Por Aníbal Cañaveral Orozco[1]
Anibal es un campesino de Montebello que se formó en medio de los movimientos sociales y campesinos y la teología de la liberación. Su reflexión sobre los acontecimientos que rodearon las elecciones del 2018 dejan muchas lecciones para pensar con mayor responsabilidad y detenimiento esas propuestas aparentemente inocentes como el voto en blanco o la neutralidad frente a la «polarización» de las que se benefician los victimarios, no las víctimas.
Este texto se escribe bajo la premisa de que el autor ha vivido la afectación del conflicto armado en Colombia. Es uno de los ocho millones de víctimas y desplazados de este país. Fue desarraigado en la década de los años 80 de su tierra natal y desde entonces ha peregrinado por diversos lugares de la geografía nacional y latinoamericana. Su formación teológica y bíblica se forjó en ese contexto de desarraigo, por lo tanto, desde ahí se sitúa para escribir este testimonio.
Se trata de su punto de vista respetuoso de otros puntos de vista. Es posible que si no hubiese vivido esta realidad estuviera escribiendo otras cosas, pero trata de ser consecuente con lo vivido y así lo escribe. Admira y respeta profundamente a quienes sin haber recibido afectación del conflicto armado viven la solidaridad y el compromiso con las víctimas, como lo reconoce en muchas personas que sobrepasan su acción en compromiso y entrega por la causa de la justicia.
A modo de introducción
“-Tú nos has salvado la vida; en ti hemos encontrado comprensión; seremos siervos del faraón” (Gn 47, 25).
Muy lejos, allá en los tiempos de la monarquía salomónica en Israel, la Biblia registra una de las páginas más dramáticas sobre la alienación absoluta (Gn 47, 13-26), donde después de concluir su lectura pareciera no quedar otra salida que decir: «apague y vámonos». Ha triunfado el proyecto faraónico junto a su dios On y el pueblo egipcio ha exclamado: “-Tú nos has salvado la vida; en ti hemos encontrado comprensión; seremos siervos del faraón” (v. 25). ¿A quién tiene como salvador el pueblo que ha enajenado su vida y su conciencia? Vaya paradoja, a José, “el que dijo el faraón”, a quien encargó la gobernación del imperio egipcio. Esas tácticas del poder continúan repitiéndose hoy.
Muy acá, en los tiempos actuales, a unos cuantos meses de haberse realizado las dos vueltas de las elecciones presidenciales (27 de mayo y 17 de junio de 2018) -que dejaron como ganadores a Iván Duque y al uribismo- mi tierra natal, que fuera arrasada por la violencia paramilitar y guerrillera en la primera década de este siglo XXI, registró en la primera vuelta 1.630 votos por el candidato Iván Duque, 520 por Sergio Fajardo, 307 por Germán Vargas, 116 por Humberto de la Calle y 108 por Gustavo Petro (Registraduría Nacional del Estado Civil, 2018). Los resultados en la segunda vuelta mostraron a Duque con 2.465 votos y a Petro con 342 (Registraduría Nacional del Estado Civil, 2018). Es evidente que los votos de Fajardo, Vargas Lleras y de la Calle se fueron, considerablemente, con Duque y con la propuesta del Voto en Blanco.
En 2016, Montebello había sido el único municipio de la región Suroeste de Antioquia donde ganó el SÍ a los Acuerdos de Paz, con 953 votos sobre 776 por el NO (Restrepo & Carvajal, 2016); pero ahora, triunfó el victimario sobre la mayoría de las víctimas que habían respaldado los Acuerdos de Paz. Este pequeño municipio reveló en la población votante una mentalidad uribista del 58.97 % sobre 3.90% de la Colombia Humana de Gustavo Petro y 18.81% de la Coalición Colombia de Sergio Fajardo. Hoy se actualiza, nuevamente, este versículo (Gn 47, 25) de la Biblia: “-Tú nos has salvado la vida; en ti hemos encontrado comprensión; seremos siervos del faraón”. La actualización podría ser: Gracias, señor Uribe, porque nos salvaste con tu proyecto paramilitar, seremos esclavos del uribismo.
