Como una montaña rusa han sido las actuales negociaciones de paz entre el gobierno de Colombia y las Farc: con picos altos y valles, escalamientos y desescalamientos, momentos de satisfacción y otros de susto. La ruptura en los meses anteriores de la tregua unilateral indefinida por la guerrilla y la vuelta a los bombardeos por las Fuerzas Armadas intensificaron la confrontación y llevaron las negociaciones a un punto muy tenso y difícil. Cuando las cosas estaban ahí, el ultimátum del jefe de los negociadores gobierno, Humberto de la Calle, diciendo que podían levantarse de la mesa, y la rápida respuesta de las Farc, con su anuncio de otra tregua unilateral, abrieron de nuevo la esperanza y el optimismo.
El último escalamiento mostró el absurdo y la irracionalidad de la guerra, su empantanamiento, su inviabilidad. Las Fuerzas Armadas mataron guerrilleros con sus bombardeos pero no pudieron sujetar a las Farc ni impedir la proliferación de sus ataques. Y éstas volvieron a los hostigamientos, a volar oleoductos y torres de conducción eléctrica, a dañar acueductos y vías, afectando gravemente a la población.
Simplemente, los contendientes mostraron sus colmillos y escenificaron ante el país sus orgullos de guerreros para recordar, las fuerzas oficiales, que tienen la superioridad y van ganando, y las guerrilleras, que no se está negociando con una organización sometida sino con una que aún tiene recursos y capacidades para matar y hacer daño. Para gritar, las primeras, que tienen la legalidad, que no la legitimidad, y las segundas, que no se van a dejar acorralar en esta negociación.
Nada nuevo, nada distinto, ningún aporte en la justificación de su guerra; ninguna épica, ningún heroísmo, nada de qué enorgullercese; la misma inercia, la misma rutina infernal de producir muertes, sangre, odio, sabotajes y desplazamiento forzado. Ni unas ni otras modificaron la correlación de fuerzas con la que llegaron a La Habana. Sólo la ya vieja, anacrónica y metamorfoseada guerra de más de 50 años que no sabe para dónde va.
¿Nos merecemos esta guerra en Colombia? ¿Necesitan de una guerra como ésta las causas sociales y políticas, los movimientos sociales? ¿Es justificable la invitación a continuarla como un argumento para atraer votantes y ganar elecciones?
Ahora vienen cuatro meses de tregua unilateral y desescalamiento, una coyuntura de lucha por la paz que se cruzará con unas elecciones permeadas por la corrupción y las mafias. Y, dado que muchos de los aspirantes a cargos ejecutivos y corporaciones públicas son delincuentes y corruptos que, de una u otra manera, están ligados a intereses de esa vieja guerra y su continuidad, sus corifeos y sus botafuegos civiles tratarán de inundar el espacio electoral.
Quizás esos discursos y los cuatro meses de desescalamiento sean los estertores de esa guerra decrépita. Pero para ello se requiere que la opinión pública, los movimientos sociales, todas las fuerzas democráticas, todos nosotros convirtamos estos cuatro meses en una oleada de indignación y presión contra la guerra para avanzar en su desescalamiento, en el cese bilateral de fuegos y hostilidades y en su finalización.
Es posible que en estos cuatro meses pasemos de ese escenario de montaña rusa de las negociaciones, que hemos vivido hasta hoy, a otro de movilización social por la finalización de la guerra. Pero esto depende de nosotros mismos, de la mayoría de los colombianos que queremos la paz, de la articulación, la visibilización y el crecimiento de las fuerzas que nacen de las entrañas y gargantas de las víctimas y del pueblo, de la conciencia que se logre desplegar.
José Aristizábal G.
Investigador Social y Coordinador del observatorio del conflicto armado y el pos conflicto de la Corporación Nuevo Arco Iris