Como toda ciudad respetable del Caribe, Montería tenía su bailador de salsa estacionario. De esos que van arrastrando su ‘carrito de madera con cuatro ruedas de acero’ y se estacionan para bailar una salsa de Richie Rey, Willy Colón, Cheo Feliciano o Héctor Lavoe.
Pues bien, Julio César Ramos Morillo, «El Richie Rey» (así le llamaremos, porque así se le conoce) es quien hace parte fundamental de esa tradición y principio básico del Centro de Montería. Y hasta se podría decir que El Richie Rey, es también un servicio público fundamental para que el Centro de la ciudad funcione y fluya con su dinamismo natural hacia el progreso y el desarrollo sostenible.
El mundo moderno está lleno de muchas formas de diversión impuestas por las reglas del mercado, y hasta se puede afirmar que hoy el natural derecho que tenemos los seres humanos de divertirnos cuesta dinero, pero divertirse viendo bailar a El Richie Rey no tiene precio.
Bailar salsa en la calle es también una forma de cultura, menos artificiosa y menos pretenciosa, pero más natural, que emerge espontáneamente de las entrañas de la vida urbana. Por eso en cierta forma El Richie Rey es para el Centro de Montería la forma más simple y básica de una expresión popularmente cultural, pero también la más caracterizada y visible.
El caso es que ahora, en medio de esta acelerada evolución urbana, en Montería pretenden quitar al El Richie Rey de la calle 30 con carreras segunda y tercera, donde lleva 43 años vendiendo arranca-muelas bocadillos, diabolines, rosquitas y los dulces criollos más representativos de Córdoba.
Hace tres meses alguien dio la orden que debía quitar la música y desde entonces no ha vuelto bailar. Y lo cierto es que hasta el momento no se sabe con certeza de dónde llegó la orden, porque al final lo que hay es un revoltijo en el que las autoridades se tiran la pelota en medio de órdenes y explicaciones. De todas maneras, sea quien sea quien haya dado la orden, al alcalde de Montería, al comandante de policía y al gerente de Electricaribe es oportuno recordarles que ellos pueden estar ocupando el cargo que se merecen, pero jamás podrán estar donde siempre ha estado El Richie Rey, es decir, en el Centro de la ciudad bailando salsa. Y no lo podrán estar, entre otras cosas, porque casi siempre la sensación de autoridad y mando que fluye de ellos es incomparable con la alegría salsera que fluye del alma de un bailador de salsa en un andén de la calle. Es que a las autoridades y a las élites de una ciudad no les resulta nada fácil identificar este tipo de expresiones culturales que el ciudadano de a pie identifican fácilmente porque se gestan y emergen de las mismas entrañas del pueblo.
El caso es que hora a El Richie Rey le quitaron la música y lo reubicarán en un Kiosco, no se sabe si con su salsa o sin su salsa. Y es posible que estará en mejores condiciones locativas, pero también dudo que vuelva a ser el mismo. Y no volverá a ser el mismo porque ningún personaje como él vuelve a ser el mismo cuando se le reubica en un entorno distinto, porque el Richie está, diríamos, biológicamente adaptado a su sitio del cual se nutre junto con su música y la mirada de quienes andamos a pie. Me temo que es poco lo que alguien pueda hacer por El Riky Rey porque, como diría el maestro Estanislao Zuleta, “la cultura de la calle solo cuenta con el cariño de la gente, y el cariño no es una fuerza política”, ni pone votos en este país de mojigatos.
Por Ramiro Guzmán Arteaga
Comunicador social periodista, Mg en educación y profesor universitario