La sociedad del “No”

Alejandro Neita«Por ejemplo tenemos un sistema de leyes que reglamenta cada uno de los espacios de la vida pero no sabemos ni quién, ni por qué las expiden, pareciera que las esferas jurídicas y políticas transcurrieran ajenas a la sociedad, siempre estamos en sus dominios envolviéndonos en sus hilos de plomo, transparentes e inquebrantables»

Esta mañana cuando desperté pensé ¿Qué pasaría si por un día el mundo se revelara contra el no? Me dirá que sería el acabose, una anarquía absoluta, en donde el aniquilamiento se iría fraguando hasta convertirnos en cenizas, saldrían los más ortodoxos, conservadores y hasta liberales a decir “es inevitable vivir bajo reglas de conductas o maneras de limitar comportamientos y pensamientos”, en cierto modo, sí, sin embargo en la sociedad actual los sistemas de cualquier índole se basan demasiado en la constricción, en el miedo a quebrantar los comportamientos correctos, en definitiva en el moldeamiento del cuerpo y la sensibilidad, dejando de lado la facultad de la creación, la potencia de la autonomía, mantiene al ser humano en un estado automático de vida en el que la principal característica es la incertidumbre y, aunque suena contradictorio, una libertad sometida.

Detrás de todo sistema, afirmaciones y gobierno, hay un conjunto de reglas de conducta inspirada en el “no”, representan caminos divinos por los cuales cada uno de nosotros debemos transitar; vidas y consciencias empiezan a determinarse desde muy temprano ante las tentaciones de lo bueno, lo correcto y lo saludable sin que se cuestione ninguna de las prácticas de las que nos sujetamos. Hacer entonces la respectiva pregunta es alejarnos desde el inicio del desbarrancadero del sentido común y el vendaje que cuelga sobre nuestras cabezas, ¿Lo bueno, lo correcto y lo saludable para quién o qué? Cuestión nada fácil, como ocurre con este tipo de preguntas en la que se involucra la ideología, la filosofía y la vida misma, lo importante no es hallar una respuesta definitiva sino más bien precisar las dificultades de las presunciones que nos brindan, desentramar lo evidente, denunciar lo que sea que pueda ser denunciable, pero ¿A quién va dirigida la denuncia?. Resulta con frecuencia que los entes responsables de esos procesos correctivos son invisibles a los ojos, no obstante la consciencia delata sus delicados tejidos, los receptores del mensaje entonces debemos ser nosotros mismos, la consciencia y las prácticas que se desprenden de ella son las encargadas de liberarnos. Si bien es cierto que muchos procesos sociales siguen dinámicas propias, al final somos nosotros los responsables de nuestros actos, las excusas pueden ser un buen remedio si se examina bajo el prisma histórico pues brindan suficiente respaldo a las casualidades, contingencias, continuismos y procesos, pero tampoco podemos escondernos en ellas por siempre, luego el tiempo será el encargado de demolernos en penas, así que no es opción la excusa.

En cualquier parte por donde uno mira hay formas de hacernos saber cómo comportarnos, las hay en las esquinas, en los semáforos, en las miradas de los otros, en los insípidos uniformes, en la publicidad, en los centros comerciales, en las desastrosas instituciones, ¡cómo no! ¡En la pérfida televisión! Pareciera ser que los mensajes sobre los que reposa la sociedad están encriptados en formas binarias de lo correcto y lo incorrecto. Ha llegado la hora de romper esos esquemas.

Por ejemplo tenemos un sistema de leyes que reglamenta cada uno de los espacios de la vida pero no sabemos ni quién, ni por qué las expiden, pareciera que las esferas jurídicas y políticas transcurrieran ajenas a la sociedad, siempre estamos en sus dominios envolviéndonos en sus hilos de plomo, transparentes e inquebrantables. Los distintos poderes de la democracia se encargan de dictar leyes, edictos, decretos -esa la sustancia de la democracia- me replicarán algunos, sin embargo, detrás de esas expediciones también existen una serie de fuerzas que distan mucho de representarnos pues solo interfieren para apoyar políticamente sus propios intereses. ¡Cuánto papel escrito y que poca realidad es a la que pertenece! ¡Cuántas letras aplicadas a nuestro desconocimiento!, sin embargo eso no significa que el derecho sea inservible, en ciertas circunstancias puede llegar a servir de motor para procesos liberatorios, pero me niego a creer que la democracia solo esté relegada a trámites burocráticos o a sofisticadas leguleyadas.

Las afirmaciones son los modelos morales de la sociedad, son las pautas invisibles que rigen nuestra razón, los pensamientos se articulan con frecuencias de acuerdo a esos magnetismos intransigentes que no negocian la verdad porque son la única verdad, hechas de retazos teleológicos. A diario las afirmaciones dicen cómo se debe vivir, argumentando la aceptación de las servidumbres, los pecados y defendiendo los castigos cuándo son debidos, son radicales con lo inapropiado, entonces como dueñas de la verdad nos enseñan a amar, a pensar y, sobre todo, a valorar las cosas según las cualidades correctas al funcionamiento de lo que ha venido siendo, un brillo falso basado en la costumbre y el temor del cambio. El punto con las afirmaciones es que nos mantienen como un lago de aguas calmadas, perpetuas e inalterables, mirando eternamente el cielo.

