Campesinado, guerra y paz
Las guerrillas colombianas están conformadas esencialmente por campesinos, pues el mundo rural ha sido el medio natural de la subversión armada y el lugar donde se desenvuelve el conflicto armado.
Los problemas históricos y contemporáneos de Colombia tienen que ver en gran medida con el campesinado: el acceso a la tierra, las condiciones de producción, los mercados, el acceso a los servicios básicos, la explotación de los recursos naturales, entre otros, son asuntos de interés público que necesitan resolverse para lograr la paz.
Sin embargo, la democracia colombiana está más ligada a la formación del gobierno colonial que a la Independencia del siglo XIX – la cual fue anticipada por el movimiento campesino de los comuneros-.
Los problemas históricos y contemporáneos de Colombia tienen que ver en gran medida con el campesinado.
En efecto nuestra organización política es el resultado de una patria a medias, marcada por la relación de poder entre una aristocracia de corte colonial y las manifestaciones populares de una sociedad que, pese a su inconformismo con el Estado, tiende más a la adaptación que a la emancipación.
Este es un rasgo importante para comprender la particularidad de los orígenes de la democracia en Colombia en comparación con las democracias europeas, que tuvieron su génesis en las luchas y revoluciones campesinas.
Hoy por hoy asistimos a un proceso de negociación con la guerrilla más vieja del mundo, y la agenda está marcada por temas y problemas de orden nacional ligados al mundo rural y a la concepción contemporánea del territorio.
Orlando Fals Borda estudió a profundidad los problemas agrarios del país y planteó los orígenes del movimiento campesino como la gesta de negros e indios mestizos oprimidos que se oponían a las relaciones coloniales del poder.El desarrollo rural y el campesinado
También Antonio García Nossa, en sus estudios sobre la modernización y las reformas agrarias en Colombia, señaló el impacto del modelo colonial de explotación: las haciendas y la agroindustria acarrean patrones de exclusión y marginación, pues conllevan altos índices de informalidad, paupérrimas condiciones de vida, desplazan y producen violencia dentro de un modelo basado en producir materias primas para la exportación.
El modelo colonial fue el reflejo del proyecto de la modernidad que devino en un desarrollismo sin desarrollo. La conformación territorial colombiana se ha basado en un precario desarrollo urbano, resultado de las tensiones entre el centro y las periferias.
Por eso más de 1.000 municipios aislados hacen constelación en torno a menos de diez ciudades que lo concentran todo. En dicha constelación, el campesinado tiene un lugar importante que el modelo de desarrollo desconoce. La presencia campesina ha determinado el contexto sociopolítico y la vida económica de las regiones y, sin embargo, la relación entre conflicto y estructura rural es evidente, como lo muestra el Informe sobre Desarrollo Humano del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.
Más de 1.000 municipios aislados hacen constelación en torno a menos de diez ciudades que lo concentran todo.
El afán desarrollista del país, según el Informe del PNUD, ha demostrado, entre otros asuntos:
· La incapacidad política para aumentar el área cultivada.
· La timidez para establecer el área de cultivos permanentes.
· El desborde de los cultivos de usos ilícitos acompañados de violencia.
· La consolidación de la concentración de la tierra, acompañada de patrones irracionales de uso, como la ganadería extensiva.
· La degradación de recursos naturales y biodiversidad.
· El conflicto armado y las brechas entre lo rural y lo urbano.
· La institucionalidad sin solidez para definir el rumbo.
· La tolerancia al desplazamiento y al establecimiento de la agroindustria.
Siguiendo a Fals Borda, la descomposición del campesinado en proletariado muestra los rasgos tardíos del proyecto moderno, porque este se erigió sobre la desvalorización del campesinado.
Y en Colombia, la articulación del Estado-nación con el campesinado se ha buscado a través de políticas asistenciales o ha sido producto de las manifestaciones y reivindicaciones pírricas del movimiento campesino.
Las regiones han tenido que tramitar su subsistencia con cambios técnicos y políticos impuesto por micro-poderes del gamonalismo y élites que han acudido a toda clase de medios para imperar, a través de prácticas de violencia, victimización y despojo, como estrategia colonial del modelo de acumulación, asociado con el poder político y con el control territorial.
