La negociación con el ELN ¿Esta vez si?

La pregunta es tan fácil de formular como difícil de responder. Muchos contestarán por el lado de las “condiciones objetivas favorables”: hay ambiente nacional, un gobierno reelegido con esa bandera, mucho apoyo internacional y la certeza de que el conflicto armado interno ya no se resolverá por la vía militar. Esos factores serán importantes, sin duda, pero no serán determinantes. A lo sumo coadyuvantes.

El proceso, en todo caso, no se librará de construir una agenda, desarrollarla acertadamente, firmar un acuerdo y lograr que el mismo sea refrendado por el país. Y, como es prudente no ensillar antes de traer el caballo, conviene concentrarse en pensar cómo sacar adelante las tareas obvias e ineludibles de un proceso de paz.

Para acometer con éxito esas tareas es indispensable tener en cuenta algunas cosas: primera, que el ELN no es lo mismo que las FARC; segunda, que desde que en 1991 el ELN decidió intentar negociaciones de paz, éstas siempre fracasaron porque no hubo acuerdo en los presupuestos básicos de las dos partes; tercera, que haya una negociación avanzada con las FARC es, al tiempo, un factor coadyuvante y un importante obstáculo.

El ELN tiene muchas diferencias con las FARC y no sólo por postulados ideológicos abstractos: por años, su desarrollo estuvo estrechamente relacionado, desde su óptica, con la implantación en la comunidad. Ligado al territorio y a las comunidades, el ELN nutrió de esa experiencia su discurso de la participación y el territorio. Por eso tiene tanta fuerza su convicción de “representar” las luchas obreras y populares y de sintetizarlas y resumirlas, en el más puro estilo de la teoría foquista del Ché Guevara. Y ese no es un obstáculo de poca monta. Lo anterior, sumado a su implantación en segmentos obreros de importancia y tradición –como los petroleros de Barranca- acentuó su convicción socialista, más bien maximalista, que también compartía Guevara. Y si sumamossu entronque con Camilo Torres y con los curas de Golconda, es decir, con la impronta cristiana de la teología de la liberación, tendremos una estructura compleja que, por encima de todo, le dificulta la adopción de posiciones pragmáticas, tan importantes para un proceso de negociación.

El hecho de que el proceso se haya hecho público antes de culminarse la fase previa de definición de agenda es una carga pesada, porque habrá que avanzar mezclándole el seguimiento mediático y la opinión recurrente de decenas de “elenólogos” radicales.

La primera clave está en cómo terminar de construir la agenda. El ELN insistirá en que sea un proceso propio con agenda y característica propias. El gobierno, en que ya existe un modelo con las FARC y que no hay por qué cambiarlo. Eso puede arreglarse si se acepta una agenda similar –no idéntica- a la de las FARC. El gran punto programático de La Habana –el problema del campo- puede perfectamente ser reemplazado por una combinación de lo  minero energético con una propuesta estratégica ambiental. El trazo de líneas de orientación programáticas, tendencias, aproximaciones, que es en últimas lo que se pacta en negociaciones de paz, puede ayudar a que el proceso con el ELN construya una agenda clave en un problema central que ya es el principal renglón económico de Colombia. Ojalá se pueda entender la riqueza programática que hay allí y el papel clave que puede jugar en los veinte o más años de posconflicto.

En cuanto al tema de la participación –estrechamente ligado a “lo territorial”- el avance más significativo que se podría alcanzar sería hacer el equivalente a las consultas que organizó la Nacional bajo el formato de foros con una impronta más asamblearia y regional, que el ELN puede –con justicia y dignidad- construir como un prologómeno de su política tradicional y distintiva de la “Convención Nacional”. El resto de asuntos –víctimas, fin del conflicto, refrendación y narcotráfico- dependerán de la sensatez de las partes y de acuerdos que contribuyan, en forma unificada con La Habana, a legitimar el proceso mediante la apertura de una esperanza nacional a partir de un adecuado tratamiento a esos problemas cruciales.

Pero los problemas no terminarán allí: para que el ELN se atreva a avanzar sólidamente, es fundamental logre construir una agenda política a partir de lo que se pacte en la negociación, de tal manera que aparezca un horizonte confiable en su construcción como alternativa política en el posconflicto, que es en cierta forma más difícil que la de las FARC, no sólo por magnitud de las dos organizaciones sino por el simbolismo de las FARC como representante principal de la insurgencia y por su conocido pragmatismo.

Finalmente, no deberá aparecer en la negociación nada que haga pensar al ELN que está siendo tratado como una fuerza marginal y débil, porque dificultará mucho la negociación. Eso el gobierno lo sabe y sabrá buscar los equilibrios necesarios para un proceso que puede terminar siendo más difícil que el de las FARC. Pero cada uno de esos temas podrá ser objeto de análisis particulares en otra ocasión.

 Por Carlos José Herrera J.[1]


[1] Profesor universitario. Ex miembro de varias comisiones negociadoras de paz del gobierno nacional. Doctor en Estudios de Paz y Conflictos.