Con un nombre bíblico, en otra región de Antioquia, el panorama fue más sombrío. Alejandría es un pueblo arrasado por los paramilitares; paradójicamente, también es el único municipio del Oriente antioqueño donde ganó el SÍ a los Acuerdos de Paz con 966 votos sobre el NO con 696 sufragios. En la segunda vuelta de las elecciones presidenciales, Duque obtuvo 2.018 votos frente a 216 de Petro, una proporción semejante a la de Montebello. Si esto ocurrió en los pueblos que triunfaron con el SÍ en el Plebiscito por la Paz de 2016, qué esperar de los demás donde el NO se impuso en estas dos regiones antioqueñas.
Por los campos de Alejandría, el autor de estas líneas había transitado llevando a las veredas la Lectura Campesina de la Biblia. Allí floreció una de las escuelas bíblicas campesinas a finales de los años noventa del siglo pasado, pero la violencia paramilitar la hizo desaparecer. Con uno de los desplazamientos más elevados de pueblos pequeños (62% de su población urbana y campesina), 200 personas asesinadas, cerca de 25 desaparecidas entre finales de la década de los noventa y comienzos de la de 2000 (Betancur, 2015, prr. 1), el registro fue peor que en Montebello: 69% a favor del uribismo (1.513 votos) y el 3.30% (70 votos) por la Colombia Humana (Registraduría Nacional, 2018).
¿A qué o a quiénes atribuir este exitoso resultado del retorno del uribismo, del triunfo del victimario sobre las víctimas, de esta extirpación de la memoria y la conciencia crítica, de la alienación de mucha parte del campesinado que volvió a respaldar al victimario que arrebató la vida de sus seres queridos, que les condenó al desplazamiento forzado y terminó enajenándoles su libertad? El resultado de 2016 y los de ahora pueden leerse, también, como una repoblación de los campos de Alejandría y de Montebello con gente de mentalidad uribista y paramilitar, o como proselitismo y adoctrinamiento político y religioso.
El texto de Gn 47, 13-26, en una interpretación crítica revela que fueron el hambre y los sacerdotes al servicio del proyecto faraónico lo que ocasionó aquel derrumbe de la conciencia y la dignidad humana. En los pequeños municipios de Montebello y Alejandría, como en tantos otros de Colombia, se puede decir que esta alienación de la memoria y la conciencia crítica no está distante de muchos sacerdotes y pastores que acompañan espiritualmente a estas poblaciones, y a los medios de comunicación que entran en las ingenuas conciencias los miedos y las mentiras revestidas de verdades absolutas. El papel que desempeñan profesores y profesoras en escuelas, colegios y universidades contribuye, también, a la alienación y el adormecimiento de la conciencia. Ese adoctrinamiento lleva a que el pueblo reconozca en su verdugo a un mesías salvador.
Negritudes, indígenas y campesinos en las márgenes de una esperanza que se hunde
El amanecer del 28 de mayo de 2018, se recordará para la historia política del país y en las generaciones críticas venideras, como el día que hubo en Colombia un parpadeo para superar al uribismo, a los partidos tradicionales -liberal y conservador- y a las maquinarias políticas, corruptas y clientelistas que en otros tiempos compraban la conciencia de amplios sectores de la sociedad para perpetuarse “los mismos con las mismas” en el poder. Como escribió el columnista del periódico El Espectador, Rodrigo Uprimy (2018): “La paz con las Farc ganó la primera vuelta presidencial, pero paradójicamente quedó en grave peligro por lo que pueda pasar en la segunda vuelta” (Uprimy, 2018, prr. 1). La Colombia Humana encontró respaldo en las poblaciones más marginadas y excluidas de La Guajira, Atlántico, Sucre, Córdoba, Urabá antioqueño, Chocó, Buenaventura, Cauca, Nariño, Putumayo y Vaupés, mientras que la Coalición Colombia obtuvo una votación cercana, sobre todo en las ciudades grandes e intermedias.
Las veinticinco palabras de Uprimy, cuando no se había realizado la segunda vuelta de las elecciones, señalaron la paradoja del sacrificio de la paz con las Farc. Ya esa paz había recibido una estocada del uribismo en 2016, cuando impuso el NO en el Plebiscito. Sin embargo, contra los pronósticos de las encuestas, no le ganó en la primera vuelta a la Colombia Humana, la Coalición Colombia y la fracción minoritaria del Partido Liberal liderada por Humberto de la Calle. No obstante, el peligro que advirtió Uprimy no podía ser otro que el triunfo, nuevamente, del uribismo como efectivamente sucedió en la segunda vuelta. Sin duda alguna, la hermenéutica hay que hilarla delgadito aquí, porque ha sido compleja y polémica la postura y la decisión de Sergio Fajardo, Jorge Robledo, Humberto de la Calle y el columnista Daniel Coronel quienes decidieron hacer del voto en blanco y de la neutralidad, ante las dos únicas alternativas que le quedaban al país, su nueva causa política, como si ese resultado no hubiese sido el dictamen de una normatividad consensuada en la Constitución de 1991 (Art. 190)[1].
