21 de septiembre, día Internacional de la paz

Por Carlos Orlas / Fotos: Jennifer Rueda

En el ETCR Jacobo Arango de Dabeiba, vereda Llano Grande – Chimiadó, se celebró el día de la paz en torno al juego más popular del mundo: el fútbol. También se compartieron talleres de fotografía, teatro y pintura, por iniciativa de un grupo de barristas del nacional llamado Pueblo Verdolaga.

En esta zona se concentraron los frentes quinto y la unidad móvil Iván Ríos. En el centro del espacio, como si fuera el centro de la tierra en el cuento de Julio Verne, misteriosamente, una cancha con sus justas proporciones, concedida por Doña Carmen, la heredera del terreno, para que la memoria de su hijo futbolero no se pierda. Ella permitió la construcción del ETCR en sus predios con la condición de que se conservara la cancha y el cementerio.

Una historia de perdón

Doña Carmen perdió a su esposo en medio del conflicto armado, se niega a decir que fue en manos de las Farc, y de manera prudente insinúa que son cosas de la guerra, daños colaterales.

También perdió a su hijo de 16 años en un accidente de motocicleta, y en  homenaje a él la cancha que es monumental lleva su nombre: Juan David Cardona. Doña Carmen tiene un principio de vida desde que se quedó a vivir en Llano grande, y es servir, a la comunidad, a los reincorporados, a su propósito de perdonar con acciones.

Día internacional de la paz

Con Pueblo Verdolaga y su acción de acompañamiento al ETCR y a los reincorporados, se celebró el pasado domingo 21 de septiembre el día internacional de la paz. Con talleres de teatro, pintura y fotografía, más un torneo relámpago, se vivió una jornada de dos días en la que pudimos escuchar las historias de exguerrilleros relacionadas con el fútbol en medio de la guerra, que es un contexto en el que paradójicamente hay muchos momentos de paz.

Es como cuando en medio de la selva se abren claros o tajos de terreno despejado, así mismo en medio de la guerra se abrían muy a menudo espacios para el juego de fútbol y sobre todo de voleibol por las condiciones de la confrontación y de la misma selva.

De manera que celebrar la paz es celebrar la memoria de lo que significa dejar las armas, vivir sin ellas, dejar las trochas y ponerse a sembrar, a aprender política desde la legalidad, a tramitar el laberinto kafkiano de la vida civil frente a la lentitud burócrata. Y entre tanto, jugar fútbol en una cancha bien trazada, con guayos ahora sí en vez de botas de caucho, con tranquilidad, con amor, porque el fútbol es metáfora de la vida misma. Lo juegan hombres y mujeres, como en el monte, en condiciones de igualdad.

Una historia de fútbol y de amor

Norbey “manchas”, es una crónica viva de lo que fue el fútbol en la guerra. Aquí su historia.

Como comandante de un grupo de guerrilleros, me las ingenié con un audífono escondido para en medio de una operación militar, escuchar el partido de Colombia contra Argentina que quedó cinco a cero. No podía gritar los goles pero no se imaginan la emoción contenida. Con mi compañera que nos separamos durante 21 años hicimos el trato de que cuando escuchara un gol de Nacional en la voz del narrador  Jorge Eliécer Campuzano supiera que yo estaba alegre y que la estaba escuchando.

También hubo un partido muy importante de nacional contra junior, una remontada de cuatro goles en la final, y nosotros con la tropa nos caminamos 22 Km. Para poderlo ver, improvisando antenas con tapas de ollas en la copa de los árboles. Fue un partido muy bonito.

La mayoría de los exguerrilleros no conocen el estadio y sueñan con él, han pasado por su lado y se emocionan con ese gigantismo en su arquitectura. Saben que el fútbol es una guerra por otros medios, es político, es ritual, es belleza en movimiento, danza de los cuerpos en un espacio verde, en medio de tantos verdes que pintan nuestras selvas y montañas. Ojalá puedan venir al estadio y disfrutar de esa locura colectiva, de lo mágico que ha de ser ir a la cancha por primera vez.