La Bucaramanga de los 70’s

En la década de los años 70´s, del siglo pasado, en la tranquila y apacible Bucaramanga, entre zarrapios, culonas y chicharras existían unos personajes que le daban vida a los cuentos, historias y que con sus particulares formas de ser y de relacionarse con los bumangueses, marcaron una época y unas anécdotas que aún se mantienen vivas en la memoria de los que tuvimos la posibilidad de haber vivido tan importante periodo.

Veamos a cada uno de estos emblemáticos personajes, cual nómina de obra de teatro:

La moñona, era una señora como de 55 años, se vestía elegante, sus trajes eran de telas con diseños extremadamente clásicos, pareciese que era una dama de la corte en París, aunque se notaba que eran vestidos no muy nuevos, zapatillas de charol siempre de diferentes colores, se peinaba con un moño que se hacía para arriba, ni más ni menos como la esposa de Homero Simpson, decían que a ese moño le echaba cabellos que recogía de las peluquerías, se maquillaba un poco exagerado, pues pensaba que así podría encontrar su príncipe azul, llevaba siempre un bolso pequeño de cuero que siempre le hacía juego con las zapatillas y con sus trajes y en sus manos llevaba un bello abanico que lo meneaba de vez en cuando. Su labor cotidiana era pasearse por el centro de la ciudad y a quien le caía mal le hacía mala cara y si éste o ésta le demostraba miedo, lo perseguía todo el día; mi hermana Marly la veía y de una se asustaba y pues la moñona era a perseguirla.

El personaje de “va calcar”, era un viejito de largas y abundante barbas, de muy baja estatura, vestido muy humildemente, que sentado en una butaca, en la esquina de la calle 36 con carrera 19, donde hoy queda el edificio de la Cámara de Comercio, pintaba en carboncillo rostros que la gente le mandaban a hacer, pero se transformaba cuando sobre todo los ‘gamines’ u otros pelaos le gritaban, ¡!VA CALCAR!!!, se paraba de la butaca y con un mazo que tenía correteaba a estos chicos (va calcar, quiere decir que iba a copiar, que no sabía pintar).

Marujita, era o es porque aún viejito vive, un hombre que se volvió Gay y no lo ocultó, además tenía el labio superior con las huellas de cirugía por lo que fue de labio leporino y pues hablaba como ‘maqueco’, vestía con un pantalón bien apretado y pues se le notaba que estaba muy bien dotado, siempre usaba blusas muy pequeñas, ombligueras y caminaba como si fuese en la pasarela, a todos los hombres que pasaban por el lado suyo les decía, adiós papacito rico.

Va llover, era un señor moreno, de pelo lacio, que tenía movimientos involuntarios de su cabeza, así como esos muñequitos que ponen en los taxis que con el movimiento del vehículo mueven su cabeza, si le gritaban va a llover agarraba a palo o a piedra a quien le ofendiera.

La viejita de los anillos, era otra habitante de calle que vivía siempre cerca de la redoma de san francisco, en todos y cada uno de sus dedos, tenía mínimo 4 anillos, pero era inofensiva, esos sí, olía a perro.

Puñaleta, mujer como de 30 años, que al parecer sufría problemas psiquiátricos, cuando había un grupo de hombres se desnudaba y empezaba a caminar como una modelo en pasarela, pero que nadie se atreviera a decirle puñaleta, porque sacaba un arma corto punzante y correteaba al que fuera.

Pajitas, era un hombre de unos 60 años flaco, de ojos azules, vestía un uniforme de los alférez de tránsito, con botas bien altas y el kepis, a este personaje le gustaba acercársele a las jovencitas con uniforme de colegio y se sacaba el pene por el bolsillo del pantalón y les decía, miren al topo gigio y pues las chicas gritaban y salían corriendo.

Mamatoco, hijo de prestante familia que cuando salió de bachiller del colegio san Pedro Claver, pidió de regalo un viaje a la India por 15 días y se fue, pero duró 6 meses, cuando llegó asumió tan profundamente la cultura hindú que no quiso vivir en casa y vivía en la calle, harapiento y mugroso, siempre cerca del centro comercial cabecera.

Todos los días tomaba aguardiente y borrachito siempre estaba, su anciana madre todos los días le daba 20 mil pesos y con ello se abastecía de licor, pero el día que no le daba le formaba un escándalo de padre y señor mío, hace poco murió de cirrosis.

La cabuya de los moscos, era una mujer alta, delgada de fino caminar y al parecer de fino vestir cuando joven, vivía en la calle, en la carrera 15 con 37 y sus últimos años era la novia de pajitas y se paseaban tomados de la mano por el centro de la ciudad, siempre bien maquillada, aunque sin bañarse y con un olor que solo se lo soportaba su amor.

Y por último Mimimota, era un personaje de cuentos de hadas, pequeñito, no más de un metro, gordote, piel canela oscura, feo de cara, chato, sacaba la lengua y se tocaba la nariz y pues era cantante, aunque cantaba feo y sólo una canción, la chochita del rio (quería decir, la chosita del rio) y pedía limosna, entonces nadie quería una serenata donde repitieran “la chochita del rio” durante unos cinco minutos.

Entonces los hombres, le daban unas monedas y le decían, ve aquella chica, señora o señor o almacén, vaya y cántele la canción a ella, o a ellos, éste presuroso, iba y se paraba frente a su objetivo, empezaba a cantarle su particular canción, pues todo mundo se reía, era todo una recocha, él no lo veía mal, estaba convencido que era un muy buen cantante.

Eran callejeros y eran los personajes, se han ido yendo poco a poco y se han llevado con ellos las estrellas y nos han dejado el espacio como testamento y los que quieran entrar en escena está la mesa servida, porque aún creemos en sueños y quimeras, pues estos personajes han sido más cuerdos que quienes se jactan de serlo.

Luis Alberto Cabeza Espinel
Sociólogo – Investigador social