De las palabras aprendidas hasta ahora creencia y derrota son las que se han implicado con mayor fuerza en mi vida; así debe ser el correcto funcionamiento de las palabras, no solo elementos de comunicación sino de implicación, de fortalecer el sentido que cada quien ha tomado o pretendido tomar.
Hace tiempo leía por casualidad en un periódico una entrevista a un lingüista sobre las palabras fonéticamente hermosas, aquellas que por su sonoridad logran cautivar el oído, algo así como un recital dentro de una palabra. Si sigo por el lado de la armonía sonora claramente las mías (creencia y derrota) saldrían derrotadas ante los sonidos primaverales del “tamarindo” y el “azulejo” o “azulado”, el gran problema de este argumento es que cada uno tendrá sus palabras preferidas de acuerdo a los funcionamientos de los ritmos en la psiquis; cada quien tiene ritmos diferentes, somos melodías inigualables y por tanto adquirimos nuestros propios tiempos, como una canción compuesta de blancas, negras, corcheas etc. Por tanto, no quiero hablar de las palabras hermosas fonéticamente, aparte de lo subjetivo del tema, no puede revelar nada práctico de la realidad. Quiero escribir sobre esas dos palabras con las que me he construido y, supongo, debido a la amplitud y simbolismo de sus significados, se han construido la mayoría de las personas. La diferencia, entonces, reside también en lo particular de la fonética y lo universal de la implicación, un gusto de la psiquis contrario a la realidad que expresan “creencia” y “derrota”.
Así, después de pensar largo tiempo, deseché varias palabras que hubieran podido ser ideales para haber hecho un credo como lo pretendo en estos momentos, por ejemplo: libertad, amor, sabiduría, anarquía, extrañar, justicia, inefable (como la vida misma) entre muchas otras más, pero son tan volátiles y susceptibles de cambio que me pareció apropiado incluirlas en solo dos de ellas que, a su vez, las definiera e incluyera no como algo en sí sino en su forma creativa y humana; esas dos palabras finalmente fueron creencia y derrota, aunque advierto que el primer sustantivo lo he alimentado con su verbo, creer. Quiero significar con ellas que la vida se me hace un proceso discontinuo y creativo en donde damos botes por los abismos y, sin embargo, pensamos que nunca vamos a caer del todo.
Dos palabras porque he sido derrotado cantidad de veces y porque mis creencias han sido siempre muy terrenales, apegadas a mí profana mortalidad.
Muchas derrotas imposibles de medir, derrotas silenciosas porque ellas son así, autistas, como cuando imagino mundos antes de dormir y en el momento de soñar nada de lo planeado sucede, o como cuando en vez del amor aparece la soledad, lo mismo sucede cuando beso a esa hermosa mujer y de pronto se esfuma entre mis brazos, como cuando pienso que debería existir una sociedad mejor y en la calle me estrello contra la cruda realidad en donde las cosas empeoran bajo las órdenes de unos pocos, ¿Quién en esos casos me ha advertido de esas derrotas tan silenciosas pero evidentes? Solo yo, por supuesto no desconozco la manera cotidiana en que se alimentan los sueños, esa parte ideal del amor, el componente real de la imaginación, o los que ganan con cada una de nuestras pérdidas materiales, sensitivas y mentales, para eso es necesario todo un componente social, simplemente quiero resaltar ese momento de aceptación trágica, silenciosa, con las que nos dignamos haber caído derrotados.
¡Cómo olvidar los juegos! Cuántas veces no he perdido en las mesas jugando cartas o en un partido de fútbol, sí, es cierto, uno se da cuenta de las derrotas cuando las apuestas son altas, pero éstas desaparecen pronto y la advertencia queda redimida a esa parte material tan efímera ¡Se va como ha llegado! Dicen por ahí. Y si acaso llega a quedar una preocupación, ésta ya no es tanto por la pérdida como por el esfuerzo para permanecer siendo en el presente. Al final la derrota queda silenciada por lo que fue o por el ritmo del mismo juego.
Desde que nací he sido derrotado, ¿Quién carajos decidió por mí dónde nacería o cuándo tendría el primer pensamiento ya olvidado definitivamente en el oscuro hangar de la nada? La derrota parece seguirme: en el día duermo y en la noche me desvelo, caí derrotado en la anormalidad, y en mi transformación continua. La derrota es una tragedia, una desavenencia con uno mismo y un no ser a la vez porque implica, sin lugar a dudas, que algo pasó, que ya no vuelves a ser el mismo, pero eso no significa que sea un tormento, se la debe tolerar hasta el punto de resarcir el riesgo tomado.
La creencia por su parte es mi “alma”, el lado sensible que jamás perecerá. Al inicio me pareció sensato escoger como palabra “esperanza”, pero pronto me di cuenta que la esperanza es pasiva, implica esperar un hecho ideado de antemano sin realizar esfuerzo alguno, una palabra muy relacionada con el azar. Se me dirá que la creencia es la estrategia de la religión, su esencia filosófica, de alguna manera sí, pero mi creencia, como bien lo dije, no se relaciona para nada con la teología, al contrario, la trata de desarticular. Mi creencia se alimenta de su verbo que para nada se hace pasivo, creer es de por sí arraigarse en la vida, y para vivir se hace necesario aplicar en uno la experiencia, el creer es crear en el sentido de que se hace vital corresponder la creencia con ese acto sublime de abolir las ataduras de la realidad y derrumbar las paredes que nos encierran en nosotros mismos. Creer implica, precisamente, un acto de voluntad en lo que se hace o se espera, es por ello que cuando creo en el amor, la fraternidad, la justicia social, la reivindicación del sujeto, un mundo menos mundano, me veo reducido a la derrota pero no por ello, he de caer derrotado, me transformo y con ello cambio mi entorno, mi sensibilidad, y mis maneras de pensar, y de adoptar mis creencias.
Creo en todo aquello ajeno a mí que inspire y repare, en los vértigos e intensidades. Creo en mi todopoderoso, creador de mi propia vida y voluntad, creo en mi historia y en el universo, y en la destrucción de todos los santos, Amén.
Mario Alejandro Neita Echeverry
Politólogo de la Universidad Nacional