Petro, el “antimazuera”

/ Por Otty Patiño*. En los años cincuenta del siglo pasado, Bogotá registraba menos de 700.000 habitantes, la décima parte de los de ahora, pero tenía un sistema limpio y eficaz de transporte, el tranvía eléctrico, cuyas redes cubrían prácticamente todo el perímetro residencial urbano. El tranvía eléctrico transportaba diariamente cerca de 150.000 pasajeros, proporcionalmente a la población un número mayor de los que ahora transporta Transmilenio. La desaparición del tranvía significó, como nos lo recuerda Enrique Santos Molano, el principio de la guerra del centavo.

¿Y cómo fue eso? Algunos dicen que el acabose del tranvía ocurrió durante la revuelta del 9 de abril de 1948, cuando la muchedumbre enfurecida por el asesinato de Gaitán se dedicó al saqueo y al vandalismo. Falso. En esa trágica fecha hubo algunos tranvías quemados por los insurrectos, según el  personero de la época, instigados por los transportadores privados que aprovecharon el caos para golpear el transporte público. La muerte del tranvía ocurrió tres años después, en 1951, cuando el alcalde Fernando Mazuera Villegas mandó a tapar los rieles que conducían al centro de la ciudad con una gruesa capa de cemento y le entregó el servicio público a los transportistas privados.

Ese relato lo contó con descaro el propio Mazuera en su libro “Cuento mi vida”, publicado en 1972 por la editorial Antares. Mazuera Villegas fue un extraordinario negociante, un hombre de fortuna, que aprovechó su estadía en la alcaldía para enriquecerse con  terrenos ubicados en lugares favorecidos por los trazos de las avenidas que ordenaban la expansión urbana de una ciudad que crecía a un ritmo vertiginoso.

Un ejercicio de comparación histórica es pertinente para mostrar la gestión de un alcalde y otro en épocas distintas.

El llamado cartel de la contratación es un inocente juego de niños traviesos comparado con el aprovechamiento personal de lo público, cometido en ese entonces por Mazuera y sus socios.

En 2012 llegó a la Alcaldía Mayor una persona diametralmente opuesta. Que detuvo a esos urbanizadores insensibles al daño que vías como la ALO le pueden hacer a la ciudad. Un alcalde a quien le preocupa la pobreza de muchos y que abarató el agua y el transporte público, por primera vez, en la historia de Bogotá.

Que está tratando de revitalizar el viejo corazón de esta metrópoli, agobiado por la indiferencia, la  polución y la falta de memoria. La Séptima, la Calle Real, allí donde alguna vez discurrió el tranvía y donde, en alguna de sus calles, asesinaron a Gaitán. Para que sea otra vez un sitio hermoso, limpio y seguro. Un corredor cultural. Un sitio de memoria, vida y paz. Un lugar de los bogotanos.

* Otty Patiño es ex constituyente y Director del Observatorio de Culturas de la Secretaria Distrital de Cultura de Bogotá.

/ Columna tomada de Humanidad, periódico oficial de la Alcaldía Mayor de Bogotá., D.C Ed. # 11 http://www.bogota.gov.co 

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