Durante la tercera conferencia de la ONU-Habitat, realizada en Quito (Ecuador), Montería fue reconocida como una de las diez ciudades más sostenibles del planeta, mediante un concurso que organiza anualmente el Fondo Mundial para la Naturaleza, en el que la ciudad ha tenido el ‘apoyo financiero’ del BID y Findeter.
Pero “¿bueno qué carajos es una ciudad sostenible?”, se preguntó un hombre en una pausa de la lectura del periódico que tenía entre sus manos mientras atravesaba el río Sinú en el planchón ubicado a la altura de la calle 34 de Montería.
El solo término “Ciudad Sostenible” genera conceptos diversos y en ocasiones contrapuestos entre funcionarios públicos, arquitectos, urbanistas, profesores y ambientalistas. Para la Financiera de Desarrollo Territorial (Findeter): “una ciudad sostenible es aquella que ofrece una alta calidad de vida a sus habitantes, que reduce sus impactos sobre el medio natural y que cuenta con un gobierno local con capacidad fiscal y administrativo para mantener su crecimiento económico y para llevar a cabo sus funciones urbanas con una amplia participación ciudadana.” Además, la sostenibilidad incluye cuatro dimensiones: ambiental y cambio climático, desarrollo urbano sostenible (garantizar hábitat adecuado para sus ciudadanos, transporte y movilidad sostenible); sostenibilidad económica y dimensión fiscal (manejo adecuado de sus ingresos).
Desde otra mirada, el arquitecto y profesor de la universidad de Harvard (EE.UU) Rahul Mehrotra enseña que “el concepto de ‘ciudad sostenible’ es una mentira universal”. Y explica que esa ciudad ‘debe ser aquella donde el ser humano y los recursos naturales sean el centro de la ciudad, aquella donde se usen sus recursos para que el ser humano y la naturaleza sean los mayores beneficiados’.
Ahora, desde lo ambiental, lo sostenible es cuando se aprende a vivir con el ambiente natural, con lo que la naturaleza ofrece, cuando no se destruye el estado natural del ambiente sino que se aprende a vivir y convivir con él. Un pueblo puede ser pequeño, pobre económicamente, pero ambientalmente rico y sostenible, tomemos por caso diversas poblaciones de África con pésimo desarrollo urbano, pero donde sus habitantes aprendieron a vivir con lo que tienen, y a preservar los recursos naturales. En Córdoba los indígenas Embera Katíos sabían vivir con lo que la naturaleza les proveía hasta cuando impactaron su hábitat natural para construir la Hidroeléctrica de Urrá.
En parte Montería, se encuentra distante del concepto de sostenibilidad ¬–entendida en toda su dimensión- porque, no obstante los cambios notables de la ciudad y su fortaleza fiscal, aún el ambiente natural se encuentra relegado; se cortan árboles nativos para reemplazarlos por especies exóticas en los que no anidan los pájaros ni vuelan las mariposas, ni generan la mega biodiversidad propias de la flora de Colombia. El gobierno habla de recuperar el río, pero recuperar el Sinú no es solo embellecer su ribera en la Avenida Primera de Montería, en la Ronda del Sinú, ello implica recuperar y proteger todo su ecosistema también gravemente impactado por la construcción de la hidroeléctrica de Urrá. Igualmente se deben recuperar las ciénagas y los humedales secados artificialmente por particulares para extender sus fincas y haciendas ganaderas, como es el caso de la Ciénaga de Martinica.
Ahora, si partimos de que un desarrollo urbano sostenible “debe controlar el crecimiento de la ciudad y promover la provisión de un hábitat adecuado para sus ciudadanos”, como lo plantea Findeter, se observa que en Montería se desvían y canalizan canales de drenaje produciendo estancamiento de aguas lluvias, se construyeron viviendas “de interés social” en zonas ambientalmente reservadas (prohibidas). Mis estudiantes de Comunicación Social y Periodismo realizaron una serie de reportajes en los que se demuestra que las familias pobres, que fueron reubicados en zonas de influencia de Sierra Chiquita, considerada zona de reserva natural y ambiental, viven en edificaciones y viviendas nuevas pero con todos los componentes de la pobreza: sin calidad de vida urbana ni humana, hacinados, desarraigados de su contexto social, de aquellos sitios en los que vivían al menos del rebusque, distante del centro de la ciudad y sin centralidades propias, sin esperanza de convivir con los sectores medios y altos de la sociedad porque no están integrados al resto de la ciudad. De modo que Montería es una ciudad ambientalmente, socialmente, urbanísticamente y económicamente dispersa, fragmentada, excluyente, con sectores marginales y otros elitistas.
Esto no niega que en Montería se registran cambios notables, toda ciudad evoluciona, y ello se refleja en las obras de infraestructura y embellecimiento. Evidentemente el alcalde Marco Daniel Pineda García quiere hace de Montería una ciudad sostenible desde distintas perspectivas. Montería muestra obras, son los casos de La Ronda del Sinú, el nuevo mercado de Oriente, la recuperación de vías en el centro, la recuperación del espacio público en algunos sectores, el plan maestro de parques; una de sus propuestas de mayor impacto es la promoción del uso de la bicicleta como medio de transporte, no obstante que las ciclo rutas aún están dispersas y desconectadas; paralelamente el sector privado pone en servicio nuevos centros comerciales y edificaciones en el norte. En fin, son obras y proyectos que despiertan–justamente– alegrías y emociones entre los monterianos, pero son niveles de emoción tan altos que en ocasiones impiden al ciudadano ver la realidad y los problemas de fondo de la ciudad.
Ahora, ¿por qué entonces se le otorgó este reconocimiento a Montería? Porque previamente la ciudad fue seleccionada por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y la Financiera de Desarrollo Territorial (Findeter), para ser parte del proyecto “Ciudades Sostenibles y Competitivas” que ellos mismos lideran. Y el gobierno y las entidades financieras hacen lobby (influyen) ante la ONU, porque les interesa que sus inversiones se muestren al mundo para seguir ofreciendo préstamos que endeudan a los países y ciudades. Y para lograrlo ponen a concursar y competir a las ciudades del mundo, una competencia con intereses políticos, por parte de los gobernantes nacionales (Vargas Lleras y los alcaldes), y económico por parte de la banca privada (BID), una competencia en la que hoy Montería ocupa un lugar de privilegio en el ranking pero los seres humanos llegan de último. Y son los contribuyentes quienes en últimas deben pagar las deudas con el recorte de proyectos para la inversión social, con reformas fiscales impuestas por el BID. Esta es la razón por la que se impulsan todos estos concursos, y por la que el gobierno ha depositado en la mente de los monterianos la idea de un “Desarrollo Sostenible, “Ciudad Amable”, una sostenibilidad y embellecimiento que al final resulta de apariencia y de fachada urbana. De modo que decir que Montería es ambientalmente y socialmente sostenible es tanto como tratar de demostrar que los cabellos de una mujer son de oro cuando realmente es rubia. Una metáfora, una imagen.
Autor: Ramiro Guzmán Arteaga
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