La vida de Jani Silva, líder campesina del Putumayo, ha estado marcada por la violencia desde que era niña. Su historia es la de muchos campesinos cansados de la guerra.
Se disculpó cuando hablamos por teléfono. Se disculpó al exponer sus diapositivas. Se disculpó cuando leyó un documento. Se disculpó al final de la presentación. Se disculpó por no saber redactar. Se disculpó durante la entrevista. Jani Silva, líder de la Zona de Reserva Campesina de la Perla Amazónica, pese a llevar años en el activismo, es ajena a los protocolos. Su trabajo es rural, en el Putumayo, y su lucha es para poder ser campesina.
Apoya el proceso de paz y reclama el derecho constitucional a la paz. Ve en este proceso la oportunidad de que se reconozca la situación actual del campo colombiano y de los campesinos sin tierra. Quiere que se los incluya en los planes de desarrollo. Que haya un cese al fuego de todas las partes. Que desminen el territorio y se entienda que la paz no solo se construye desde las partes armadas, sino con el equilibrio de los intereses económicos de todos los que se han visto involucrados en el conflicto. Que ellos deben hacer parte de este proceso en busca de un avance hacia la justicia social. Sin embargo, señala que hay fuerzas que aún se oponen a la paz, al fortalecimiento de la soberanía de los pueblos y que hay poderosos intereses empresariales y económicos en juego en el territorio donde ella vive. Pero que hay un pueblo que se está despertando y levantando y busca defender sus recursos, sus derechos y su futuro.
La reserva que lidera Silva hace parte la Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (Anzorc), interlocutor del Instituto Colombiano de Desarrollo Rural (Incoder). Anzorc ha intentado participar del proceso en la Habana y está vinculada a los foros convocados por el Gobierno y las Farc, y coordinadas por la Universidad Nacional y el Pnud; la asociación presentó sus propuestas sobre el conflicto de la tierra en las mesas de paz del Congreso y en el Foro Agrario en Bogotá. De hecho las Farc tomaron estos documentos y presentaron las zonas de reserva campesina (ZRC) como una alternativa. Para Silva, fue una alegría que sus propuestas fueran acogidas, aunque cuestiona que se piense que estas vienen directamente del grupo guerrillero, y a esto atribuye parte de la estigmatización que las zonas de reserva campesina han tenido. Pese a esto insiste: «nosotros ya prácticamente vamos de salida. Lo hacemos por lo hijos y por los nietos. Por darles un futuro. Porque en realidad tengan derecho a un territorio (…) De pronto aquí en la ciudad no lo vemos como algo muy importante. Pero nosotros decimos que en el campo vivimos más o menos bien. Cuando no hay nada que comer simplemente se mata una gallina y se hace un sancocho. Entonces eso es lo que estamos reclamando, eso es lo que estamos discutiendo, ese derecho a vivir como campesinos».
Malas costumbres
“Ijueputa tus oras tan contadas”, “Deje de meterse en lo que no le importa vieja pirova lla ueles a formol malparaida ijueputa».
Este fue el mensaje de texto que recibió Jani el 20 de abril de este año. Pero ella, como Colombia, ya está acostumbrada a las amenazas. «Desde los 16 años yo no me conformaba con todo lo que ocurría. Entonces, la primera amenaza la tuve a los 24 y han seguido y han seguido». La voz tranquila y suave que acompaña sus palabras transmite una calma que poco tiene que ver con lo que está diciendo.
Sus ojos siempre están bien abiertos y sus cejas marcan un gesto de preocupación permanente. Parecen agotados. Jani estuvo presente en el paro cocalero de 1996. Miles de campesinos del Putumayo se movilizaron en contra de las fumigaciones para erradicar los cultivos ilícitos. La protesta se extendió al Guaviare, Caquetá, Bolívar y Norte de Santander. Más de 200 mil campesinos cocaleros marcharon. La movilización fue acusada de tener infiltración guerrillera, y el gobierno tuvo carta abierta para reprimirla. Murieron muchos y ahí estaba ella; embarazada y arrojándose al piso mientras veía morir a sus compañeros.
