El candidato presidencial Oscar Iván Zuluaga promete mano dura contra las Farc de Colombia – prometa deshacer años de trabajo hacia la paz.
Después de cuatro años de un gobierno que ha venido moviéndose cuidadosamente más allá del lenguaje de la guerra, que caracterizó a la administración anterior, el candidato presidencial del ala de extrema derecha podría terminar el sueño frágil de la paz y la modernidad en Colombia para otra generación.
Oscar Iván Zuluaga, un ex-ministro de finanzas prácticamente desconocido en Colombia hace unos meses, obtuvo una notable victoria en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de la semana pasada, con su promesa principal de suspender las negociaciones de paz con la insurgencia guerrillera.
El ex-presidente Álvaro Uribe, quien trajo seguridad a gran parte de Colombia, a expensas de los derechos humanos y de muchas vidas inocentes, y que sigue siendo el político más popular de Colombia, es el autor intelectual de su campaña.
El rival de Zuluaga en la segunda ronda es el actual presidente de Colombia, Juan Manuel Santos, quien una vez fue el elegido de Uribe, y su ex-ministro de defensa, pero ahora es objeto de ataques furiosos por haber comenzado las negociaciones en Cuba con las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, (Farc), el grupo guerrillero izquierdista.
Santos ha sido sorprendido con la guardia baja, su manera relajada y confiada de hacer campaña ha sido expuesta como inadecuada frente a la propaganda de su oponente. El lenguaje del bien y el mal, la justicia y la venganza, es más atractivo para muchos que el lenguaje de la paz.
Pero mientras hablar de perdón y compromiso es anatema para la ultraderecha, y para muchos de los electores colombianos ahora atrapado en su retórica vitriólica, es común en las familias y las comunidades quienes conozco, donde el dolor y la pérdida son compañeros constantes. Líderes afro-colombianas, indígenas y campesinos me hablan de su deseo de regresar a su tierra y trabajar con dignidad y en paz – no les interesa cuánto tiempo los líderes de las Farc permanezcan en la cárcel.
Uribe y Zuluaga han pintado a Santos, un liberal económico de carne y hueso quién estuvo detrás de algunas de las victorias militares más importantes contra las Farc, como si estuviera aliado con el «Castro- chavismo. Lo critican por «entregar el país a los terroristas», una mentira absurda, ya que son las Farc quienes están teniendo que abandonar su ideología marxista para aceptar que una Colombia en paz será una economía moderna y capitalista.
Pero Santos, más un estadista que un activista, no ha logrado convencer al electorado que estas frágiles negociaciones de paz son importantes para la mayoría de los colombianos que no experimentan los estragos diarios de la guerra, pero cuyas vidas se ven afectadas por el gasto nacional desviados, la inversión extranjera reducida y las instituciones corruptas.
En un ejemplo del oportunismo político que marca su campaña, la posición de Zuluaga en las negociaciones de paz ha cambiado en los últimos días. Habiendo dicho que pondría fin a ellas, luego que las suspendeía, ahora dice que va a continuar con ellas en determinadas condiciones. Pero esto es imposible de creer, dado que Uribe pasó ocho años en el poder librando una guerra total contra las Farc y ha socavado las conversaciones de paz desde que comenzaron .
Además de todo esto, un vídeo ha surgido alegando la participación de Zuluaga en la piratería ilegal de comunicaciones del gobierno en un intento de sabotear el proceso de paz (el «hacking» en contra de sus opositores era una característica de la presidencia de Uribe). Zuluaga afirma que el video es un «montaje». Pero el escándalo no parece haber humedecido la apelación de Zuluaga a un electorado cínico después de décadas de violencia y promesas rotas. De hecho, la candidata por el partido conservador, Marta Lucía Ramírez, quien ganó muchos votos hablando en contra de la corrupción, ahora ha lanzado su peso apoyo a Zuluaga.
La comunidad internacional, que ha invertido tanto en los últimos años para apoyar la paz y la prosperidad, encontrará difícil de entender si los colombianos giran innecesariamente su espalda a la paz.
Frente a dos candidatos de derecha, el factor decisivo en esta elección reñida pueden ser los votantes izquierdistas y centristas. Algunos pueden abstenerse, señalando con razón que los dos hombres tienen políticas económicas similares. Pero muchos en el principal partido de izquierda, el Polo Democrático, junto con los líderes de los grupos indígenas, los sindicatos, y las víctimas del conflicto, e incluso el alcalde izquierdista de Bogotá, Gustavo Petro, están haciendo campaña activamente para la reelección de Santos.
Ellos podrán oponerse en muchas, si no la mayoría, de las cuestiones políticas y económicas, pero con Santos hay al menos una oportunidad para poner fin al conflicto armado y para construir una paz basada en la justicia, donde las políticas más progresistas, finalmente, se podrán escuchar. Es similar a la situación en Francia en 2002, cuando los socialistas se taparon la nariz y votaron por el derechista Jacques Chirac para derrotar a la extrema derecha del Frente Nacional.
En el escenario más optimista, si la izquierda ayuda a Santos a mantener el poder, Colombia podría esperar un gobierno más abierto a la adopción de algunos de sus ideales y políticas durante los próximos cuatro años.
Por otro lado, la decisión de abstenerse en este momento crítico en la historia de Colombia sería una abdicación histórica de la responsabilidad. Si Zuluaga toma el poder, los que sufran como resultado no se encontrarán en los cafés políticos de las principales ciudades, pero si en los campos y las montañas de las zonas de conflicto en Colombia, otra generación perdida a la guerra.