Empezar y terminar una negociación, suele ser lo más difícil. En la fase exploratoria, porque no hay confianza y está todo por determinar. Las dos partes tienen muchas incertidumbres, pero acaban asumiendo los riesgos si consensúan una buena hoja de ruta para andar. Una vez iniciada la negociación, si hay voluntad y una buena metodología, las partes pueden lograr superar los numerosos obstáculos que se presentan en el camino, muchos de ellos difíciles de prever. Así ha ocurrido en La Habana hasta ahora. En estos momentos, sin embargo, nos encontramos en la etapa final, que como he advertido, es una fase altamente sensible. ¿Por qué? Pues porque en ella se va a concretar algo tan decisivo como el pase de los guerrilleros al mundo civil, despegarse del fusil que les ha acompañado durante años, día y noche, y empezar a trabajar en proyectos que pueden servir a la mejora del país, en diferentes niveles, especialmente los políticos, sociales y económicos.
Aunque varias personas lo hemos repetido hasta la saciedad, es oportuno volver a insistir en que lo que habitualmente en el mundo se denomina DDR (desarme, desmovilización y reintegración), en el caso de las FARC, los modelos existentes y las mismas referencias de la historia colombiana, no van a servir de mucho, o quizás de nada. Todo el proceso de negociación con las FARC ha sido diferente y genuino y, a mi entender, muy interesante de cara a futuros procesos para otros países. No habrá el desarme típico, con entrega de armas a oficiales del Ejército o al Comisionado de Paz, con todas las cámaras de televisión presentes. Para algunos grupos armados, y las FARC creo que son uno de ellos, esa escena les parece humillante, porque su impacto visual está centrado en el arma entregada, y no en el proyecto vital de quienes abandonan el fusil, que va mucho más allá de ese acto. No se está explorando y negociando durante más de cuatro años, para resumirlo en un acto que puede durar horas, y para poner fin a una historia que dura más de 50 años. Las cosas no funcionan así. Hay que esforzarse para entenderlo, y para no correr el riesgo de equivocarse y exigir lo que no procede y es, además, innecesario.
El término “dejación de armas” utilizado por las FARC durante los últimos años, no es un capricho lingüístico, sino un concepto político-militar. Las armas serán abandonadas por quienes las llevan actualmente, que nadie le quepa la menor duda, pero serán entregadas, y ojalá destruidas o convertidas en obras de arte, por instancias internacionales. Se ha hecho en otros países, y no ha de constituir un problema para Colombia. Lo importante es que dejen de ser usadas, que no sirvan para matar a ninguna persona más. Y eso habrá de ir de la mano del compromiso estrictamente riguroso de la Fuerza Pública, de que sus armas no irán jamás dirigidas contra civiles que se destaquen por su liderazgo político, social o popular. Al contrario. Para el Estado, el desafío en ese momento no es menor que el que tiene igualmente las FARC. Deberá garantizar la seguridad personal, la vida, de cada uno de los guerrilleros y guerrilleras que dejen a un lado su arma. La dejación y entrega de armas a terceros, debe hacerse con todas las garantías de seguridad, y eso será más fácil de obtener si se hace en las zonas cercanas a donde ya están ahora. Exigir pocas concentraciones de mucha gente, no siempre es la mejor opción, y probablemente no sea necesario. Se pueden dejar las armas e identificar a los ex combatientes para su reincorporación a la vida civil, en un número más elevado de puntos de los que desea o exige el Gobierno, entregándoles su respectiva cédula, que acredite su paso a la vida civil, y libres de órdenes de captura, y en función de lo ya acordado en el cuarto punto de la agenda, que prevé salvedades. Quiero recordar, al respecto, que en todos los acuerdos de paz que han existido en el mundo en los últimos cuarenta años, en todos ha existido una amnistía automática, “de iure” o “de facto”, en el momento de firmar el acuerdo. En Colombia, con la adopción de una justicia restaurativa, se han introducido matices muy importantes, que han sido aceptados por las FARC, algo nada habitual en la historia de los procesos de paz, les puedo asegurar.
Las FARC, en su mayor parte, no van a integrarse en proyectos diseñados desde la Agencia Colombiana de Reintegración, ni van a estar pendientes de que empresarios generosos les ofrezcan empleo, o que la cooperación internacional les proporcione carro y plata. Mejor quitarse esa idea de la cabeza. Su proyecto vital es de otro orden, y lo habrán explicado en la Mesa de negociaciones. Entiéndase bien lo siguiente, que es de sentido común: si las personas desmovilizadas, individualmente o en grupos, tienen su propio proyecto productivo, ya sea mediante la creación de cooperativas o su participación en proyectos de economía social ya existentes, están en su perfecto derecho a hacerlo, y será beneficioso para la comunidad y para el país. No hay motivo para obligarles a hacer otra cosa. El proyecto de las FARC pasa por ser de utilidad en las zonas donde ya tienen presencia, ya sea con apoyos o con temores, lo que comporta que, inmediatamente después de la dejación de armas, puedan pasar a vivir y convivir con las comunidades. Sería absurdo e inútil, e incluso una provocación innecesaria, obligarlos a permanecer aislados del mundo y de las comunidades. Su proyecto de vida no es estar como figurines o animales salvajes en un zoo o en un “parque temático”. Simplemente, no se hicieron guerrilleros para eso, sino para transformar realidades que consideran injustas y poco dignas, por mucho que la guerra degrade las ideas y los sueños, porque la guerra siempre es perversa, y cercena, poco a poco, la humanidad de las personas.
Por tanto, y resumo, tendría que entenderse, desde mi opinión, que hay una continuidad y un enlace en todas las cosas que he mencionado. No se encontrará una solución al debate sobre los puntos de ubicación, por ejemplo, si no se entiende el conjunto del paquete, la globalidad y la interrelación de todas las cosas que están en juego. En la Mesa de negociaciones, y desde el Gobierno, deberían hacer el esfuerzo para enfocar toda la fase final de manera holística, integral. No es tan difícil como parece, y creo que podría ayudar a conseguir un final razonable y con perspectivas de futuro.
Vicenç Fisas
Director de la Escuela de Cultura de Paz de la U. Autónoma de Barcelona