/ Por José Giron Sierra*. Más en espacios privados que públicos, se ha venido ventilando la crisis de sostenibilidad por la cual atraviesa ya hace varios años el sector social y de manera más específica las Organizaciones no Gubernamentales. Esta crisis, que ya está llegando a niveles irreversibles, amenaza con afectar buena parte del tejido social que costó muchos esfuerzos construir,hace ya mas de treinta años, sin que esto, por lo menos hasta ahora, suscite la reacción ni de ciudadanos ni de gobernantes.
Varios son los componentes de esta crisis. El más visible y el más obvio, es el retiro de la cooperación internacional de Colombia y de América Latina en general, dado que su nivel de desarrollo parece situarse a nivel medio no obstante que el continente aqueja uno de los grados de inequidad más altos del mundo. Sin duda está también, la crisis del capitalismo que lleva cinco años sin poder salir de la recesión y que, cuando de recortes se habla, en primera línea se ponen los limitados recursos para la cooperación.
No dejan de tener relevancia los cambios en la cooperación imponiendo criterios tecnocráticos que han hecho inviable al movimiento social; lo es de igual forma el hecho de transformarse en una competencia al asumir la operación de los proyectos y al decidir la opción de privilegiar su relación con los Estados y no con la sociedad civil organizada. Están, de igual forma, las políticas de los gobiernos locales que no han tenido una posición clara frente al papel de las organizaciones sociales que han querido colocar sus saberes al servicio del desarrollo de sus programas de gobierno, imponiendo condiciones ruinosas y absolutamente desventajosas. Finalmente juegan un papel relevante las dificultades de las organizaciones sociales para repensarse en un escenario en extremo cambiante y generador de múltiples incertidumbres, cayendo en una estrategia de sobrevivencia liquidadora y disolvente.
La crisis del capitalismo lleva cinco años sin poder salir de la recesión, y cuando de recortes se habla, en primera línea se ponen los limitados recursos para la cooperación.
Un escenario como el expuesto, en un territorio como el antioqueño donde el tema de las violencias, la inequidad y la precariedad de su democracia son relevantes, preocupa en extremo. La existencia de un pensamiento crítico en el campo de los derechos humanos, la urgencia de desarrollar el Estado de derecho ante poderes locales autoritarios y la búsqueda de alternativas a un conflicto armado que ha mostrado sus más perversas manifestaciones de degradación, parecen encontrase en serio peligro y cuyo vacío debería hacer pensar a propios y extraños.
Las preocupaciones son muchas y no es para menos. Salta la pregunta por el lugar en donde están colocando las organizaciones sus esfuerzos apara salir del atolladero en que se encuentran. Al respecto, son las salidas individuales las que se destacan y muy centradas en una sobrevivencia de muy mediano plazo. Muy poco se reflexiona sobre un modelo de organización que a todas luces se ha agotado y menos aún sobre las innovaciones en el que hacer que reclama un mundo global y un territorio que han cambiado de manera importante o cuyos problemas después de muchos años de intervención ahí están como si nada hubiera pasado. También, son muy pocas las miradas hacia un escenario de alianzas que le den vida a nuevas organizaciones con dinámicas y contenidos más pertinentes e innovadores a las problemáticas que deban enfrentarse. Por momentos pareciera que sin explicitarlo, se invitara a un salto al vacío, a la liquidación.
No sé que tan tarde sea, pero bien valdría la pena una buena dosis de generosidad y la urgencia de hacer un alto para que sean las afinidades y el compromiso ético y político con la región, con el país, con la democracia y con la construcción de la paz, lo que precipite decisiones con respecto a mantener un tejido social pero renovado, que no se renuncie a desarrollar un pensamiento crítico que contribuya eficazmente a la construcción del Estado de derecho y que no deje de desarrollar ideas para superar la inequidad y la exclusión social. También es un llamado a los gobernantes que se han inscrito en proyectos de gobierno alternativos y democráticos, que por acción o por omisión estarían contribuyendo a profundizar esta crisis y que no siempre han mirado con buenos ojos aquellos que se atreven visibilizar sus falencias, para que se ocupen de esto como algo sustancial para sus territorios que demanda soluciones a corto plazo.
/ Por José Giron Sierra
*Analista político