De una manera sorprendentemente rápida y sin traumatismos se logró la liberación del general Rubén Darío Alzate el domingo pasado. Solo dos semanas después de que perdiera su libertad. Esto, teniendo en cuenta los antecedentes en la materia, es un hecho muy significativo. Sin embargo, hay que anotar que si algo grave le hubiera pasado al general, no cabe duda de que el proceso se habría roto en mil pedazos. El desarrollo de este evento demostró que las negociaciones de paz van bien, y al mismo tiempo reveló lo frágiles y vulnerables que pueden ser. Y es que así son todos los procesos de paz.
Pronto los diálogos seguirán su marcha, el obstáculo está prácticamente superado. Lo único pendiente es conocer la verdad del porqué el general Alzate viajó como lo hizo al corregimiento de Las Mercedes a orillas del río Atrato. Tal vez nos quedemos sin saberlo. Y de saberlo, tal vez la historia no sería para nada agradable.
Este episodio nos da señales, pistas, sobre el estado de estas negociaciones: tanto gobierno como guerrilla desean avanzar. No quieren que el diálogo se rompa. Saben que existen unos costos altos si llegan a un acuerdo final. Y saben también que de no lograr ese pacto los costos serán infinitamente más altos que aquellos que implica firmar la paz.
Ahora bien, para los críticos vehementes y viscerales de lo que sucede en La Habana nada de lo que se haga o deje de hacer les sirve. Es más una fijación, una obsesión, su censura casi que irracional al proceso de paz. Lo quieren ver destruido. Y esta actitud es irresponsable y hasta cruel con la nación entera. Sin embargo, hay que prestar atención a las críticas, aun de los opositores más fieros.
Las FARC están en mora de entender que el ejercicio de la violencia para nada ayuda, que mina la confianza y el apoyo al proceso. Deberían saber que para que los acuerdos finales puedan hacerse realidad, ellos tendrán que hacer todo lo posible para modificar la tremenda resistencia y animadversión que la mayoría de la población siente por la guerrilla. No pretendiendo lograr un apoyo, pero por lo menos sí vencer algo de la resistencia. Para esto, no les basta con acogerse a las normas que regulan los diálogos de La Habana. Tienen que ir más allá. Así se negocie en medio del conflicto y sin cese al fuego, la guerrilla no puede ejercer la violencia como si nada pasara, como si no hubiera diálogo. En esta perspectiva no hay nada más absurdo que la temeraria, inútil y cruel toma de la isla Gorgona. Duele la muerte del teniente John Álvaro Suarez, ante todo un conservacionista ambiental. Mientras no haya cese al fuego deberían atenerse a defenderse cuando sean atacados. Y si hacen pública esta intención, no cabe duda de que tarde que temprano esto conllevaría a un cese al fuego bilateral. Pero desafortunadamente su mente y su lógica están labradas en la roca de la guerra, y tal vez sea pedir demasiado.
Lo que sí podemos avizorar es que estas negociaciones no podrán llegar a un acuerdo de paz en medio de las balas y la violencia. No es viable que la víspera de firmar un texto definitivo todavía haya acciones militares de ambos lados. Lo establecido al inicio en cuanto a negociar sin cese del fuego tendrá que ser modificado, hacia allá es que hay que apuntar.
Este puede ser el momento de plantear en La Habana instrumentos de desescalamiento del conflicto. Hay un repertorio considerable de cosas que se pueden hacer y dejar de hacer al respecto. La experiencia internacional es amplia en este sentido. Ya es hora.
Ricardo Correa Robledo ricardocorrearobledo@gmail.com