El ordenamiento territorial en Colombia es un propósito frustrado, pues se erige sobre normas poco claras y contradictorias.Conflictos territoriales
Las leyes dan prioridad a la protección ambiental, pero esta se convierte en un obstáculo para el avance de las “locomotoras”. La distribución inequitativa de la propiedad, las dificultades para acceder y formalizar su posesión, y el carácter espurio del mercado de tierras agravan la distancia entre las leyes y la realidad en el ordenamiento de la territorialidad campesina.
La explotación de los recursos naturales, hidrocarburos, minería y mega proyectos energéticos trae conflictos por la apropiación y el uso en territorios ocupados mayoritariamente por los campesinos.
El campesinado tiene una relación directa con la función social y ecológica de la propiedad. Las economías campesinas son altamente productivas y tienen un alto nivel de eficiencia energética y ecológica; sin embargo, son las menos beneficiadas y más castigadas por las leyes del mercado.
Los conflictos por la propiedad son asuntos de especial importancia, que por eso figuran en el primer punto de la agenda de paz entre el gobierno y las FARC. Asimismo se ha vuelto central el reconocimiento de las zonas de reserva campesina (ZRC) y de los territorios interétnicos y agroalimentarios como regiones auto-gestionadas por organizaciones campesinas, con propuestas de ordenamiento que pueden ser reconocidas como mecanismos alternativos para resolver conflictos por tenencia, uso y ocupación.
Las movilizaciones campesinas
Los movimientos sociales recientes que más adeptos han ganado en Colombia son los campesinos. Este es un hecho de especial significado, que el gobierno no ha sabido manejar y que ve como un inconformismo «peligroso», pero que en esencia es un llamado a la paz.
Las luchas campesinas y sus manifestaciones populares han sido recurrentes en la historia nacional, y bien pueden explicarse por los períodos de auge de uno u otro cultivo: la quina, el tabaco, el caucho, la marihuana, la coca, la palma y los biocombustibles, o la ganadería extensiva.
Estos cultivos no han tenido presencia en más de 100 municipios del país, mientras que las manos laboriosas del maíz campesino, las hortalizas, la papa, el tomate, la yuca, el frijol, el lulo, entre otros, son vueltas invisibles por la miopía del desarrollo agroindustrial, pese a tener presencia en más de 600 municipios colombianos.
La articulación del Estado-nación con el campesinado se ha buscado a través de políticas asistenciales o ha sido producto de las manifestaciones y reivindicaciones pírricas del movimiento campesino.
El próximo 18 de septiembre en la región del Catatumbo tendrá lugar el Cuarto Encuentro Nacional de Organizaciones Campesinas que se identifican como zonas de reserva campesina. Este sería un buen espacio para que los gestores de política y quienes piensan en el posconflicto puedan reconocer y debatir con el campesinado sus versiones del desarrollo rural, y sus aportes para construir un país en paz.
Para lograr la paz, como se dice en acuerdo sobre el punto 1 de la agenda de La Habana, se necesitan la participación y consenso con el campesinado y demás comunidades rurales. Los campesinos saben cuáles son sus problemas y con paz o sin paz serán no solo beneficiarios sino protagonistas delas soluciones.
Derechos y participación política
No será posible lograr la paz sin el campesinado; reconocerlo, proteger su territorialidad, darle un estatus de especial protección, incluirlo como pilar de desarrollo, son requisitos sine qua non para que Colombia pueda llegar a ser un país en paz.
Mientras el campesinado no logre revindicar su papel, sus derechos no sean protegidos, y sus necesidades básicas satisfechas, seguirá siendo madera que aviva el fuego de la violencia armada.
Hay que reconocer al campesino como sujeto de derechos que tiene relación directa con la tierra, realiza prácticas agrarias, y que también pervive sin tierra (hasta tanto el Estado le garantice el acceso a la misma).
Se debe asegurar su soberanía alimentaria, alimentación sana, así como sistemas agrícolas sostenibles y ecológicos, aceptados y practicados culturalmente.
Necesitamos un campesinado con un nivel de vida adecuado, con ingresos suficientes, preservando sus tradiciones y prácticas culturales; con saneamiento básico, vivienda, educación y formación; y no ser perseguidos ni asediados por la defensa de sus derechos.
Además del derecho a la tierra y al territorio, colectiva o individual, con seguridad en la tenencia de la tierra y la garantía de no ser desalojados forzosamente, todo territorio campesino debería tener protección constitucional que, por su utilidad pública y social, se superponga a otros tipos de explotaciones y usos.