Lo paradójico en la segunda vuelta fue que la contienda electoral se volcara en dos direcciones: la unidad de la extrema derecha de Colombia y la división de la centro-izquierda en sus liderazgos más representativos. Sin duda alguna, los escenarios y las razones que suscitaron los apoyos a las dos alternativas de cambio en el país son en esencia, difíciles de entender frente a lo que vino después. Ambas propuestas quedaron inmersas en esa paradoja que señaló Uprimy. La Colombia de las negritudes, los pueblos indígenas y parte pequeña del campesinado llevó a la segunda vuelta a la Colombia Humana, sobre la Colombia de la Ciudadanía Libre, que representaba la fuerza bogotana y de las ciudades grandes e intermedias.
Cabe preguntarse sobre las motivaciones de comunidades muertas de hambre, acorraladas por el conflicto armado, víctimas de la corrupción y la impunidad, para votar por una propuesta diferente al uribismo, al vargallerismo, al liberalismo y al conservatismo. Puede preguntarse si votaron porque tuvieron, previamente, en muchos casos, una formación política o su voto es como un clamor por el hambre, la miseria, la marginación y la exclusión sufrida durante muchos años. Si fue esto último es lo que precisamente identificó al Dios del Éxodo para liberar a su pueblo de la esclavitud en Egipto (Éx 3, 7-9).
La paradoja que dejó a la mitad del país en la perplejidad es que no fue directamente el uribismo, cuyo intento de ganar la presidencia en la primera vuelta fracasó, porque entre las votaciones de Petro y Fajardo evitaron que el candidato del uribismo alcanzara la mitad más uno de los votos. Sin duda alguna, cabe hacer diversas lecturas, entre ellas la anticipada columna de Daniel Coronell en la Revista Semana, fechada el 17.03.18, bajo el título Petrificados. El columnista escribió entonces: “Quizás no sea demasiado tarde para decirlo –o quizás sí–, pero el paso de Gustavo Petro a la segunda vuelta solo garantiza el regreso del uribismo al poder” (Coronell, 2018, prr. 1). En líneas siguientes delineó su punto de vista:
Cuanto mejor le vaya a Gustavo Petro, más crecerá la votación en contra suya. No hay manera de que cualquier ascenso de Petro no tenga como reacción una subida mayor del voto del miedo que favorece a la derecha. El ganador neto del liderazgo de Petro en las encuestas es hoy el candidato de Álvaro Uribe (Coronell, 2018, prr. 2).
Lo insólito es que el voto en blanco venía haciendo carrera mucho antes de realizarse la primera vuelta de las elecciones. La historia dirá si los dirigentes de la Colombia de la Ciudadanía Libre -Fajardo y Robledo-, la que representó De la Calle -esperanzada en los Acuerdos de Paz- y la propia praxis de Coronell, le hicieron el favor al uribismo de levantarse de entre las cenizas y regresar al poder con una procesión de corruptos, politiqueros y procesados penal y judicialmente.
En consecuencia, la apreciación personal es que a estos liderazgos políticos, les cabe responsabilidad histórica en el funeral de los sueños y las esperanzas del pueblo de las márgenes geográficas de Colombia y de las periferias de las ciudades. Uprimy lo respaldó con cifras:
La paz con las Farc ganó entonces por 58 % contra 39%, o al menos, por 51 % contra 39 %. Una victoria clara, con una participación electoral de 53 %, que es alta para Colombia. La paz tendría entonces hoy un robusto apoyo democrático que facilitaría su implementación. Pero la paradoja es que la paz está en peligro por los posibles resultados de la segunda vuelta presidencial (Uprimy, 2018, prr. 3).
Colombia quedó frente a la encrucijada del posible retorno de la guerra después de haber desaprovechado el cuarto de hora histórico para vencer al poder de la clase política tradicional, corrupta, politiquera y señalada en muchos de sus representantes como criminales, o allanarle el camino del regreso al poder para nuevos ciclos y expresiones de la violencia paramilitar, guerrillera y proveniente del narcotráfico.
