Jaime Hernando Garzón Forero, acribillado en las calles de Bogotá a los 38 años a manos de sicarios enviados por militares y paramilitares, fue mucho más que el humorista político más importante de la historia de Colombia. Su paso por la universidad, por la guerrilla y por la Casa de Nariño. Una herida abierta que aún reclama justicia.
Corría 1984 y el joven Jaime llevaba un año de estudios universitarios. Uno de sus más cercanos amigos, Pablo Mauricio López, cuenta que aun estudiando Derecho se interesaba más por las materias humanistas. En las aulas discutía con los profesores y afuera, en el parque o en la cafetería, se enredaba en debates de política y filosofía, aportando su ironía, pero sin llevar una discusión al infinito: cuando lo empastaban con argumentos eruditos, cambiaba de grupo de charla y ya. La situación en el país estaba bien verraca por entonces, y la universidad no era ajena a ese estado. En mayo de ese año unos 300 estudiantes armaron semejante tropel: a las piedras, palos y ladrillos, el Esmad respondió con balacera: 17 estudiantes muertos; la Universidad cerró por un año.
Durante su tiempo de estudiante hubo una anécdota que pinta de cuerpo entero a ese flaco desgarbado y atrevido, rebelde incluso con sus propios compañeros. Un muchacho pobre de origen campesino había robado en la residencia universitaria, y los estudiantes decidieron sancionarlo. Jaime, que estudiaba abogacía, se propuso para ejercer su defensa ya que, después de todo, se trataba de un juicio. Buscó evitar el castigo argumentando el estado de necesidad del muchacho y propuso que, en cambio, se organizara un grupo que llevara al campesino a conocer el norte de la ciudad “para que supiera dónde está la plata en Bogotá”. Jaime era ya ese mismo joven inquieto que no lograría graduarse.
Nombre de guerra: Heidi
“Jaime militó en el pelo largo, el rock and roll, la paz y el amor”, explica Antonio Morales, periodista y amigo de Garzón, en referencia a sus años universitarios. Pero antes de eso probó un paso más radicalizado. Seguramente su formación cristiana fue influencia para que, a la hora de elegir guerrilla, se inclinara por sumarse al ELN, dirigido en ese entonces por curas rebeldes inspirados en otro cura, Camilo Torres, pero también en el guevarismo y el marxismo. Proveniente de una familia muy religiosa: una hermana monja, un hermano sacerdote y otro hermano secretario parroquial. Y él, al monte, aunque sea por un rato.
En 1978 se unió al frente de guerrilla urbana de los elenos, “José Solano Sepúlveda”. Allí conoció a algunos intelectuales que, años después, lo invitarían a participar del grupo de reflexión política El Rotundo Vagabundo. Con ellos duró más que en la guerrilla, de la que se volvió a los cuatro meses. Cuenta el periodista Álvaro García: “Una noche, viendo televisión en un cambuche en compañía de [el comandante Nicolás Rodríguez Bautista] Gabino, estaba la serie infantil Heidi. Jaime empezó a cantar ‘abuelito dime tú…’. El jefe guerrillero se quedó mirándolo y le dijo: ‘Lo que pasa con usted es que se cree la niña de los montes’. Desde ese instante su nombre de combate fue Heidi. Nunca participó en operaciones militares y la misión más importante que cumplió fue cuidar el dinero del grupo. Después de cuatro meses se retiró de la guerrilla, dejó claros sus motivos y regresó a su casa, en el corazón de su Bogotá”.
Colombia seguía atravesando sus años bien complejos mientras Garzón absorbía a borbotones tanta absurda realidad. Pablo Escobar andaba a puro bombazo mientras Al Pacino se lucía en las pantallas grandes de Colombia esnifándose toda la cocaína desde Miami, en Scarface; ministros y candidatos presidenciales eran asesinados; la guerrilla buscaba aprovechar la coyuntura con negociaciones con el gobierno de Belisario Betancour. En medio de todo eso, Jaime Garzón tomaba nota, mentalmente, de lo que era la realidad de su país y planificaba, más por vocación que por intención, lo que sería su respuesta a tanta locura: cuestionarlo todo, comprometerse a su modo y hacer reír.
