El último informe del Centro Nacional de Memoria Histórica hace un recorrido por el alzamiento en armas y la desmovilización de este grupo guerrillero, conformado por indígenas que querían defender su territorio. Esta es su historia y las lecciones que dejaron.
80 indígenas armados y uniformados bajaron de las montañas de Buenos Aires (Cauca) el 5 de enero de 1985 y entraron por la fuerza al casco urbano del municipio de Santander de Quilichao.
Durante tres horas combatieron con la Policía y cuando salieron, los muros del cuartel y otras paredes del centro del pueblo quedaron pintadas con la misma inscripción: “Comando Quintín Lame. Por la defensa de los derechos indígenas”.
Ese día Colombia supo que en el Cauca había un nuevo grupo armado. Y aunque en ese momento existían otros seis movimientos alzados en armas en todo el país, este era diferente a los demás.
No sólo estaba conformado exclusivamente por indígenas, sino que su objetivo final no era tomarse el poder. “Lo que nosotros buscábamos era proteger nuestro territorio”, dice Luis Eduardo Fuisque, quien hizo parte del grupo.
Y fue por el territorio que comenzó todo. Porque aunque el Quintín Lame se conformó como movimiento armado en 1984, su historia comienza mucho antes, cuando los indígenas decidieron organizarse y recuperar lo que consideraban su territorio ancestral.
Todo esto está contado en el nuevo informe del Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), titulado ‘Guerra propia, guerra ajena: conflictos armados y reconstrucción identitaria en los andes colombianos’, escrito por el investigador Daniel Ricardo Peñaranda, quien documento todo acerca del Quintín Lame: sus antecedentes, su lucha armada y su desmovilización.
“Fue el primer movimiento indígena que tomó las armas asumiéndose como indígena en la historia de América Latina”, dice Peñaranda, quien trabajo durante 20 años para reescribir esta historia leyendo documentos, haciendo entrevistas y asistiendo a talleres con la comunidad.
La autodefensa indígena que se convirtió en guerrilla
Todo empezó en la década de los 70. Los indígenas se organizaron en el Consejo Regional Indígena del Cauca (CRIC) porque querían recuperar las tierras que consideraban su territorio ancestral y que estaban en manos de hacendados e industriales.
Ante el abandono del Estado, decidieron usar las vías de hecho y se tomaron varias haciendas en 1971, presionando al Incora –Instituto Colombiano de la Reforma Agraria– para que se las titularan.
La Fuerza Pública respondió con fuerza y algunos terratenientes, temerosos de perder sus propiedades, conformaron grupos de paramilitares conocidos como ‘Pájaros’ que empezaron a atacar a los indígenas.
Ahí fue cuando los indígenas decidieron crear su propia autodefensa. Con la ayuda del M-19 se entrenaron y consiguieron armas. Al inicio actuaban como células que ejercían vigilancia en las comunidades, pero el asesinato del sacerdote Álvaro Ulcué Chocué, uno de los líderes más reconocidos de la zona, los llevó a salir a la luz pública en 1984.
Tomaron la ofensiva bajo el nombre de Comando Quintín Lame, en honor al legendario líder de la rebelión indígena. Sus primeras acciones armadas fueron el ataque a una finca del Ingenio Castilla el 29 de noviembre de 1984 y la toma de Santander de Quilichao en 1985, con la que finalmente los conoció el país.
Luis Eduardo Fuisque, quien hoy dirige la Fundación Sol y Tierra, la organización que surgió después de la entrega de armas del Quintín Lame, recuerda que tenían tres enemigos: “el Estado con su ejército, los terratientes que armaron grupos y hasta la guerrilla de las Farc, que decía que les estábamos robando territorio”.
De la guerra a la paz
Por siete años el Quintín Lame actuó principalmente en el Cauca. Según Guillermo Tenorio, gobernador del CRIC entre 1983 y 1986, su acción al principio fue eficaz, porque los ‘Pájaros’ retrocedieron y los indígenas pudieron continuar con su toma de tierras. Para 1991 habían ‘recuperado’ 450.000 hectáreas.