Había escrito que, posiblemente, antes de la segunda vuelta en el escenario de un nuevo regreso del uribismo al poder, la dirigencia y militancia de la Colombia Humana y de la Colombia pensante de la Alianza por Colombia podría ir siendo exterminada en los tiempos de hoy, como había sucedido con la UP en el pasado. Se sabe que al proyecto paramilitar del uribismo y de la narco-parapolítica le sobran agallas para eso. Y que, al margen de la ley y con la impunidad de su lado, harán lo necesario para eliminar a quien piense diferente y agrandarán, todavía más, el aparato de represión y corrupción. Transcurridos unos pocos meses desde la posesión del presidente Iván Duque, las cifras de asesinatos de líderes sociales ensombrece el proceso de paz y crece el número de amenazas a dirigentes políticos, periodistas, defensores de Derechos Humanos y excombatientes de las Farc, como afirman las mismas autoridades colombianas respecto a la masacre de personas en El Tarra, Norte de Santander y otras regiones del país.
Una ciudadanía libre, desafiada a superar el talante de sus dirigentes
Al hacer un primer balance, después de la primera vuelta de las elecciones presidenciales, pudo evidenciarse unas cifras significativas de las votaciones alcanzadas por Sergio Fajardo y por Gustavo Petro, obtenidas en los principales centros urbanos del país y en las regiones marginales de Colombia, donde superaron en votos a las corrientes del uribismo, el vargasllerismo, el santismo, el liberalismo y el conservatismo, reagrupadas ante el escenario de la segunda vuelta del 17 de junio. Se vislumbraba que podrían recortarse las diferencias en votos con el uribismo si la Ciudadanía Libre de la Coalición Colombia, de los grandes centros urbanos y las ciudades intermedias, inclinaban su voto hacia la Colombia Humana; si la votación que iba por la salvaguarda de los Acuerdos de Paz se la jugaba también; si el 47% de la abstención de la primera vuelta tomaba conciencia de la oportunidad histórica y si la Colombia Humana lograba mantener o aumentar el potencial de votos en los departamentos donde ganaba el uribismo.
Se esperaba, guardando las proporciones, que en esta ocasión, ocurriera algo similar a lo de 2014, cuando Óscar Iván Zuluaga ganó las elecciones en la primera vuelta y era inminente el regreso del uribismo a la presidencia de la República, la bandera de las negociaciones de paz con las Farc logró convocar a diversas fuerzas, hasta las de izquierda, para respaldar la reelección de Juan Manuel Santos. Entonces, esa decisión se dio a sabiendas de que no era una alternativa política diferente, sino la continuidad del mismo modelo económico.
Se creyó que si el potencial electoral de las grandes capitales -representado en las juventudes universitarias, en la gente de opinión crítica y en quienes aspiraban a un cambio en la política colombiana- tomaba la decisión de superar el talante de sus líderes naturales, tristemente inferior, buscando el andén del voto en blanco, era posible cerrarle el paso al regreso del uribismo, a la maquinaria politiquera, a la dirigencia corrupta de este país que se arropó de nuevo bajo la manta de ese partido. De allí, la premisa de que nunca antes como ahora se había dado la oportunidad histórica de alcanzar el lugar para una alternativa política diferente a la que ha sacrificado el futuro y la esperanza de este país.
Sin embargo, la realidad fue otra en la segunda vuelta de las elecciones, porque no toda la coalición Colombia apoyó a la Colombia Humana, bien porque votaron en blanco o porque en parte se fueron a las toldas del uribismo. La abstención se mantuvo en un 47% y la Colombia Humana perdió centros urbanos ganados en la primera vuelta y en los departamentos de la Guajira y Córdoba. Obviamente, varios factores confluyeron a desdibujar las proyecciones de la Colombia Humana de cara a la segunda vuelta: 1) el reagrupamiento de los partidos afines al uribismo; 2) la división y fractura de las fuerzas en la Coalición Colombia y el Polo Democrático; 3) el papel ideológico de los grandes medios de comunicación y su adoctrinamiento; 4) el voto en blanco, que alcanzó el 4,2% (808.368 votos) en la segunda vuelta y 5) el papel y adoctrinamiento religioso de las iglesias. No obstante estas realidades, sí quedó el registro de que por primera vez en la historia de Colombia una propuesta alternativa, como la Colombia Humana, alcanzó 8.034.189 votos, el 41,81% de la votación. Resta que las bases sociales convocadas por esta alternativa puedan consolidar un proyecto político capaz de ganar las elecciones este 2022.