La relación con quien años después sería su guionista y amigo, Antonio Morales, había tenido un origen fortuito. Jaime Garzón era el desconocido alcalde de Sumapaz, una región en las montañas al sur de Bogotá, cuando un periodista del Noticiero de las 7 le propuso al entonces director del programa, Morales, realizar una entrevista a ese funcionario quien, además de llevar adelante un particular estilo de gestión, hacía unas imitaciones bien chéveres de políticos y hasta ridiculizaba al propio presidente. Morales aceptó, y Garzón se lució en el primero de los tantos cruces entre la política y la pantalla que marcarían su carrera artística y su compromiso: esos minutos de aire resultaron ya el principio del mito.
Del cargo de alcalde fue echado, como lo había sido antes del colegio y del seminario. Pero no abandonó sus ambiciones políticas. En 1990 se vinculó al entonces recién elegido presidente César Gaviria, que proponía un plan de gobierno neoliberal a la vez que se mostraba dispuesto a avanzar en una reforma constitucional que incorporara algunas ideas progresistas. Como empleado directo de la presidencia asumió la traducción a las lenguas indígenas de la nueva Constitución de 1991 parida tras la desmovilización del grupo guerrillero M-19, y fue asesor de comunicaciones del mismísimo presidente.
Pero su carrera artística no se detuvo cuando conoció los entornos presidenciales, sino todo lo contrario. Mientras frecuentaba los cócteles en la Casa de Nariño, una productora de televisión le propuso hacer un nuevo programa: Zoociedad.
Su nueva propuesta se basó en un personaje: el presentador Émerson de Francisco. A través de esa caricatura de periodista, se burlaba de los estereotipos reinantes en el medio televisivo, a la vez que ridiculizaba la decadencia de las instituciones y las miserias de los políticos. La masividad y la influencia social de un producto que llegaba a millones de telespectadores lo catapultaron. Por aquellos años, con los personajes de Garzón el humor político llegó a su adultez.
Zoociedad duró dos años, y luego se alejó de las pantallas para incursionar en las tablas. Mamá Colombia se llamó la puesta en escena que presentó en el Teatro Nacional, donde replicaba personajes de la televisión y sumaba otras caracterizaciones aprovechando los tiempos más cómodos del teatro.
Ya en 1995, con Antonio Morales dieron vida a ¡Quac! El Noticiero, que se emitió por Radio Televisión Interamericana (RTI). Imitaciones de presidentes, siempre para hacerlos quedar mal; nuevos personajes, crítica social y humor delirante se consolidaban como fórmula de un nuevo éxito.
Fue a través de uno de sus personajes, el abogado y político ultraconservador Godofredo Cínico Caspa, que Garzón burló (denunció) al entonces gobernador de Antioquia, un tal Álvaro Uribe. “Será él quien por fin traiga a los redentores soldados norteamericanos que harán de Uribe Vélez el dictador que este país necesita”, predecía con escalofriante certeza. Y describía al guerrerista futuro presidente como “un hombre de mano firme y pulso armado, líder que impulsa pacíficas autodefensas”, en referencia a las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), principal bloque paramilitar de entonces. Uribe, aun siendo gobernador, tenía influencia suficiente sobre el Ejército y los paracos; eso habilitó versiones, aunque no probadas, que lo asociaban a la planificación de su asesinato. ¿Habrá entendido Uribe que lo de Garzón era apenas humor?
¡Quac! El noticiero cumplió su ciclo de dos años, pero Morales y Garzón no se rindieron. El programa Lechuza fue por Canal Caracol, el de mayor audiencia, y allí el bueno de Jaime caracterizó a un embolatador (lustrabotas) bogotano, Heriberto de la Calle. Mal vestido, mal hablado y sin dientes (Garzón por ese entonces había cambiado su torcida dentadura por una postiza que se sacaba para hacer el personaje), el lustrabotas entrevistaba a personalidades de la política como lo haría cualquier laburante resentido con los malos gobiernos y sin pelos en la lengua. Con Heriberto, Jaime Garzón llegó a los noticieros de la principal cadena televisiva de Colombia, y su impacto en la opinión pública fue otra vez imparable.
