No son para menos, las innumerables manifestaciones de pesar que desde distintos sociales se han dado a conocer a raíz del fallecimiento de Carlos Gaviria ocurrida en la semana anterior. Alumnos que siempre encontraron en sus enseñanzas al maestro; los abogados, jueces, fiscales y magistrados que encontraron en sus tesis y práctica un modelo a seguir en una sociedad que clama por justicia y aquel campo alternativo en la política, que encontró en él la mejor opción en los últimos veinte años para acceder al poder, expresan su pesar y reconocen el vacío que deja habida cuenta del momento en el cual se encuentra la sociedad colombiana. Momento cuya caracterización reside, no sólo la posibilidad de ponerle fin a un conflicto armado cuyas raíces se hunden en una larga historia de exclusiones e inequidades, si no también, en la oportunidad de encontrarnos en un escenario propicio para que en la horrenda noche aparezca así sea un delgado haz de luz de esperanza.
Pero el movimiento social por los derechos humanos también siente este pesar y este vacío. Desde Antonio Nariño hasta nuestros días, la defensa, protección y desarrollo de los derechos humanos no ha dejado de ser una actividad subversiva. La ya larga lista de defensores que han caído en nuestra construcción como república, es la manifestación inequívoca de la precariedad de una democracia cuyas limitaciones ocuparon el centro de las preocupaciones de Carlos Gaviria y por lo que, no fuera una excepción en sufrir las consecuencias del estigma y del exilio. Desde la cátedra universitaria, el comité de DDHH en Antioquia como activista y presidencia, la corte constitucional y desde su incursión en la política, el discurso de los derechos fueron estructurantes en su visión de sociedad y de Estado.
Al respecto, cobra una importancia capital su tesis de que la constitución del 91 no sólo fue pensada como estado social de derecho si no como estado social y constitucional de derecho. La diferencia no es poca. No se trata de legislar sólo para las mayorías, se trata ante todo de legislar para las minorías, para los excluidos que es donde cobra materialidad la perspectiva plutocrática tan arraigada en nuestra élite. Pensar en los reclamantes históricos, aquellos que nunca tuvieron voz por la indolencia de una élite que hizo del Estado un fortín para su propio beneficio, y sobre todo, que se desarrolle un marco jurídico que este del lado de éstos, de los reclamantes, se mantiene como una gran amenaza cuya conjura no está propiamente en el campo de la civilidad: la práctica del estigma y el asesinato se mantienen como opciones privilegiadas. Las no pocas contra-reformas a esta constitución y las reiteradas salidas políticas del ejecutivo, parlamento y organismos del Estado proclives a estas de espaldas estos reclamantes, que desvelaron a Carlos Gaviria, son los retos que están ahí de cara a ese escenario al cual se aludió antes.
Otra faceta bien importante como defensor de derechos humanos está sin duda en el lugar que ocupó en sus planteamientos y práctica la defensa y desarrollo de la libertad de expresión, organización y participación. Al lado de estos derechos, la necesidad de una ciudadanía que concurra a la compleja vida social y política con argumentos y que decide con conocimiento sobre los problemas que atañen a lo común, a lo público. En una sociedad fragmentada por el miedo y la desconfianza, reivindicar la palabra como el vehículo mas cercano a nuestra humanidad para el dialogo entre diferentes, condensó la defensa de un derecho y uno de los valores éticos tan violentado hoy pero tan decisivo en una sociedad que aspira superar la violencia ancestral. En el dialogo a la manera de la escuela socrático de cual tanto se inspiró, Carlos Gaviria dio un ejemplo permanente de como tramitar la controversia y las diferencias a una sociedad en la que se ha asentado el autoritarismo y con éste la imposibilidad argumentar. Así, en el debate académico, jurídico y político dio buena cuenta que en cuanto a la ética se refiere, no se trata de discursos sino ante todo de hechos.
Mucha falta hará Carlos Gaviria ante un escenario de postconflicto sobre todo cuando si bien se precisan transformaciones económicas y políticas, Colombia necesita que las nuevas relaciones entre quienes habitamos este territorio y entre éstos y el Estado caminen sobre derroteros éticos sustancialmente distintos. Para ello, liderazgos que encarnen tales cambios son cruciales, de allí el vacío que nos deja.
Como el mayor de los valores: una sociedad y su entorno pensada y construida desde la perspectiva de derechos como ciertamente fue el corazón de las preocupaciones de Carlos Gaviria, deberá alimentar e iluminar como legado, la dura lucha a la que nos veremos abocados si la negociación de la Habana fructifica.
José Giron Sierra
Observatorio de DDHH. IPC
Abril 5 de 2015