Fabrizio Hochschild asegura que beneficios del fin del conflicto deben ser inmediatos.
Algo tuvo que ver Fabrizio Hochschild, el nuevo jefe de la misión de Naciones Unidas en Colombia, con el fin de las guerras en Kosovo, Timor Oriental y Burundi. En todas ellas fue enviado de la ONU para el mantenimiento de la paz.
Todavía su voz tiembla y sus ojos se enjuagan cuando recuerda cómo viejos amigos de Sarajevo (en la antigua Yugoslavia) con quienes salía a tomar café y a compartir historias familiares, se convirtieron “de la noche a la mañana” en feroces enemigos a quienes había que matar por la irrupción de la guerra étnica, a comienzos de los noventa. (Lea también: Una pata coja en la mesa de La Habana / Análisis).
Cuando Hochschild habla de la guerra lo hace con dolor. Con rabia. Ha tenido que testimoniar su crueldad en todas las formas, pero también ha sido artífice de paz.
Al arribar a Colombia en plenas negociaciones entre las Farc y el gobierno del presidente Juan Manuel Santos, Hochschild se declara “optimista” de que se llegue al fin del conflicto y advierte que la paz hay que buscarla cuantas veces sea necesario.
¿Usted pidió venir a Colombia?
Sí, quería venir. Conozco a Colombia de varias visitas anteriores. Vine en 1997 como parte de una delegación de la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (Acnur), con el fin de estudiar la apertura de una oficina en el país. También vine varias veces como jefe de operaciones de la oficina del Alto Comisionado para los Derechos Humanos. Tengo amigos colombianos y tenía muchas ganas de venir.
Mi experiencia en la ONU en las áreas de derechos humanos, construcción de paz y desarrollo rural, tanto en la sede como en el terreno, me ha permitido trabajar en operaciones de muy diferentes tipos y me ayuda a entender la complejidad de la problemática que apoyan Naciones Unidas en Colombia.
Usted ha estado en misiones de paz de la ONU en países que han soportado las peores guerras. ¿Qué piensa del conflicto colombiano?
Después de estar aquí dos semanas, aunque tengo antecedentes, sería un poco prematuro y arrogante opinar sobre el conflicto en Colombia. Sé que hay un proceso de paz que queremos apoyar ciento por ciento. El Secretario General, desde que se anunció el diálogo de La Habana, manifestó pleno apoyo a esas conversaciones. La ONU y yo estamos aquí para apoyar y aportar al proceso en la medida en que el Gobierno y la mesa lo estimen apropiado.
¿Trae alguna misión especial de la ONU?
Vengo con la esperanza personal, pero que corresponde con la visión del Secretario General, de que mi trabajo en Colombia pueda atraer, asociado con el Gobierno y apoyando a las instancias estatales y a la sociedad civil, ayuda para los más afectados por la falta de desarrollo, de sus derechos, de asistencia humanitaria y de paz. Estamos aquí para conseguir resultados trabajando juntos, y reforzando las instancias nacionales para los que más lo necesitan.
Me ha tocado vivir en otros países donde la guerra se ha prolongado y encuentro que muchas veces esta es vista como un estado casi normal. En esas circunstancias uno no se da cuenta del obstáculo que un conflicto representa para hacer progresos en tantas áreas, y eso no se puede subestimar, es enorme. He visto algunas predicciones sobre el efecto del fin del conflicto en el PIB de Colombia. Otros países han pasado del tercer mundo a ser países del primero en meses, cuando se terminó la guerra.
El conflicto no solo significa que hay gente que se mata, atrocidades, amenazas, minas, también implica que no hay un espacio para que el Estado cumpla su papel: establecer servicios de salud, educación, construir infraestructura, crear enlaces entre una economía local y una global y permitir la creatividad de los habitantes.
Vengo con la convicción profunda del valor de la paz, no solo porque es algo que cada humano requiere para desarrollarse plenamente, sino porque el obstáculo al crecimiento, al desarrollo de regiones, de áreas, de personas es enorme cuando hay conflicto.
