Santos no va a parar la guerra: porque se ha dejado debilitar y no controla esa parte de los mandos militares, civiles y gamonales a la que le interesa perpetuar la violencia.
Las Farc tampoco la van a parar: ni el gobierno, ni los militares, ni altas figuras del estado como el Procurador respetaron su tregua unilateral. Y si el establecimiento las golpea para debilitarlas y exigirles más concesiones en la mesa de La Habana, ellas aún tienen la fuerza suficiente para no rendirse ni dejarse humillar. Han vuelto los heraldos negros de la muerte, el desplazamiento, el confinamiento y el escalamiento.
Es la lógica de la guerra: de ese estado que durante 70 años no nos ha dejado conocer la paz habituándonos a dicha inercia como política y cotidianidad permanentes; de unos excluidos del sistema que no encuentran cómo ser aceptados y reconciliarse con la sociedad después de su rebelión armada. La lógica de la que siguen presos y en la que pueden durar mucho tiempo.
Bajo esa vieja lógica sólo hay dos salidas: o la perpetuación de la confrontación armada, o una cuasi paz, a la que se están aviniendo los Uribes y los negociantes de la guerra, que luego no será sostenible ni duradera por las condiciones en que se acuerde y las nuevas violencias que incubará. Y decimos cuasi paz porque una negociación que no resuelva el problema del paramilitarismo, ni reduzca el presupuesto, los privilegios, los desmanes y el poder de los militares será muy difícil que logre unos mínimos de verdad, justicia, reparación, no repetición y redunde en una apertura a nuevos movimientos sociales y políticos que abran un período de transformaciones hacia la paz. Situación en la que la lógica de la guerra terminará por prevalecer.
¿Y la sociedad va a seguir tolerando y aceptando esta lógica? ¿Y los movimientos populares que ponen los muertos y las víctimas? ¿Y las izquierdas que tanto hablan de paz?
Sólo hay una interviniente, una contendora, una actriz que puede parar esa lógica, reforzar la negociación y encauzar el proceso hacia la lógica de la paz: la diversidad de las poblaciones que siguen siendo víctimas de la muerte y la represión, la gente misma, la movilización social. Sólo la visibilización, la articulación y la amplia movilización de mujeres y hombres que construyen paz en sus relaciones diarias, en sus vidas sencillas y anónimas, pueden hoy romper ese ciclo perverso que se automantiene. Esa es la paz desde abajo que tiene salir hoy a empujar la débil paz desde arriba.
La paz aún puede ser esa causa que remueva y agite las conciencias. La bandera que una el archipiélago de las fuerzas democráticas. Pero para serlo requiere que se vaya a las comunidades, a las bases, a los municipios, a las regiones, a las culturas populares, allí donde los escepticismos y las parálisis por el miedo y el abandono han impedido que la acción colectiva del pueblo fluya y se manifieste.
Hoy, más que nunca, el país necesita de esa movilización nacional. Es la hora de los más encuentros amplios por la paz, de la multitud en la calle, de que la indignación se levante. Y esta movilización debe hacer valer sus vasos comunicantes con los movimientos sociales y políticos de América Latina, acudir a la comunidad internacional, a las expresiones de ciudadanía mundial que pugnan por una paz cosmopolita, para exigir una mediación internacional.
En este momento, ante ese ring en el que ni Santos ni Farc pueden parar la guerra y donde varios bombardeos pueden noquear la mesa de negociación, hay que salir a la plaza, copar los espacios públicos, movilizarnos y exigir una mediación internacional de altura y autoridad. Es la manera de lograr el desescalamiento y el cese bilateral del fuego. Para que el reino de los que se han acostumbrado a vivir de la violencia sobre los demás, el régimen de los negadores de la diversidad, de los que mandan a matar a los campesinos, los indios, los negros, los pobres y la oposición, llegue por fin a su final.