Jani se define como una superviviente y siente un compromiso con sus compañeros muertos. Sin alterar su tono de voz pregunta: «¿Qué pasó con lo muertos y desaparecidos del Putumayo? ¿Quiénes recuerdan los hechos violentos de represión en el paro del 96 cuando el ejército ametralló a la multitud? Cuando hay testigos de que los helicópteros recogían los cuerpos en esas mochilas donde veían los brazos y las piernas de las personas muertas, ¿cuándo se va a mostrar la participación y complicidad de las fuerzas armadas en las acciones cometidas por el paramilitarismo en el Putumayo?».
Jani decidió quedarse quieta durante un tiempo. Por su hija recién nacida y por sus demás hijos abandonó su actividad de líder campesina. En 1998 las acciones del Bloque Central Bolívar de las Autodefensas se volvieron casi cotidianas. Los cuerpos de las víctimas bajaban por el río. La población aterrorizada los sacaba y les daba sepultura, pero los paramilitares prohibieron recogerlos. Las víctimas quedaban trancadas y la población, que bebía agua de este río, no tuvo más que empujarlos con palancas para que siguieran la corriente de nuestra historia.
Siempre hay cosas que nos sacan de nuestra cotidianidad. Para Jani no fue la imagen más afortunada. Estaba con su hija en el río, cuando vieron bajar el cuerpo mutilado de una «muchacha». Le habían cortado los senos y las piernas. Jani tomó la decisión de perder la costumbre. «Ese día como que algo me tocó. Y me dije: si no hay nadie y yo no hago nada, ¿qué es lo que espera uno? Y a esa hora me puse a pensar que si la herencia que le vamos a dar a los hijos es eso, yo hice mal en tener cuatro hijos. No es por nosotros, es por los que vienen. Hay que tratar de generar condiciones para que ellos vivan dignamente, nosotros no lo hemos podido hacer. Esa es la fuerza que me impulsa, mis cuatros hijos y mis dos nietos y dos más que vienen en camino».
Retomó actividades. Se organizó y en 2000 oficializó la zona de reserva campesina de la Perla Amazónica. Hoy esta zona de reserva está compuesta por 52 familias desplazadas desde el 10 de abril. La guerrilla se encuentra en las veredas y el ejército está lanzando bombas. Caen, según Jani, a escasos 70 metros de las viviendas. La Cruz Roja Internacional tiene registradas a ciento treinta personas que se han desplazado por el estruendo y el pánico que han causado los bombardeos: «Los militares nos dicen que lo van seguir haciendo. Que es de acostumbrarse. Que suena duro, pero que tarde o temprano nos acostumbraremos». Colombia se acostumbró al ruido de la guerra. Pero estas costumbres pueden perderse. Jani cuenta que los niños sienten pavor. Que con solo caerse la tapa de una olla al suelo ellos gritan. No quieren ir a la escuela. La profesora, hace el esfuerzo de dejarles tareas y los pone a dibujar. «Dibujan helicópteros tirando balas, cañones, personas mutiladas. Ese es el ambiente en que viven esos niños».
Las zonas de reserva
Por necesidad hace mucho se vienen gestando procesos campesinos. Por necesidad ejercieron «autonomía de hecho», como ellos la denominan. Por la ausencia del Estado se convirtió en una forma de resistir al conflicto. Por necesidad, hacia la década del ochenta, llegaron colonos al corregimiento de la Perla Amazónica en el bajo Putumayo. Escapaban de la Violencia -con «V» mayúscula. Por necesidad ocuparon tierras baldías que fueron condicionando. Ya hacían presencia las Farc y el M-19, quienes luchaban por el control del territorio. Pero por necesidad, los campesinos se organizaron en el trabajo comunitario y fueron estructurando un proyecto que se concretó en el año 2000. Por necesidad, nació entonces en Puerto Asís la Zona de Reserva Campesina de Bajo Cuembí-Comandante. Se ubica en la llanura amazónica, al sur occidente del país. Es territorio fronterizo con Ecuador, pintado con un abanico de verdes, bañado por el río Putumayo y por sus afluentes Toayá, Cuembí, Lorenzó, La Piña, Chufiyá y Mansoyá. Son 23 veredas las que hacen parte de la zona, comprende unas 22 mil hectáreas y cobija unos cuatro mil campesinos.
