Venta de etiquetas y alquiler de conciencias

Por: HÉCTOR HERNÁNDEZ AYAZO

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El aval electoral va camino de convertirse en una institución perversa que aumenta la desmoralización de nuestras costumbres políticas. De algunos partidos y movimientos emana la percepción de que pusieron en subasta el uso de su etiqueta para respaldar aspiraciones electorales para la alcaldía de Cartagena y, por otra parte, la abundante clientela necesitada del aval sin sonrojo pregona su disposición a alquilar su conciencia colocándose el rótulo de cualquier organización capacitada para candidatizar y simulando comulgar con ideas que nunca ha profesado. El aval pareciera convertido en la primera estación de la corrupción local.

Es el envilecimiento aceptado del ejercicio político electoral. Y digo aceptado porque la inmensa mayoría de los ciudadanos con su silencio ante las informaciones que dan cuenta de los movimientos de este mercado de avales pareciera consentir este tráfico repugnante. Desde luego, el fondo de los tratos es el gobierno y el presupuesto de Cartagena.

Un ciudadano que ha comprado el derecho a aspirar a la alcaldía y que de antemano reparte el gobierno y el presupuesto de la ciudad será un pésimo alcalde. Peor aún si ese comprador del aval pregona que no tiene pactos contuberniosos y que no repartirá la ciudad entre sus apoyadores, pues en tal evento, tendríamos a un tramposo y mentiroso en la alcaldía de Cartagena.

El remedio permanece en lontananza, como un borroso deseo que las gentes consideran irrealizable. ¿Quién podrá cambiar esto? es la pregunta que escucho a algunos espíritus inquietos, perturbados por esta degradación de los hábitos electorales, degradación que de modo fatal se traslada a la administración pública resultante de estos oscuros negocios. Se duelen algunos de que sean personas condenadas por la justicia, por delitos contra la administración pública o contra el sistema electoral por concierto con fuerzas ilegales, las que decidan quién regirá a la ciudad. Empero, el descontento se queda en murmullos y, quizá, luego votarán por el candidato de los delincuentes.

Salta a la vista el vacío de dirigencia en la ciudad. Ya que los partidos han fallado, de los gremios y sindicatos, de las aulas universitarias y de los colegios, de las asociaciones de profesionales y de los púlpitos de las distintas confesiones religiosas debiera surgir la voz que reclame un alto en esta escalada de desmoralización de la actividad pública. ¿Escucharemos que, en nombre de la moral, las distintas organizaciones religiosas pidan al ciudadano creyente que -como muestra de amor al prójimo víctima de la corrupción que se roba los dineros de la salud y la educación, de las obras públicas y del deporte, y de tantos otros menesteres- no vote por candidatos de innoble estirpe política?