Por «rojo», por estar en el país equivocado, por no seguir el realismo mágico, por conocer la verdad de la promesa de la minería, y por que a él no le interesa el estableciemiento.
1.Es demasiado rojo
Colombia es un país de talante conservador. Alfredo Molano estudió en la Universidad Nacional en Bogotá y en la década de los sesenta fue alumno, buen amigo y admirador del cura Camilo. Y sin embargo, siempre sospechó del comunismo. En parte porque su padre fue un rico terrateniente, con fincas en los Llanos y en Cundinamarca, y le tenía inquina a los comunistas. Y en parte, porque desconfiaba de toda militancia. Pero de izquierdas sí ha sido siempre: “De joven uno busca una posición con la que identificarse, porque si no, se lo chupa a uno el papá”, dice con razón. Siempre ha querido escuchar y dar voz a las guerrillas, algo que el establecimiento no tolera. Además, es sociólogo, y si por el establecimiento fuera, la carrera de Sociología no existiría. De hecho, la Universidad de Los Andes no la ofrece.
2.Está en el país equivocado
Mientras el establecimiento se ha concentrado en las ciudades, y sus haciendas están preferiblemente en las zonas planas, de tierra cara para ganado, Molano ha decidido retratar en su literatura un país olvidado y desprotegido, cuya existencia a las clases dirigentes, empeñadas en dar una buena imagen internacional, no les conviene admitir que existe. Ha retratado la cara humana del narcotráfico y el abandono por parte del Estado de las gentes más desposeídas. Son mucho más convenientes, para todo discurso político, las dicotomías: buenos y malos, terroristas y víctimas. La narrativa de Molano hace estallar el binarismo simplista del discurso del poder. Su mirada no es ni condescendiente, ni satanizadora. Molano le recuerda al lector que el campesino no es un ser ni decorativo ni ahistórico ni apolítico: es un individuo.
3.No es un realista mágico
La escritura de Alfredo Molano no hace alarde de su propia belleza. Es una escritura callada, que quiere invisibilizarse, radicalmente opuesta a esa otra, igualmente hermosa pero sin duda más orgullosa de su virtuosismo, que es la de Gabriel García Márquez. Molano jamás se ganará el Premio Nobel, y su estilo, de un realismo humilde, humano, pedestre y, por supuesto, trágico, esconde la poesía de sus frases al hacerlas pasar por objets trouvés. Molano quiere mostrar, no mostrarse. Eso va en contravía de la etiqueta de cualquier establecimiento.
4.Conoce como nadie la verdad de la promesa de la minería
La gran locomotora de la minería queda desvirtuada como discurso salvador de la economía después de leer a Molano. O más bien, sí que puede salvar una economía, pero Molano demuestra que no contribuye al desarrollo del país. Desde sus correrías por Guainía siguiendo a los colonos que buscaban oro, nadie como él ha descrito las dramáticas consecuencias de la explotación minera. Sus verdades no le gustan a las grandes multinacionales. Y todas las grandes multinacionales tienen en su agenda lograr los favores de la prensa y de los políticos para poder existir.
5.A él no le interesa el establecimiento
A un escritor cuya obra pone en evidencia las conexiones entre el bandidaje y la política nunca le va a interesar el establecimiento, ni siquiera como objeto de estudio. Lo aburre. Es él quien mira con poquísimo interés el juego de mutuos elogios y favores y reconocimientos del poder. Nunca se va a dejar seducir: por viejo, por listo y por solo.
Por: Revista Arcadia