«Nos recuerda la costumbre de nuestra dirigencia de perseguir con métodos ilegales al opositor político.»
Es un contrasentido. Que estemos afanosamente buscando un acuerdo con las guerrillas para terminar nuestro enfrentamiento armado por razones políticas y al mismo tiempo se abra una guerra sin cuartel en las elites. Porque lo que hemos conocido en la última semana no es sólo la puesta en marcha de estrategias de guerra sucia en la contienda electoral. La gravedad de las denuncias, así como las investigaciones y capturas producidas, revela el nivel de enfrentamiento que protagonizan el Uribismo y el Santismo.
Ya JJ Rendón nos había acostumbrado al uso de métodos turbios para ganar elecciones. Juntos, Juan Manuel Santos y Álvaro Uribe, lo hicieron con lujo de detalles en la contienda presidencial pasada. No ahorraron esfuerzos para denigrar de Antanas Mockus y para molerlo sin misericordia. Como tampoco ahorraron mermelada que distribuyeron por montones a Congresistas, Alcaldes y Gobernadores para mover la máquina que eligió al candidato del Partido de la U. Nada de eso es nuevo. Lo novedoso es que esta vez no lo están haciendo juntos. Y que Santos tiene para sí solo los resortes del poder que antes compartió con Uribe. Y que se quedó con el polémico asesor venezolano.
Pero la fractura en la cúpula del poder es para alarmarse. Porque no es grave que la Coalición de Unidad Nacional y el Uribismo tengan opiniones encontradas respecto a la guerra y La Paz. Que compitan por la Presidencia ofreciendo agendas de gobierno que se empeñan en presentar como distintas. Que usen el proceso de paz de La Habana con fines electorales. Lo preocupante son los métodos a los que están acudiendo, los límites que están violando, las heridas que se están abriendo y profundizando. No sería la primera vez en nuestra historia que una polarización en las élites nos conduzca a un ciclo de violencia. Ni que un pacto de paz sin un proyecto de reconciliación nacional desemboque en un nuevo conflicto armado.
Y esos métodos expresan rasgos nefastos de nuestro régimen político. Que narcotraficantes paguen lobistas para buscar un acuerdo con el Gobierno y que de ello puedan tener conocimiento altos funcionarios del Estado nos devuelve a los tiempos en los que fuimos señalados como una “narcodemocracia”. Y esta denuncia no se puede despachar con la descabellada teoría de que todo es producto de una conspiración del gobierno venezolano de Nicolás Maduro, ahora aliado, léase bien, de Álvaro Uribe Vélez. Como resulta escalofriante el descubrimiento de una agencia de chuzadas conectada de cualquier forma con la campaña de Óscar Iván Zuluaga que nos recuerda la sempiterna costumbre de nuestra dirigencia de perseguir con métodos ilegales al opositor político.
Lograr un Acuerdo de Paz en La Habana es un paso fundamental para la convivencia democrática. Como también lo es un proceso con el ELN. Pero se necesita que estos procesos se inscriban en un proyecto de reconciliación nacional. Y me temo que ni Santos, ni Zuluaga están en condiciones de ofrecer un ambiente y una agenda de despolarización del país. Como bien lo advierte Peñalosa, sería un gobierno en venganza contra su enconado adversario político.
Por : Antonio Sanguino
@AntonioSanguino
Tomado de: http://www.kienyke.com/kien-escribe/reeleccion-juan-manuel-santos/