Como tantos conflictos, el de Ucrania se ha vuelto tremendamente pasional, lo cual es siempre un problema porque disminuye la capacidad de lo racional, pero al mismo tiempo es uno de los conflictos que ha generado más propuestas de paz en poco tiempo. No es, por fortuna, un “conflicto huérfano” u “olvidado”, sino muy mediático, por la movilización de opiniones, actores primarios y secundarios, y especialmente de algunos organismos regionales, como la OTAN o la UE. Es más, los que añoraban la guerra fría y su consecuente militarización de las relaciones internacionales, están desempolvando los viejos manuales de disuasión para tomarse el pulso y jugar a la amenaza de la guerra, como si no hubiéramos aprendido las lecciones del pasado, y a pesar de la falta de ideas y de estrategia para parar de inmediato los conflictos de Siria, Gaza e Iraq, para poner tres ejemplos de tremendas dimensiones en su impacto letal o humanitario, amén de su capacidad desestabilizadora.
Ucrania no es conflicto de buenos y malos, sino un conflicto en el que intervienen de entrada muchos actores y factores, que se van modificando a lo largo del tiempo, y de forma bastante acelerada, pero con posibilidades de converger a corto plazo las demandas presentadas por cada uno de los actores principales, es decir, el Gobierno de Kiev y las dos regiones del este del país, rusoparlantes y muy vinculadas con Rusia . En ningún caso se trata de un conflicto de los que con los años deviene “intratable”, sino justamente lo contrario. Es un conflicto resoluble, con una cierta claridad en los intereses, más allá de las posiciones militaristas desatadas ya en los primeros momentos, en los que se abandonó la posibilidad de defender dichos intereses de forma pacífica y noviolenta, lo cual no es garantía de nada (recuérdese lo que ocurrió con las primeras manifestaciones pacíficas en Siria), pero siempre es lo más recomendable, como primera opción, cuando se produce un enfrentamiento de intereses. La desconfianza de estos momentos entre unos y otros se debe, precisamente, a que nadie ha dejado espacio (pedimos semanas, no años) para el alto el fuego y la activación de la diplomacia.
No ha ayudado mucho la ambigüedad de Putin, con propuestas interesantes en diversas ocasiones, pero dejando actuar al mismo tiempo a fuerzas militares sin identificar, rozando lo ridículo por su evidencia. Pero sin su concurso no habrá solución, y habrá que dejarle espacio para ser coprotagonista del remedio. Ucrania no puede ser un conflicto con vencedores y vencidos, sino un conflicto “win-win”, donde todos ganan porque han decidido colaborar en la búsqueda, discusión y aprobación de una fórmula satisfactoria para todas las partes. Para ello, sería conveniente tomarse en serio la actual propuesta de alto el fuego, y concienciarse de que es mucho más efectiva la política del teléfono (la diplomacia) que la de la artillería, que además afecta mayormente a la población civil. También ayudaría no caer en catastrofismos, para no usar la palabra histerismo, respecto a potenciales veleidades expansionistas de Rusia respecto a países ya independientes y ajenos a la órbita moscovita. No creo que Putin vaya con estas intenciones, pero en cambio es comprensible (al menos para mí) su temor a que la OTAN se vaya expandiendo por el este europeo y desaparezcan los “países tapón o colchón”. También es un contrasentido que los países de la OTAN actúen con prudencia en lo económico, por el alto precio a pagar por un hipotético corte del suministro del gas (algo que tampoco favorecería a Moscú, por lo que es improbable), y en cambio quieran enseñar musculatura militar de manera más bien simbólica. Propondría dejarse de intimidaciones de esta naturaleza, para centrarse en lo que pueden dar de sí las propuestas de paz que han ido apareciendo. En abril ya hubo una primera propuesta, aunque corta, aceptada por Moscú y Kiev. El 20 de junio, el presidente Poroshenko anunció un plan de paz muy interesante, con elementos que se han vuelto a plantear en la reunión del pasado viernes, con una plataforma de doce puntos que dan mucho juego para la negociación.
Sólo con estas propuestas, en cuya elaboración han participado Kiev, Rusia, Estados Unidos, la UE y la OSCE, hay material suficiente para negociar con los líderes políticos y militares de las regiones del este ucraniano, puliendo aspectos ahora controvertidos, pero no irresolubles, como si se concede una autonomía avanzada (descentralización) o un régimen federal, si se acepta la lengua rusa como idioma de uso en esta región, y por tanto se respeta, o pasa a ser cooficial; la compatibilidad de vincularse de alguna forma con la UE y de ser parte de la Unión Económica Euroasiática, etc., a lo que se podrían añadir otros elementos (dos pasaportes para quien lo solicite, declaración de neutralidad por parte de Ucrania, por ejemplo). En definitiva, no será la OTAN quién resolverá el conflicto, sino el cumplimiento de un alto el fuego duradero que permita una negociación con todos los actores, con garantes menos punitivos y más diplomáticos (me refiero a EEUU y la UE) y un rol claro de la OSCE como instancia verificadora. La solución está en la participación y en una ejercicio de escucha de los intereses de cada cual, sin la interferencia del uso de la fuerza y de la vuelta al pasado, y con el objetivo puesto en una solución donde todos ganen.