Por Harold Ruiz Moreno
Las sociedades son sensibles cuando se atenta contra los seres sintientes, se desarrolla alta sensibilidad cuando hay abusos con los animales, hoy las mascotas son parte de la familia y cuando hay actos de violencia contra ellos la sociedad se conmociona, así ocurrió cuando en Nariño cuatro soldados asesinaron una perrita tirándola por los aires, el país justificadamente se levantó y condenó este acto de violencia.
Pero no ocurre lo mismo con el asesinato sistemático de los líderes sociales, hemos perdido la sensibilidad humana, no solo se les asesina, también se los re victimiza. La ministra del interior Alicia Arango que debería protegerlos los compara con los que mueren por el robo de un celular. Desde el inicio del gobierno del presidente Iván Duque Marqués ya son 578 líderes sociales asesinados hasta la fecha según cifras de las Naciones Unidas.
El mundo acompañó al país en el logro de la firma del acuerdo paz que puso fin al conflicto armado interno y que logró el desarme de una guerrilla que llevaba 52 años en levantamiento armado provocando una guerra con una gran tragedia humana; hasta la fecha ya son 202 los firmantes del acuerdo asesinados, cifra entregada por el nuevo partido de las FARC, lo que se suma a los intentos de hacer trizas el acuerdo firmado, como lo promueven los enemigos de la Paz y la reconciliación, liderados por los integrantes del partido político del Centro Democrático.
En esta orgía de sangre y terror contra los sectores sociales, no es menos la persecución y asesinato sistemático contra las comunidades indígenas, en las cifras frías de asesinato contra los líderes sociales están los indígenas. Las denuncias indican que han sido asesinados más 578 líderes sociales (entre hombres y mujeres), de los cuales unos 270 (30%) son indígenas, población que apenas alcanza el 4% del total nacional, lo que genera mucha rabia y dolor ya que las comunidades indígenas viven un largo proceso de etnocidio y genocidio sistemático contra los pueblos ancestrales, por parte de los grupos ilegales y también de los agentes del estado que se ensañan en el exterminio contra las comunidades indígenas.
El Estado extractivista es un violador fascista
Por más de cinco décadas, los pueblos indígenas de Colombia resistieron el látigo de la guerra. Negándose a abandonar sus tierras, habitan en el país 102 Pueblos Indígenas, quienes son los sobrevivientes de un genocidio que aún no termina; están aún en una «conquista» que no acaba, su memoria viva es un tejido largo de historias en donde aún se escribe a sangre y fuego el proceso de lucha y resistencia de los pueblos indígenas.
Hoy, como ayer, en la radiografía del país indígena esto no cesa. La desnutrición y abandono contra el Pueblo Wayuu con más de 5.000 mil niños muertos, el exterminio de más de 450 Kankuamos, el confinamiento contra el Pueblo Este Enaka en su propio territorio. En los Llanos Orientales las «guahibiadas» o el deporte de matar indios y el paternalismo ha llevado a los pueblos nómadas y semi nómadas a la drogadicción, prostitución y a la indigencia en departamentos como Arauca y Vichada. Pueblos Indígenas Sikuanis, Jiw, Amorua, Nukak, Betoy, Yamaleros y otros más agonizan en un callejón sin salida. En el Amazonas donde las chucherías no lograron acabar con los Murui y demás pueblos, hoy el narcotráfico, la deforestación, la explotación maderera, el control de las fronteras y la contaminación de mercurio están llevando al exterminio y extensión a los más de 60 Pueblos Indígenas ubicados en el pulmón del mundo, a los hijos y guardianes de la selva.
El asesinato de más de 158 líderes indígenas en departamentos como Nariño, Cauca y Chocó no es otra cosa más que los tiempos de la mala muerte contra la gente que defiende la vida, el territorio y el gobierno propio, de la gente que con bastón de mando y con la dignidad en alto defienden los derechos de pueblos indígenas. Así nos toque morir, como lo expresa claramente el himno de la Guardia Indígena, con bastones en tiempos de paz y en otros tiempos como los del conflicto que aún continúa desarman a los armados, controlan el territorio de las desarmonías y se enfrentan a un país en donde ser indígena y líder es costarle la vida. Guardias, médicos tradicionales, gobernadores y autoridades indígenas son el tiro al blanco para los que piensan y creen que en Colombia pensar distinto es sinónimo de terrorismo, y por tanto es necesario aniquilarlo. Awá, Nasas y Emberas son exterminados en la impunidad constante contra los pueblos ancestrales.
Todos los vejámenes, la sevicia y el horror contra los pueblos indígenas. Las denuncias indican que un grupo de soldados cobardes pertenecientes al Batallón San Mateo, habrían violado a una niña de «apenas 12 años» quien pertenecía al resguardo indígena Embera Chamí, la violación habría sucedido en el corregimiento Santa Cecilia del municipio Pueblo Rico en Risaralda.
El gobernador mayor Juan de Dios Queragama Nariquiaza expresó en un comunicado que “esto no ha sido una agresión para nuestra niña y su dignidad como ser humano y como miembro de un pueblo ancestral, ha sido una agresión para todo nuestro pueblo Embera Katio y un acto que defrauda la confianza que hemos depositado en ellos como representantes del Estado”… Pidió que los agresores sean entregados a esta comunidad para ser juzgados bajo su autoridad y autonomía y paguen su condena bajo su propia legislación y que luego sí sean juzgados por las leyes colombianas. Este hecho fue reconocido por el comando de la Octava Brigada perteneciente a la Quinta División del Ejército Nacional.
No hay palabras para descifrar este horrible hecho de violencia contra una niña indígena, que exige que la sociedad colombiana se levante como lo hace cuando hay hechos de violencia contra los seres sintientes; se trata de una niña indefensa violentada por quienes se catalogan como los “héroes de la patria”. Qué horror.
Enfrentando este estado de violencia los Pueblos Indígenas en Colombia seguirán alzando la voz en alto para defender sus vidas y territorios, a ellos los están matando por cuidar el tejido vital, por los derechos ancestrales que les dejaron los padres y madres espirituales; los matan a bala, pero también los matan con las políticas asistencialistas del Estado y con la indiferencia y olvido de la misma sociedad colombiana en su conjunto, que le cuesta reconocer que lleva en sus genes sangre de los que hoy son asesinados por defender la Madre Tierra.