este se encuentra en el mercado cultural, alta tecnología, el control sobre la guerra contra las drogas, la dominación militar y el monopolio agrícola. No compite en las áreas de los commodities (materias primas), finanzas regionales e industria pesada o transporte.
Los próximos cuatro años de Obama estarán concentrados en negociaciones con China y sus amigos asiáticos, en someter al Medio Oriente y reordenar su alianza europea donde Alemania será el eje principal. En los márgenes de su política, tendrá cuidado de no perder de vista a África y a América Latina. Un mal paso o una nueva correlación de fuerzas con China, sin embargo, puede tener un impacto inesperado sobre lo que hoy constituye una relación triangular entre Obama, los líderes chinos y los países latinoamericanos.
* Marco A. Gandásegui, hijo, es profesor de sociología de la Universidad de Panamá e investigador asociado del Centro de Estudios Latinoamericanos Justo Arosemena (CELA)