Usted dijo que ha visto cómo después de la guerra muchos países, solo en meses, pasaron del tercer mundo al rango del primer mundo. ¿Con Colombia podría pasar algo así?
Un país que tiene conflicto, comparado con uno que no tiene, es como tratar de correr una maratón con una sola pierna. Colombia, según todos los índices, ha hecho grandes progresos en los últimos años en reducción de pobreza, de inequidad, en atracción de inversión extranjera, pero estoy seguro de que terminando el conflicto y teniendo presencia del Estado en todo el territorio y las mismas posibilidades de desarrollo de Bogotá en los lugares más apartados, las posibilidades de desarrollo se van a incrementar.
Déjeme insistirle en tener su punto de vista más preciso sobre el conflicto colombiano.Es demasiado temprano. No es apropiado que yo haga una lectura del conflicto colombiano, que tiene una historia muy larga y muy compleja, estoy aquí aprendiendo. Lo que sí puedo hacer es una observación que he hecho de mis visitas anteriores y mi estado actual, y después una observación más general, que voy a dejar a juicio de ustedes y de los lectores: primero, Colombia tiene una democracia de las más antiguas del continente, niveles de educación mayores que en muchos lugares en el mundo; la tasa de mujeres que salen de las universidades es mayor que en muchos países desarrollados; tiene leyes, una capacidad judicial muy fuerte; una sociedad civil increíblemente variada y capacitada; capacidades en el Estado y en el Gobierno; un Estado muy sofisticado, como del primer mundo. Pero existe otra realidad con un gran desafío y una debilidad: las brechas entre las ciudades y lo rural, eso puede significar la prevalencia de violencia en muchos lugares. El hecho de que sigan los homicidios de defensores de derechos humanos, que haya más desplazamiento, más víctimas de minas y unas tasa bastante alta de pobreza extrema, es un asunto que debe llamar la atención.
Conseguir la paz es muy importante, pero el conflicto no es el único obstáculo para solucionar todos los desafíos que he mencionado. La paz permite liberar recursos para concentrarse mucho más en desarrollo rural, en la pobreza extrema, en terminar con la violencia que no está relacionada al conflicto.
Otro aspecto que quiero observar es que uno a veces subestima el mal que hace el conflicto, no solamente en las oportunidades de desarrollo y crecimiento, sino en el tejido social, en la ética de una sociedad.
A mí me tocó vivir una experiencia muy particular: estaba en Bosnia-Herzegovina en los años 90-91, antes de que comenzara el conflicto, me tocó estar allí después, cuando comenzó el conflicto, y volví cuando la guerra se había terminado, y lo más chocante fue ver los muertos, niños hechos pedazos por las bombas que venían de los serbios alrededor de Sarajevo, y algo que me afecta hasta hoy fue ver el cambio en la gente. Sarajevo era una ciudad reconocida por su tolerancia, una ciudad de primer mundo, con un alto grado de educación, era la ciudad que antes de la guerra había tenido los Juegos Olímpicos, y donde la gente estaba muy orgullosa por esa historia de tolerancia. Yo conocía a esa gente, fueron mis amigos, salíamos a tomar café, me contaban sus historias, y luego vi el cambio, cómo se pusieron con la guerra. El odio y la intolerancia les vino. Antes se llamaban por el nombre, sin saber sus etnias. Pero entró la guerra y de repente se dieron cuenta de que sus amigos tenían una etnia específica. Ya no hablaban de ellos por su nombre, hablaban de ellos por su etnia, y después no hablaban de ellos por la etnia: croata, serbio, sino que se inventaron otros sobrenombres peyorativos que les permitían matarse más fácil. Y eso fue producto de la guerra. No hay guerra limpia, hay guerra sucia o menos sucia. Una guerra limpia no es posible.
Lo que se necesita para que la gente haga eso, que no es natural, son dos cosas: la deshumanización, por eso uno deja de hablar del vecino que es del mismo pueblo, que es Juan, Pedro, y le da un sobrenombre, porque no se puede matar a Juan, pero sí se puede matar a un terrorista; y segundo, el miedo, porque la mejor justificación para hacer que la gente mate es crear miedo.