Pero el movimiento armado estaba perdiendo su norte. En 1985 se habían unido al Batallón América, conformado por otros grupos armados, y salieron a luchar fuera de su territorio, con lo que perdieron de vista su objetivo principal.
De hecho, una de las conclusiones del informe del CNMH es que se metieron en una guerra ajena que les trajo problemas con un sector de las comunidades, que los acusaron de tener la actitud militarista que ellos rechazaban y de haber acercado la guerra aún más a sus territorios.
“A nosotros en el CRIC nos estaban señalando como si fuéramos del mismo Quintín Lame. Nos decían ‘Crictin’”, cuenta Tenorio. “Entonces hablamos con ellos y les dijimos que ya habían cumplido su tarea, que ya era hora de desmovilizarse y de entrar a la democracia”.
En esa misma época se dieron los procesos de paz con el M-19 y el EPL. Además, en el horizonte estaba la Asamblea Nacional Constituyente y los indígenas vieron en ella una oportunidad de cambiar algunas leyes y de crear condiciones más favorables para ellos.
Recuperando la memoria
El proceso de paz entre el Gobierno de Cesar Gaviria y el Quintín Lame se dio en Caldono (Cauca) entre agosto de 1990 y mayo de 1991. El 31 de ese mismo mes se desmovilizaron y dos de ellos participaron en la Asamblea Nacional Constituyente bajo el paraguas de la Alianza Social Indígena (ASI).
Para Luis Eduardo Fuisque, aunque el Gobierno cumplió los puntos que quedaron en el acuerdo (educación, salud e infraestructura en las zonas indígenas), incumplió lo que tenía que ver con la seguridad y el desmonte del paramilitarismo. De hecho, un año después de la desmovilización se dio la masacre de Nilo, en la que murieron 20 indígenas.
Además los conflictos sociales en el departamento del Cauca siguen vivos y aún se dan episodios de violencia entre los indígenas que piden más tierras, los industriales que las utilizan y las autoridades. Hace una semana, incluso, un grupo de indígenas se tomó pacíficamente la sede principal del Ministerio de Agricultura por supuestos incumplimientos en acuerdos logrados con el Gobierno.
Pero a diferencia de 1970, el movimiento indígena hoy es reconocido y tiene mucha más fuerza legal para dialogar con el Estado.
Ese precisamente es el principal legado del Quintín Lame para Pablo Tattay, quien fue miembro del ala política del grupo. “Logramos fortalecer el movimiento indígena. El hecho de que la mayoría de las comunidades hoy tengan sus autoridades, su propia economía, su educación, su salud, su guardia indígena, una participación política en el Congreso, etc”, dice.
Por otro lado, para Daniel Peñaranda, autor del informe, lo más resaltable del caso del Quintín Lame es el éxito en la desmovilización de los combatientes.
Con él está de acuerdo el investigador francés Yvon Le Bot, quien ha estudiado el caso colombiano: “Ellos lograron retomar el hilo y meterse de vuelta en el movimiento social. Esto es muy raro, porque una vez se entra al engranaje de la violencia, es muy difícil volverse a salir”.
Deisy Quistial, excombatiente conocida como ‘Dalila’, piensa que la clave fue que nunca dejaron de ser indígenas. “Cuando hicimos la dejación de las armas fue muy fácil regresar a la comunidad. Nosotros nunca habíamos dejado de hacer parte ella, así que simplemente volvimos a vivir como antes”, explica.
Eso les permitió rehacer su vida y adelantar proyectos productivos con las ayudas que enviaba el Estado. Varios de los excombatientes, además, han sido alcaldes de municipios caucanos, gobernadores de resguardos, concejales y coordinadores de la Guardia Indígena.
Un ejemplo útil para la negociación que se adelanta hoy con las Farc.
Descargue El informe ‘Guerra propia, guerra ajena – Conflictos armados y reconstrucción identitaria en los Andes colombianos – El Movimiento Armado Quintín Lame’