Por Gabriel Bustamante Peña
Un laso siempre se romperá por su parte más débil. Eso es lo que estamos viendo hoy en Colombia porque la actual fractura con el sistema económico y social no vino de los partidos, ni de los movimientos políticos de la oposición; ni de los grandes sindicatos, ni de las organizaciones sociales y, mucho menos, de los violentos grupos guerrilleros, que asisten también al fracaso rotundo de sus anquilosadas revoluciones armadas.
No, esta grieta que amenaza con tirar al piso esa estructura que creímos por décadas inamovible, vino de pelo largo, de piercing, y cantando rap; salió de las universidades, incluso de los colegios, creció con la desesperanza, el desasosiego y el olvido de las barriadas. Se difuminó como un virus por las redes sociales y atravesó fronteras hasta llegar a conmover al mundo entero y lograr su solidaridad. Esta revolución jamás antes vista vino de la parte más frágil de la sociedad: los jóvenes.
Muchach@s que lideran una manifestación de cambio que es supremamente débil y vulnerable precisamente porque está pensada para y por los más débiles y vulnerables de este país, no para los poderosos y privilegiados, causa que encuentra en su propia fragilidad el sostén de su fortaleza y trascendencia.
De ahí que esta batalla a muerte que se libra hoy en las calles de nuestro país entre, como dijo Baltasar Garzón: piedras contra fusiles, es una lucha genuina, ya que no está contaminada por los intereses politiqueros que siempre manchan los proyectos colectivos en Colombia y, por esto, es una lucha que sí puede aspirar a transformaciones profundas, que solo los jóvenes se atreven a soñar porque, al contrario de nosotros, ellos se han resistido a dejarse extirpar la esperanza por medio del conformismo.
Qué estarán pensando estos jóvenes, quienes a pesar de enfrentar una de las represiones estatales más violentas de la historia, no solo de Colombia, sino de América Latina, no abandonan las calles y, por el contrario, cada día vuelven a poner su energía, sus gritos, su alegría en aquel espacio público convertido en una carnicería inmisericorde. Y esa respuesta, que tal vez nunca obtendremos porque no logramos entenderlos, está profundamente atravesada por la ruptura del tiempo, de ese tiempo lineal que nos lleva irremediablemente a la idea que nos creímos de progreso y desarrollo, palabras que a estas nuevas generaciones ya no les dicen nada.
Este tiempo extraño y confuso al que asistimos en medio de esta agitación social y en el tercer pico de la pandemia, ha roto el tiempo continuo para dar paso al tiempo del peligro, del que nos habló hace siglos Pablo de Tarso, al tiempo en que débiles e indefensos jóvenes se enfrentan a los brutales agentes del poder que los aguardan en las calles, y a sabiendas de que corren riesgo sus vidas, insisten en ir a la primera línea de las protestas, convencidos como están que, por primera vez en sus vidas, hacen parte de un cambio sin precedentes signado por el tiempo creativo de la transformación histórica.
¿Creen acaso que los muchachos están en las calles, dispuestos a hacerse matar, simplemente porque quieren oportunidades para progresar en la vida? Pues se equivocan, lo primero que están cuestionando desde sus entrañas es que no le hayan sentido a los términos progreso y desarrollo, tal y como excluyente y violentamente los entendimos en Colombia ¿Progresar hacia dónde parce, desarrollarnos cómo qué panita?
Los jóvenes son conscientes de que ese progreso y desarrollo han implicado la muerte de comunidades negras e indígenas, la destrucción de las pequeñas economías campesinas, el acabose de los sistemas de educación y salud públicas, del derecho al trabajo, y la muerte y desangre del medio ambiente. El desencanto es total y profundo y, como en Mayo del 68, existe una conciencia de que la estructura está podrida y no sirve simplemente colocar un parche.
El progreso y el desarrollo se agotaron como proyecto de futuro para ellos, la “calidad de vida” centrada en el consumo en términos acumulativos ya no les dice nada, porque no les permite disfrutar el presente: disfrutar lo que eligieron estudiar, porque ya no lo eligen; disfrutar de un trabajo, si es que lo consiguen, porque esa ansiedad a la que los conmina el actual sistema quiere postergarles cualquier espacio de felicidad genuina, en función de un futuro progreso que nunca llega. Y en cambio, se les incrusta en un presente que se les antoja frustrante y agobiante, en medio de un país consumido por la corrupción, la injusticia social y la violencia.
Por eso esta movilización se da tanto en los barrios populares, como en los barrios de clase media, y media alta, porque es una movilización contra un futuro impuesto que no están dispuestos a asumir, un proyecto que los invita a ser competitivos y exitosos pero no felices, porque quién puede ser feliz con el éxito mientras el país en que se vive se cae a pedazos en medio de la corrupción y la violencia.
Parafraseando a Antonio Gramsci hay que animar a los jóvenes de Colombia a analizar, a estudiar la situación, porque necesitamos de toda vuestra inteligencia; a seguir empatizando, conmoviéndose con los problemas de los más débiles, porque necesitamos de toda vuestro entusiasmo, y a organizarse lo más que puedan porque necesitamos de toda vuestra fuerza.
Recuerden que la mejor movilización es la que sabe muy bien para qué marcha, de dónde parte y a dónde quiere llegar, que movilizarse por movilizarse nos puede conducir a cualquier resultado y, por lo general, nos ha llevado tristemente a la reproducción del orden existente, pero con otros actores; por eso el análisis es tan importante para quienes quieren cambiar la sociedad y nadie mejor para hacer un cambio consciente e inteligente que ustedes, las y los jóvenes de Colombia.
Cali, Valle 10 de mayo de 2021.