No se puede negar el efecto negativo de la guerra. Para superar el conflicto es necesario tener acuerdos sobre puntos que dieron origen a la guerra; pero, además, es necesario cambiar las actitudes y tratar de nuevo de humanizar, de ver al vecino no como otro grupo, o de caracterizarlo de alguna manera que lo deshumanice, que le quite el carácter individual.
Usted dice que para desactivar la guerra es necesario hacer acuerdos sobre los hechos que la generaron. ¿Es un poco lo que se hace hoy en La Habana?
Si entiendo bien lo que está pasando en La Habana es exactamente eso. He leído el acuerdo general y ahí hay una agenda con unos puntos que según algunos expertos están en el fondo de la guerra. Y eso es fundamental. Pero hay dos cosas más que quiero tocar a partir de mi experiencia general: uno es que llegar a un acuerdo es muy importante, es fundamental, pero la construcción de paz, que es más difícil a veces que la construcción de guerra, viene a partir de que se ha firmado el acuerdo, y ahí hay un gran trabajo por hacer; lo hemos visto en muchas situaciones de conflicto de los últimas décadas. Hay un muy alto porcentaje de países que ha vuelto a la guerra por el resurgimiento del conflicto después de unos años, y eso se debe en el 95 por ciento de los casos a que había mucha concentración en el acuerdo y no había suficiente concentración en lo de después, en el posconflicto. Es muy importante que la gente que está más afectada por la guerra vea de un día para otro, pero muy rápidamente, los beneficios de la paz. Estos no pueden ser solo un papel con 5 o 10 firmas, los efectos se tienen que sentir ahí mismo, en la piel, en sus vidas, en la posibilidad de moverse, en la ausencia de minas, en proyectos, en acceso a la tierra. Eso es lo que los va a llevar a convencerse de que no hay otra alternativa.
Y dos, tiene que haber cambio de actitud y disponibilidad de abrazar a la persona que antes era su enemigo. Si uno ve los ejemplos exitosos de paz que el mundo ha vivido en las últimas décadas, siempre había líderes como Mandela, de gran generosidad de espíritu, que miraron no tanto hacia atrás, que no dijeron ‘tengo que vengarme porque mataron a mis hijos, a mi esposa o porque me metieron a la cárcel’, sino que están pensando ‘qué país quiero para mis nietos’.
Usted estuvo tres días encerrado con líderes de toda Colombia que trabajan por la salida política. ¿Qué le llamó la atención?
Me impresionó la capacidad de la sociedad civil. En Colombia es impresionante la variedad política, lo que no entiendo aún es cómo esa diversidad parece que crea un problema en el sentido de que lleva a un conflicto. Así parece de lejos. El gran desafío para el país es cómo reconocer esta variedad como fuente de riqueza, oportunidad y desarrollo. ¿Por qué digo eso? Porque he estado en muchos y diferentes países y esa capacidad de formular argumentos, este coraje de hablar tan bien, no se ve en otros países. Colombia es muy especial y debe estar muy orgullosa en este sentido. También me sorprendió que hubiera tanto acuerdo sobre el apoyo a la paz, al proceso actual, a la necesidad de transformar la guerrilla en un movimiento político.
¿Cómo no estar optimista? ¿Cómo no puedo tener optimismo? Escuché a 1.600 colombianos de todo el país, desde el Partido Conservador hasta los más radicales, mujeres, víctimas, desde las zonas más pobres hasta voceros de empresas de Bogotá, todos apoyando el proceso de paz…
Pensar en el posconflicto desde ahora
“Hay un alto porcentaje de países que ha vuelto a la guerra por el resurgimiento del conflicto después de unos años. Eso se debe en el 95 por ciento de los casos a que había mucha concentración en el acuerdo y no había la suficiente concentración en lo que viene después”.
EDULFO PEÑA
Editor Político