Los campesinos buscan garantizar su permanencia en el territorio, exigiendo que se limite el latifundio. Quieren fortalecer la identidad campesina y recuperar y conservar el medio ambiente. Buscan un modelo de vida propio que les permita construir la sociedad en la que quieren vivir. Están cansados, y quieren participar en actividades que promuevan una salida política al conflicto colombiano. Exigen que el Estado limite la inversión de capital privado y las concesiones a empresas extractivas que choquen con su Plan de Desarrollo Sostenible. Quieren que este financie y cofinancie dicho plan de desarrollo. Buscan que se les garantice «la efectividad de los derechos económicos, sociales, culturales y ambientales de la población campesina, así como la participación en las instancias de planificación y decisión regionales y nacionales».
Son ambiciosos. El 31 de marzo de 2012, presentaron en Puerto Asís su Plan de Desarrollo Sostenible (PDS). Como señala Prensa Rural, involucra «proyectos basados en materia de saneamiento básico, acueducto, alcantarillado, vivienda, salud, educación, cultura, deporte, recreación, medio ambiente, productividad, y enfatiza en el respeto y reivindicación de los derechos humanos, la preservación de la vida humana, la defensa del territorio y la biodiversidad». Plantea la soberanía alimentaria y la economía justa, donde se promueve la diversidad de cultivos y la producción ganadera, pecuaria, avícola y acuícola.
Soberanía alimentaria y economía solidaria: dos conceptos que aprendieron de las Hermanas de Nuestra Señora de Guadalupe y que son ejes fundamentales de su proyecto. No hay grandes teorías, ni complicados términos administrativos. Jani lo explica de forma sencilla: «Cómo lo hacemos: hay unas veredas que tienen la caña y están produciendo panela. La Pedregosa, donde yo vivo, tiene cachama y se está produciendo arroz también. Entonces, la idea de la economía solidaria es ver cómo, así sea por medio de intercambio, se consume lo que producimos. Los excedentes los podemos cambiar y que todos podamos tener acceso a eso. También se están haciendo principios en comercialización, estamos llevando a Puerto Asís la panela y las cachamas, pues no contamos con todos los medios para hacerlo rápido, pero estamos empezando».
Suena sencillo y podría serlo. Pero los problemas siempre son imán de más problemas. Jani, reclama que en «el aspecto económico social y político, no existen políticas claras y programas estatales que atiendan las verdaderas necesidades de las comunidades campesinas. Estas están empobrecidas y agudizadas con el conflicto y particularmente el departamento del Putumayo». También protesta porque se han violado los derechos humanos en todos los niveles. Jani dice que la única presencia del Estado es militar, que buscando combatir a la guerrilla implementa políticas nocivas para la población rural. Reniega del Plan Colombia en cualquiera de sus fases, y afirma que los mismos erradicadores les piden a los campesinos volver a sembrar coca para preservar su empleo.