Para ese entonces, en 1999, su vocación política viró y ya no buscó el Palacio de Gobierno. Se volcó a colaborar con las gestiones de Paz con la guerrilla, mediando ante distintos secuestros, apoyado en sus viejos contactos con sectores de las FARC que mantenía desde su época al frente de la Alcaldía de Sumapaz. Negociaciones, La Habana, contactos con exguerrilleros salvadoreños y con las propias FARC, fueron peldaños de un camino plagado de gestos que lo identificaban con posiciones de izquierda. Y con compromisos demasiado molestos para el poder.
Hasta aquí los deportes… ¡País de mierda!
Fue el presentador de deportes de la cadena CM&, César Londoño, compañero televisivo de Garzón, quien pronunció esa sentencia aire, ante una audiencia ávida por enterarse, el mismo día que acribillaron al humorista. Después de anunciar la noticia, cerró la emisión con la contundente frase, que en vez de ser tomada como un exabrupto televisivamente incorrecto fue resignificada positivamente por gran parte de la sociedad colombiana que compartía la bronca. País de mierda ese en el que se mata a un humorista como forma de mantener un orden social malhumorado y represivo. Pueblo digno, país –¿Estado sería un sinónimo apropiado en este caso?– de mierda.
La indignación social fue masiva. Un día después el epicentro político de la ciudad, la Plaza de Bolívar, se colmó de gente. Las caravanas hasta el lugar donde iban a enterrarlo, a 22 km del centro de Bogotá, convirtieron su sepelio en una enorme movilización de masas.
Cinco disparos por encargo de militares y paracos
Desde un año antes de su asesinato, Jaime Garzón venía siendo vigilado por la inteligencia militar. El coronel Jorge Plazas Acevedo, alias Don Diego –hoy prófugo de la Justicia–, dirigía la Brigada 13 del Ejército y ya había comandado a los paramilitares que cometieron la masacre de Mapiripán en el Meta unos años atrás. El grupo que espiaba a Garzón con el objetivo de demostrar su subordinación a la guerrilla incluía a varios oficiales y suboficiales que, además de hacer inteligencia, comandaban una banda especializada en secuestros. Como no encontraron evidencia que verificara lo que pretendían, intentaron desprestigiarlo por medio de falsas denuncias anónimas. El trabajo de la Brigada incluyó la recopilación de detalles sobre su vida, horarios y desplazamientos, que nutrieron un informe entregado al jefe paramilitar Carlos Castaño. Según las investigaciones judiciales y periodísticas, el nexo entre militares y paracos fue un civil profesor de la Escuela Superior de Guerra llamado José Miguel Narváez, que después llegaría a ser asesor del Ministerio de Defensa y subdirector del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS), algo así como el FBI colombiano. El jefe paramilitar contactó a la banda La Terraza para ejecutar el encargo.
Amanecía el viernes 13 de agosto de 1999 y Jaime Garzón se dirigía a Radio Net como cada mañana. Pero fue interceptado por sicarios que le acertaron cinco plomos en la cabeza desde una moto. Durante los primeros años abundaron los testigos falsos y versiones que desviaron la atención de una investigación en la que nadie confiaba, aunque todo el mundo en Colombia sabía dónde debía apuntar. Pasados 15 años, los hechos se conocen pero el crimen sigue impune.
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El periodista Londoño –quien sentenció la frase del mural– y quienes trabajaban con Garzón afirman que él sabía que lo buscaban, y que los días previos avisaba: “Me van a matar”. Pero no alteró su rutina ni pareció tomarse muy en serio esa seria intuición, ni él ni quienes lo rodeaban. Hay, sin embargo, una coincidencia impactante en el hecho de que lo hayan matado a los 38 años.
A esa misma edad había muerto su papá, a quien vio agonizar cuando tenía 7 años. El impacto lo acompañaría toda su vida: ya de adulto solía decir que le parecía inmoral e irrespetuoso vivir más tiempo que su padre. ¿Otro acierto del humorista premonitorio, que con su impertinencia satírica predecía hacia dónde iría a parar el país si las cosas no cambiaban de rumbo, de la misma forma que pronosticaba su temprana muerte? Durante la última entrevista que le hicieron en televisión lo invitaron a cantar una canción que él eligió. “Quiero morir de manera singular, con un adiós de carnaval”, entonó, bromeando. Al igual que durante toda su vida y su trayectoria: Jaime Garzón se tomaba en broma cosas demasiado serias.