Llámenla como quieran, la marcha del silencio, la marcha por la paz, la marcha de la esperanza lo cierto es que la acontecida el 5 de Octubre fue la renovación de las buenas sensaciones que se habían ido extinguiendo como el fuego de una vela ante el acecho constante del viento. Y es que los resultados del plebiscito del domingo fue un baldado de agua fría para el ánimo de quiénes creemos que se puede construir un futuro mejor para la sociedad colombiana, en especial de quiénes han sido víctimas del conflicto y las regiones que constantemente viven en sus dominios. Sí, a uno le duele el pecho. Yo me rascaba la cabeza, me restregaba los ojos y con los labios apretados, con la sensación de que se venía una gran ola de agua salada por los ojos, suspiraba fuerte para impedir las lágrimas. Ese día fue diferente y moralmente valió la pena cada minuto que estuve allí en ese río de personas que, según las estadísticas de los medios de comunicación fueron 20.000, aunque a decir verdad la cifra no sea más que una estrategia para dar ánimos a los del NO pues éramos muchos más y en el ambiente había el furor, la energía, el entusiasmo de una avalancha de hombres y mujeres cuya intención era derrotar la indiferencia del ciudadano por su compromiso social, esa apatía que ha fraguado en la historia colombiana más desavenencias que triunfos.
Llevaba mucho tiempo sin ir a una marcha. Las marchas estudiantiles del 2011 habían desgastado mis ganas de pertenecer a una multitud reivindicativa. Pero luego de haber votado positivamente por la refrendación de los acuerdos tuve la necesidad de ir. Las antorchas y velas prendían sobre la caravana como las luciérnagas en una noche oscura; los murmullos, los pasos apretados, la alegría de la gente y la torre Colpatria iluminada por las franjas amarillo, azul, rojo y blanco, contrastaba con los pronósticos de lluvias y el frío capitalino. Fue inevitable no sentir cómo miles de adormideras despertaban en el cuerpo.
De marcha del silencio más bien hubo poco pues las consignas sonaban a cada momento con las respectivas réplicas de ¡Shh! de las personas que habían ido solo por la idea de apoyar la refrendación de los acuerdos y salir de la incertidumbre en la que se encuentra la negociación con Las Farc, no querían saber de consignas distintas a “¡queremos la paz!” “¡Sí a la paz!” o la impecable protesta del silencio. La izquierda, el pensamiento crítico, suele no aprovechar las oportunidades pues tienden a disgregar y desconcentrar un movimiento, tienen demasiado afán y la gente no acompaña lo que no entiende o se sale de sus intereses inmediatos. Por otro lado el silencio suele ser el gran aliado de las injusticias, de los problemas y demás malestares. Pero la efusividad y los irreprimibles deseos de denuncia no callaron porque, tal como se supo por la boca del mismo Juan Carlos Vélez, se intuía que la base de la campaña por el No había estado cargada de falacias y de odios que permanecen en el ambiente pero que se deben superar. La marcha, sin embargo, transcurrió en plena calma, pasando del silencio a las consignas estudiantiles y viceversa. Las dos partes fueron complacidas, aún más fueron cobijadas por la alegría y la renovación del entusiasmo.
El tiempo se difuminó en el componente social, fueron más de dos horas desde el Planetario hasta la Plaza, absorbidas rápidamente por las afirmaciones de la ciudadanía que sabe lo que quiere, que sabe en el fondo qué ocurre, lo denuncia y pretende con su simple existencia rebelarlo a quiénes se niegan a comprender la responsabilidad histórica de la sociedad en la conformación de un futuro mejor. Y bien, mientras caminaba hacia la Plaza de Bolívar con un par de amigos de la Corporación tuve tiempo de conocer las historias de lucha, sus convicciones que nunca han dejado de lado, porque es en el calor de la multitud donde ellas se fraguan y toman valor, no es en la televisión o sentados en nuestros cómodos sillones de la casa, quizás mirando las redes sociales aunque a veces lo pretendamos así, no más basta saber la infame estrategia de la compaña por el No. Igualmente tuvimos tiempo para debatir sobre la crisis actual de la mesa de negociación.
Por mi parte pretendí explicar que este momento puede ser una gran oportunidad para dejar atrás el periodo de polarización que ha dejado el tema entre la guerra y la paz, los rencores, los odios y malestares producidos por el conflicto, su mediatización e ideologización militar, porque la gente empieza a develar la manipulación a la que estuvo expuesta, porque caen en cuenta que hay ciertos sectores que simplemente quieren réditos políticos a costa de ellos, porque saben que la pereza de informarse los atropelló y de paso afectó a las poblaciones que han soñado con unas noches tranquilas llenas de estrellas y no de las estelas de las balas o la incertidumbre, porque al fin y al cabo empiezan a pensar que alrededor de la paz existen otros temas como las diferencias territoriales, la inclusión, la participación, y una memoria que, más allá de ser borrada, será restaurada. Que hay algunos que insisten en acabar la guerra por medios militares eso es innegable, son pocos, los amargados que sueñan con cadáveres como en el peor de los cuentos patrióticos porque no les alcanza la imaginación para concebir la inclusión y la reparación efectiva. ¡Que cojan un fúsil y a por ellos!
Llegamos a la Plaza, allí hubo nuevamente consignas, alegrías, banderas blancas que ondulaban con fuerza. En el regreso a casa aún se mantuvieron encendidas las velas y las antorchas que iluminaban las sonrisas de la gente.
PDTA 1. El Premio Nobel de Paz para el Presidente Juan Manuel Santos es el reconocimiento a su voluntad política, es un espaldarazo a los acuerdos con Las Farc, pero debiera ser un premio conjunto de toda la Mesa de Negociación y las víctimas. En todo caso es una nueva motivación para seguir adelante con el Acuerdo.
PDTA 2. Las querellas que ahora reivindica la compaña por el NO a favor de la justicia se me hace simple retórica para complacer los egos políticos de unos cuantos y ganar protagonismo en la escena actual de construcción de paz ¿cuántas veces el gobierno tuvo la pretensión de reunirse con ellos y escucharlos? Varias veces.
Mario Alejandro Neita Echeverry
Politólogo de la Universidad Nacional