Cuenta que cuando crearon la zonas de reserva campesina fueron perseguidos y amenazados de muerte. Pero ella siguió trabajando. Llegó el gobierno de Álvaro Uribe y las zonas de reserva campesina se vieron obligadas a seguir en sigilo. La zona del valle del río Cimitarra, que cubría los territorios de Yondó en Antioquia, y Cantagallo y San Pablo en el Bolívar, fue clausurada por el gobierno; solo tuvo cuatro meses de vida entre 2002 y 2003. En 2011 el Incoder le volvió a dar vida jurídica, después de que la Asociación Campesina del Valle del Río Cimitarra (Acvc) ganara el Premio Nacional de Paz por sus aportes a la región
Pese a la desacreditación que sufrieron las zonas de reserva campesina durante el gobierno de Uribe, la Zona de la Perla amazónica también continuó. «Cuando empezó el gobierno de Álvaro Uribe a nosotros nos tocó quedarnos calladitos. No se podía ni decir que éramos Zona de Reserva Campesina… Zona de Reserva, la guerrilla y todo iba junto. Ahorita el gobierno de Santos, pues no digamos que es lo mejor que hay, pero al menos ha abierto esta posibilidad de que las Zonas de Reserva Campesina surjan (…) ahoritica es que estamos más envalentonados», dice Jani.
Están envalentonados. La Asociación de Desarrollo Integral Sostenible de La Perla Amazónica (Adispa), lucha por reactivar la zona. Cuentan con el acompañamiento en Derechos Humanos de la Comisión Intereclesial de Justicia y Paz, y las Misioneras de la Inmaculada Concepción. El Incoder se ha pronunciado intentando velar por los derechos humanos en el territorio de la Perla Amazónica. En abril de 2012 estuvo presente en la zona con los pobladores. En su comunicado del 13 de diciembre de ese año, el Incoder declararó que brindó orientación a las personas que tienen dificultades con los títulos de tierra y recibió solicitudes para titulación de baldíos en diferentes veredas de la zona. También se comprometió a dar copias de las resoluciones expedidas en su tiempo por el Instituto Colombiano de Reforma Agraria (Incora). Los pobladores están a la espera.
El proyecto que lidera Jani lleva tiempo y aún están aprendiendo. Darío Fajardo Montaña, antropólogo y profesor de la Universidad Nacional, señala como este es un aprendizaje de la vida cotidiana. Un aprendizaje que antepone la cooperación y la solidaridad a la tergiversada competitividad. Lo cotidiano se vive paso a paso y el proceso es largo, pero por lo pronto, tienen muchas gallinas de campo y una buena producción de huevos. Los llevan a Puerto Asís y venden la docena a seis mil, pero hay quienes se quejan porque son muy caros. «Son caros porque las gallinas solo comen maíz, y para preparar una gallina de campo prácticamente son 8 meses para que empiece producir- explica Jani-, Pero también está el valor nutricional. Decía un compañero que los huevos que comemos aquí, en la Zona de Reserva Campesina, son huevos con pasión».
Jani cuenta la historia de «Chelo». Un joven de la zona a quien llevaron a trabajar al Caquetá. Volvió a la Perla Amazónica hace tres años, «desplazado por la guerrilla, por los paras, por el ejército, por todos». Le gusta bolear machete y sembrar maíz. Le gusta el deporte, especialmente el fútbol. No sabe leer ni escribir. Lo cogieron en un retén y «le hicieron pagar servicio». Chelo le pidió ayuda a Jani: «Por favor ayúdenme, yo no quiero. Yo he visto muchos militares muertos. A mí no me gustan las armas, yo no quiero matar a nadie, yo no quiero pelear contra nadie». Pero el servicio es obligatorio y nada pudieron hacer. Unos días después de ser reclutado llamó a la líder campesina: «me volé, estoy por acá tirado en un alambre. Yo prefiero morirme, pero no voy a coger las armas. Me volé. Hágame el favor y ayúdeme a llegar mi casa». Chelo se escondió en una finca donde, según Jani, planea esperar 8 años, hasta cuando ya no tenga que prestar servicio.
«Por eso nosotros decimos ¡esto tiene que acabar!», sentencia Jani. Esta es la historia de personas cansadas de la guerra. Es la historia de gente que quiere ser campesina.
Por: Juan Pablo Conto Jurado, Mar, 2013-08-06 07:12
*Juan Pablo Conto es estudiante de la Maestría en periodismo del CEPER. Este reportaje se produjo en la clase Géneros Periodísticos I.
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