Por Walter Aldana
Plantear soluciones a las problemáticas en el Cauca, lo hacemos todos, desde diversas ópticas, por ejemplo: los gremios de la producción intentan construir su escenario a partir de sus limitaciones económicas, de voluntad política, de mantenerse en la actividad y los apoyos institucionales.
Las organizaciones sociales construyen propuestas de paz, de desarrollo agroindustrial, de gobiernos propios en Cabildos indígenas, Consejos Comunitarios afro, zonas de reserva campesina y territorios interétnicos e interculturales, desde hace años.
La iglesia católica con sus jerarcas en Cauca, sobre todo con sus dos últimos arzobispos, ha presentado y motivado acciones como camisetas blancas, banderas blancas, presencia en los lugares de conflicto, etc.
Los docentes afiliados a Asoinca y Sutec, juegan un papel importante no solo en la movilización por sus derechos, sino que su actividad pedagógica se convierte en la enseñanza sobre la historia, que debería ser la sumatoria de historias, a partir del reconocimiento y la construcción de esta desde diferentes miradas.
La acción de los Misak sobre el morro de Tulcán, donde derribaron la estatua ecuestre de Sebastián de Belalcázar, evidenció que no era cierto que nuestra identidad y sentido de pertenencia estaba definido en torno a la independencia y la república. Nuestra universidad pública encontró en este periodo sinergia en la comunidad educativa (administrativos, directiva, estudiantado), sobre el devenir educativo cotidiano y la matrícula cero, demostrando y enseñando tanto la posibilidad como la certeza de pactar para bien del conjunto.
¿Qué ha fallado entonces para que un pacto por el Cauca no se haya hecho?
Considero que partir de un discurso mentiroso (“abandonemos los intereses personales o de sectores”), nos hemos refugiado en nuestras concepciones filosóficas y políticas, generando líneas rojas; NO debe ser desde ahí, es a partir de reconocernos desde los intereses diversos, económicos, políticos, sociales, culturales e incluso religiosos que nos ponemos de acuerdo en el interés general.
Es por ello la necesidad de construir banderas, más allá de planes, programas y proyectos, determinar intervenciones profundas en los diferentes aspectos que atañen a la comunidad, es buscar una sociedad decente, como diría Avishai Margalit el filósofo Israelí: «donde el gobierno no humille a las personas sujetas a su autoridad, y cuyos ciudadanos no se humillan unos a otros”.
Los consensos y los acuerdos serán entonces construidos a partir del reconocimiento del otro como persona, como territorio, como procesos sectoriales. Recordaremos las palabras de Santo Tomás de Aquino: “la autoridad deviene de la justicia”, no del ejercicio del bloque aplastante que niegue la diversidad aunque la pregone en sus discursos, que reconozca la individualidad para construir la colectividad y propicie las identidades y el sentido de pertenencia. Si somos una sociedad enferma, entre otras, por la corrupción que no es solo en relación al dinero, es por el ejemplo de un gobierno mafioso, mentiroso y tramposo que aplica los preceptos de una cultura traqueta. Los consensos y acuerdos para salir del atolladero son una necesidad y es una obligación impulsarlos.