En la Calle 39 con Carrera 28 A -11, en el sector de Teusaquillo en Bogotá, se encuentra ubicado un museo ambiental, que difícilmente puede pasar desapercibido ante los ojos de las personas que transitan por este lugar, porque está adecuado con material reciclable, en un barrio de tradición conservadora, que hacen que este luzca como un lugar abandonado, donde solo se amontona basura, para más adelante reutilizar.
Este “museo ambiental”, como lo llama Francisco Antonio Zea Restrepo, un hombre de unos 55 años aproximadamente, que es su propietario, fue pensado durante su estadía en París, donde estuvo radicado durante siete años, mientras estudiaba en la Escuela Nacional Superior de Artes de Paris, en donde se dio a la tarea de reflexionar sobre lo que quería ser, y lo que el mundo le imponía. Al final se decidió por lo que quería ser: una persona irreverente, que no sigue los prototipos que la moda y la sociedad impone en los demás, y es ese estilo el que le ha impuesto a los cinco lugares en donde ha vivido, siendo el de Teusaquillo en Bogotá, el último de todos.
Este museo se ubica en una casa esquinera, de uno de los sectores más conservadores de Bogotá, el que según cuenta su dueño, ha sido víctima de los hostigamientos de sus vecinos, a quienes culpa de haberle prendido fuego en dos ocasiones y de romper los vidrios de las ventanas del primer piso. Francisco asegura también que ha tenido que acudir en cinco ocasiones a los juzgados por diferentes querellas que han interpuesto, quienes conviven con él en el barrio.
Toñito, como se hace llamar el propietario de este museo, se siente tranquilo, porque ha logrado salir adelante con su idea ambientalista, al mantenerla a pesar de la gran oposición que han ejercido las personas que viven a su alrededor, quienes no logran entender ¿cómo una persona en sus cinco sentidos, puede habitar un lugar en esas condiciones?, asegura doña Magda, una propietaria de residencias estudiantiles, vecina del sector.
La casa no es un lugar común, el que ingresa a ella se encuentra con material reciclable desde la puerta de entrada, hasta la cocina, como vasos, botellas de vidrios y plástico, cajas de cartón en distintos tamaños, zapatos viejos, papeles de todos los estilos, cartulina, sillas viejas en madera y plástico, cables de luz, etc.
En este sitio nada se desperdicia, todo se ocupa en algún momento asegura toñito, quien a pesar de vivir en un hábitat, donde aparentemente todo es un caos, sabe a ciencia cierta dónde se encuentra cada cosa y ninguno de los objetos que acumula se pierden.
Lo que a simple vista parece ser una casa que se la tomó la basura y el desaseo, es el museo ambiental creado por el pintor Francisco Zea Restrepo en el barrio La Soledad de Bogotá. Aunque sus vecinos ven el lugar como un muladar, él quiere mostrarle a la sociedad a dónde la llevará el consumismo.
Lo que hoy es considerado como un “museo ambiental”, no siempre fue así. Un día perteneció a Rosa Margarita Restrepo su tía, quien ahorró durante toda su vida para comprarla, y murió al día siguiente de haberla adquirido, con la salvedad de que en el momento en que la escrituró dejó claro, que cuando faltara, esta quedaría en manos de su sobrino toñito.
La casa la componían dos habitaciones, un baño y una cocina, y siempre procuraba estar bien arreglada. Hoy día esta misma residencia, a la vista de cualquier persona del común, luce como un lugar abandonado invadido por habitantes de la calle, sin que nadie se alcance a imaginar, que en ella habita un pintor ganador de varios premios internacionales, como el que otorga el Consejo de Estado en Mónaco, entregado por el príncipe Rainero.
La verdadera razón de adecuar su casa de esta manera, es que estando en París, un día vio la necesidad de mostrarle a la sociedad en lo que se ha convertido el planeta.
Este artista, quien vive de las ganancias que le dejan sus cuadros, hizo entonces las modificaciones necesarias para convertirla en el que él llama “museo ambiental”, pero no con la lógica tradicional, la que muestra a través de imágenes en video y fotografías, mensajes que invitan a cuidar los valles, ríos y montañas, sino en todo lo contrario, como “estrategia de choque”, para que el que la visite, sienta ese rechazo por el lugar y sus condiciones, y se dé cuenta de lo que está provocando en el planeta, sino cambia su lógica de consumo.
Dentro de esas adecuaciones que hizo toñito para convertir su lugar de vivienda en un museo ambiental, está también su presentación personal. Poco le importa la moda, por eso viste con prendas viejas sucias y malolientes; de su cara se desprende una larga barba gris, no porque este sea su color natural, sino porque es el tono que le da la acumulación de la mugre diaria. Su peso de más de 100 kilos, no le permite moverse mucho, por lo que permanece en su casa la mayor parte del tiempo, sentado en un viejo sofá en el segundo piso donde duerme y cuida de su madre que habita en un cambuche, acomodado en una especie de cielo raso, donde se encuentra todo el día acostada padeciendo los achaques de la tercera edad.
Las condiciones de humedad y aparente desorden en el que permanece esta casa, no es razón para que no sea visitada, por el contrario a diario se ve grupos de estudiantes de sociología, medio ambiente y artes, que acuden a ella, para escuchar las charlas y conferencias que sobre estos temas, dicta su propietario, considerado por ellos como un verdadero best seller, quien además asesora proyectos medio ambientales a ONG’S, asociaciones y prepara un trabajo en este tema con Canal 13.
Toñito dice que no le molestaría que su idea de hacer de su lugar de vivienda un “museo ambiental”, con una lógica no tradicional, sea copiada por personas que se identifiquen con su causa, y espera estar vivo para ver y disfrutar del hecho, de cómo el lugar que sus vecinos han querido cerrar a las malas, se reproduce sin que nadie lo pueda evitar.
* Fotos, Giovanni Moreno. Textos, Oscar Sevillano.