Ni qué hablar de la televisión y la publicidad, ellas son las manos ideológicas de los modelos de vida económicos y los razonamientos serviles. Nadie se puede imaginar la cantidad de narraciones ficticias y afirmaciones morales que se esconden detrás de los programas de televisión; los noticieros junto a los programas de opinión son la mejor forma de construir país, esas personas detrás de un traje y ceñuda apariencia se me hacen que tienen otro rostro escondido, con distintos ojos y una boca deforme. Por otro lado en la publicidad hay un complejo sistema de creencias alrededor del producto que, en últimas, crean artificialmente las necesidades y deseos de los consumidores. –Sabemos lo que necesitas para ser feliz, ¡compra!

Habría que hacerse otra pregunta, ¿qué es nuestro? Prácticamente la mayoría de cosas se han construido ajenas a nosotros mismos, apartados de las auténticas necesidades sociales que conlleven a una apertura de la sensibilidad y la razón humana, pero bueno, quizás esa pregunta sea la causa de un nuevo escrito, por el momento continuo con lo que venía desarrollando.

Desde siempre nos han enseñado a mantenernos reguarnecidos en las casas, herméticos dentro de nuestro cuerpo, invulnerables a la realidad mirando desde un rascacielos a la ciudad, al país, ajenos a los otros, nos mantenemos comiendo normas, nos escupen en la cara sobre cómo debemos pensar sin criticar nada porque sobre aquel que lo haga caerá el terrible peso de lo infame y lo prohibido.

Estamos en la sociedad del no, tal vez falte poco para que los mundos imaginados por aldous huxley y George Orwell terminen sus procesos de consolidación, aquí también las teorías de Michel Foucault hilan finamente, aunque pensándolo bien quizás estemos ya en ella, quizás una autoridad latente nos impulse a adoptar modos de vida y pensamientos sin la necesidad de recurrir al estrangulamiento definitivo, existen maneras soterradas de expulsar nuestros odios, idear nuestros amores, y hacer que todo parezca bonito sin ser producto de nosotros.

Detrás de los márgenes del “no” hay variedades inexploradas de libertades. ¡A esas son las que debemos apostar! Es desarticular precisamente las constricciones de cómo veníamos siendo complacientes ante las cosas que, en apariencias, son ajenas a nosotros, ante los olvidos de los demás y la reivindicación de los procesos autónomos, los cuales revitalizan las esperanzas por el mañana, detrás del ‘no’ hay múltiples maneras de amar fundamentadas en los vértigos de ir por el camino más inhóspito. Desgarrarse la carne, voltear los ojos hacía dentro cuerpo para que, así mismo, percibamos la relación con los otros, perder los sentidos en el océano que debe haber más allá del no.

A todas estas la paz puede ser la reivindicación del sí como el proceso creativo y necesario para la sociedad colombiana, ésta debe ser un acto de reivindicación a la vida, y a los valores desconocidos, cierto, es una probabilidad solo si se desprende de las insípidas reglamentaciones, salirse del no, debe ser un proceso por fuera de las instituciones, los modelos deben romperse para que la creación cualquiera que fuera adquiriese la autonomía necesaria para validarnos como seres sociales y sensibles.

La sociedad ha caído en los formalismos institucionales y, de ahí, mi odio a esas procesos petrificantes, ¡Claro actualmente hay un gran debate hacer de los mecanismo de refrendación de los acuerdos! Asunto interesante para mis amigos los politólogos y abogados, pero se nos olvida que la paz no es una sustancia, ésta implica construcción que dista de los ámbitos oficiales o los designios atormentados de los medios de comunicación, lo triste ahora es que muchos defienden las ideas del conflicto pero nunca ven más allá de sus narices, no preguntan sobre el sentido histórico de las cosas ni por su porvenir inmediato, solo siguieron el impulso de rechazo y los bombardeos ideologizantes de los medios, siguiendo a algún ídolo como si la consciencia fuera de mármol, como si sus vidas se la pasaran dentro de un recinto rodeado de esculturas que los miran desde lo más alto.

Sí, la violencia duele y ha dolido por más de medio siglo, pero duele aún más estar en la sociedad del no, no se atreva a confluir en la dirección del sí. Hasta que no aprendamos a diferenciar situaciones políticas de los derechos de los demás, y las garantías sociales de la vida, hasta que no aprendamos a construir más allá de las mediaciones ideológicas y las constricciones morales de los odios, seremos la sociedad del no.

Mario Alejandro Neita Echeverry
Politólogo de la Universidad Nacional

2 comentarios en “La sociedad del “No””

  1. … existen maneras soterradas de expulsar nuestros odios, idear nuestros amores, y hacer que todo parezca bonito sin ser producto de nosotros. MUY BELLO ESTO

  2. Una maravillosa reflexión…en efecto somos agentes en un sistema de permanentes trámites burocráticos al servicio de unos pocos que están ungidos de la omnipotencia… .

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