Mi última guerra comenzó hace cuatro años, ya no huelen mis manos a pólvora como antaño. La lucha fue por reconquistar mi salud perdida. Sucede que la carga que traen consigo los tiempos tienen su peso específico, su olor, consistencia, y no toda ella es buena para el cuerpo y el espíritu y mi salud emocional y física no tiene el músculo ni la tonicidad para cargarla.
En mi caso, desde los doce años instintivamente pensé que la gente buena de mi barrio, mi ciudad, y mi país, no merecía sufrir la bofetada y el puñal de los déspotas.
La imagen de mi padre a quien lo miré de cara contra el muro de un edificio y con las manos levantadas, a pocas cuadras de la escuela a la que asistía, denigrado por la bota militar de aquel entonces, por el único delito de ser hombre y empleado, fue el inicio de mi posterior vida, que sobre rieles idealistas en búsqueda de mejores días, no sopesé ni tuve tiempo de pensar en el valor que tenía mi vida, mucho menos en mi salud o en las comodidades que merecemos disponer los seres humanos, porque para sufrir no hemos venido a este mundo.
Así las cargas pesadas de proyectos inconclusos, traicionados, tiranizados, con todo lo que eso implicó en tiempo, vida, energía, valores y afectos me pusieron rodilla en tierra en el 2011, sintiendo periódicamente que me estaba muriendo, muriendo en el olvido total, como cualquier condenado a muerte en su celda de por vida. Me estaba matando el pasado lejano y el inmediato. Nunca imaginé que existía esta enfermedad, quizá no existe un nombre preciso para definirla, porque he sentido estar enfermo de todo los órganos, huesos, tejidos y todo lo que el ser humano tiene por dentro.
Cuando finalizaba la guerra de Vietnam comencé a escuchar en las noticias, en el radio de onda corta que había en casa, de los traumas de post-guerra de los sobrevivientes de la misma, que estos hombres despedazados física y emocionalmente unos en menor o mayor grado, casi todos tenían visibles vendajes, prótesis y la marca de la muerte en el rostro, todo esto era como las imágenes de una película, hasta tener mi propia experiencia y llegar a saber y entender que la marca de la muerte era el sello donde se condensa el dolor familiar, el dolor de los amigos muertos y desaparecidos, el dolor de las ausencias, el dolor de la mujer que amaste, y la confrontación cara a cara con este sujeto que se te lleva la vida, y escapas transitando un delgado hilo que hace la frontera con la vida. Lleva también el sello de la muerte una sentencia premonitoria de que aún estas más cercano que el resto de los seres humanos a encontrarte una vez más y para siempre; sabes que en tanto no suceda esto, sufrirás el dolor de las heridas físicas y su recuperación, pero las otras, las emocionales no tiene vendajes ni prótesis, es el dolor invisible que lacera tus nervios y entrañas del cerebro hasta que colapse la razón, y la naturaleza te otorgue gentilmente el permiso de estar loco.
En mi caso, mis heridas mayores han sido éstas, las emocionales, con una proyección profunda hacia mi interior hasta hacer que mi cuerpo comenzara a padecer dolencias. Es como un monstruo maligno que carcome tus nervios, que altera la razón, que como un virus computacional trastoca tus pensamientos e ideas, los confunde y los mezcla, hasta sentir que estas enloqueciendo y saliendo fuera de sí, pero sí se toma este mal el cuidado de dejarte saber conscientemente que está destruyendo tu cerebro.
Entonces a esta altura he tenido la alteración de mi salud física y mental, no obstante subyace en lo profundo del interior de mi cuerpo una pequeñísima luz, que quizá tiene una minúscula energía que te permite saber que aún estás vivo, y desear la vida, y no la muerte.
Al parecer la medicina tradicional no entiende de estos asuntos, porque sencillamente sus competencias parcializadas están entrenadas para ver principalmente el cuerpo físico. Y en este sistema de salud con esta misma línea de protocolos pareciera ser que el cuerpo físico del ser humano está separado del cuerpo emocional, espiritual, cada pedazo del primero está profusamente estudiado en respectivas clínicas pero por lo menos en este país no hay un lugar donde converjan sus estudios y análisis de pacientes como nosotros, y todos los seres humanos, podamos ser atendidos integralmente.
He sentido la angustia de la necesidad no satisfecha por este sistema de medicina del cual en la solución de mis problemas de salud he recibido o nada o muy poco sin respuestas satisfactorias a mis problemas.
Así, quiero compartir contigo esta experiencia, que pudiera ser la de miles, millones de hombres y mujeres que sufrimos o hemos sufrido los traumas de post-guerra, y de los que sufren en los hospitales y centros de rehabilitación de lo que llamo los traumas post-diario vivir en nuestras violentas, aceleradas, metalizadas, sociedades de consumo. Así se plantea la necesidad de una nueva medicina, una medicina integral actualizada, humana, y revolucionaria. Es verdad es un planteamiento idealista que debe ser producto de nuevas sociedades o al menos nuevos núcleos sociales, que hagan posible la sanación de nosotros, estos seres humanos enfermos de cuerpo, emociones y espíritu.
Me dirijo principalmente a los enfermos como yo. Estoy buscando el camino.
Guillermo Abril, Managua
Ver también en el blog Casa de barro sobre una montaña de silicio