Llevan siete días con sus noches que son tétricas: carros de la nada que llegan a tomarles fotos, atrácos en la acera de al lado, policias inermes, un campamento pequeño a la intemperie en plena portería porque no dejaron entrar a la universidad a las huelguistas. Primer fueron tres mujeres ayunando, luego tres hombres, oscilan entre los 18 y los 25 años. Finalmente se les unió un campamento humanitario (derechos humanos y medios alternativos).
El Hambre como grito extremo
Ejercer violencia contra el propio cuerpo es un grito contra un orden injusto. La huelga de hambre es el mecanismo más extremo de presión sin violencia. Una manera de enfrentar al poder a su propia realidad brutal. El cuerpo como mecanismo de protesta se pone en un límite interpela al poder y le reclama de manera visceral derechos fundamentales como en este caso la educación pública, de calidad y gratuita.
El lunes 13 de julio se sentía la fatiga de la noche anterior con una compañera con su salud decaída y sin que se le brindaran primeros auxilios durante la noche. Son formas que tiene el cuerpo de responder ante la angustia de dormir prácticamente encima de las alcantarillas de la portería del Ferrocarril, es decir, sin poder ejercer la huelga de hambre en condiciones dignas. El baño que la administración les dispuso queda en el parqueadero de motos y es un cuarto mohoso que tivieron que tienen que lavar a diario para no arriesgar más la salud.
Aquí el ralto de tres hombres, dos en huelgas de hambre. Las mujeres no quisieron hablar para conservar energías.
Camilo Gómez, aspirante a la U. de A.
“Yo no soy estudiante de la U de A pero quiero enviar el mensaje de que desde afuera tenemos una conciencia social. Me uní porque me parece una causa demasiado justa, si bien no es bueno aguantar hambre pero nos tocó llegar a este método de presión para lograr ser escuchados. Nos tocó llegar a una medida extrema que es poner en riesgo nuestras vidas para poder lograr un derecho constitucional”.
David Álvarez, estudiante de último semestre de Historia.
“Todos nos recogemos en esta frase: algunos animales se niegan a comer cuando los apresan, prefieren dejarse morir de hambre que vivir prisioneros. Gitan algo así: la libertad o la muerte. Somos conscientes de las desigualdades que hay en esta sociedad y asumimos esta forma de lucha como un método para visibilizar la situación tan precaria en que enfrentan millones en este país. Nosotros lo asumimos como una de las últimas formas del pacifismo radical para que nos escuchen y que nuestras peticiones que son totalmente justificadas y legítimas sean escuchadas”.
Francisco Delgado, médico graduado de la U. de A.
“Es necesario rebelarse ante la situación. Me parece una medida extrema acudir a la huelga de hambre pero es un esfuerzo grande para poder ser escuchados. Ya que no hay escucha en niveles administrativos por lo menos que nos escuchemos entre nosotros que estamos interesados en el bien vivir de todos”.
Para l@s huelguistas la motivación y el “desayuno” es el apoyo de los trasehúntes que frenan, dialogan, aportan dinero para comprar suero y alimentos para los del campamento. Según Camilo Gómez, “esa moral que le dan a uno es lo que nos hace desayunar, almorzar y comer. Realmente es el amor lo que nos mueve, más que la convicción política es el amor lo que nos hace luchar”.
Las condiciones serían más dignas si la Universidad les permitiera ingresar y ejercer la huelga desde adentro. Luchan porque de los 42 mil estudiantes matriculados en pregrado (sedes regionales y central) cerca del 25%, unos 10 mil estudiantes, tienen riesgo de deserción por dificultades económicas. “Nuestra apuesta es una matrícula cero total que no parta de una estratificación que de por sí es injusta”, dice David Álvarez. Las respuestas son escuetas: no hay plata. Ya no esgrimen el discurso institucional que deslegitima la protesta sino que plantan un silencio brutal.
Sin embargo, David es reiterativo en señalar que “siempre el movimiento estudiantil se va a hacer sentir frente a las injusticias y nunca se va a quedar callado”.