Asimismo, se espera que las bases sociales de la Coalición Colombia sobrepasen la visión de sus dirigentes quienes le apostaron a la neutralidad y al voto en blanco. Y queda también la esperanza de que sus dirigentes sean capaces de salvar la implementación de los Acuerdos de Paz y el futuro de Colombia con relación al cuidado del medio ambiente, la participación democrática, la lucha contra la corrupción y la impunidad, y la búsqueda de un mejor destino para la Colombia marginada y excluida.
La pérdida del olfato político y los medios de comunicación
Desde la escuela primaria se aprende la existencia de los tres poderes del Estado: ejecutivo, legislativo y judicial. Esos tres poderes simbolizan hoy el hundimiento ético y moral de la sociedad colombiana. Se corrompieron y se degradaron. Las elecciones, en primera vuelta, como ya se dijo, mostraron el derrumbe de los partidos tradicionales y de las maquinarias, así como el de sus caudillos desteñidos y quemados políticamente.
Al día siguiente de aquella primera vuelta (28 de mayo), quienes irrumpieron a primera hora fueron los caudillos del cuarto poder: los poderosos medios de comunicación, tan dispuestos en otras ocasiones a “cubrir” las noticias de Venezuela, robos, accidentes, espectáculos y reinados. En cambio, ese 28 de mayo el país despertó con los medios de comunicación a la cacería de los 4 millones y medio de votos obtenidos por Fajardo. Los medios madrugaron a cocinar ese voto de la Coalición Colombia en favor de Duque o del voto en blanco, que quedaba suelto en la vecindad de sus entornos.
Darío Arismendi, en el “Feliz amanecer” al terminar su saludo, entró a entrevistar a Sergio Fajardo, después de vaticinar que puede ser el candidato estrella a la presidencia de la república dentro de cuatro años (2022). No entrevistó primero a Duque, triunfador de las elecciones, como era de esperarse, ni tampoco a Petro, la otra opción para la segunda vuelta. Por el contrario, le interesó hablar con Sergio Fajardo. Lo propio hizo Yamid Amat, en la noche de ese primer día, entrevistando a Fajardo y alargando sus declaraciones para una segunda parte al día siguiente.
¿Qué pasó con el olfato político de Fajardo al prestarse para semejante redada de los medios de comunicación? Guardando las proporciones, su postura se parece a de la Jerarquía católica colombiana (exceptuando a monseñor Darío Monsalve de la Arquidiócesis de Cali y a otros prelados anónimos) frente a lo dicho por el Cardenal Rubén Salazar, frente al Plebiscito del SÍ o el NO a los Acuerdos de Paz:
tenemos una posición totalmente clara y es que invitamos a votar a conciencia. Y eso significa que cada persona, sin dejarse arrastrar por consideraciones no verdaderamente claras desde el punto de vista de la comprensión de lo que se está logrando en La Habana, vote por el ‘Sí’ o por el ‘No’, de acuerdo con lo que crea más conveniente para el país. Y no sencillamente porque se manipule o se deforme la información y la realidad” (Redacción de El Tiempo, 2016, prr. 7).
Esa supuesta neutralidad frente al SÍ o al NO, revestida de voto a conciencia, dejó dividendos políticos en favor del resurgimiento del uribismo, que emergió de las cenizas donde se encontraba y dejó en un tortuoso camino la implementación de los Acuerdos de Paz. Aquella apuesta de la Jerarquía católica, la de Sergio Fajardo, la de Jorge Enrique Robledo, la de Humberto de la Calle y la de quienes acogieron el camino de las posturas “neutras”, en ese momento coyuntural de la historia política y democrática del país debe, confrontarse con la expresión del obispo Desmond Tutu, Nobel de Paz en 1984: “Si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido el lado del opresor. Si un elefante tiene su pata en la cola de un ratón y dices que eres neutral, el ratón no apreciará tu neutralidad” (Ramos Ávalos, 2016, prr. 8).
¿Quiénes serán entonces los que aprecien la neutralidad de estos actores políticos que optaron por el elefante y en contra del ratón? Otro premio Nobel de Paz, Elie Wiesel, sobreviviente del holocausto nazi, señala:
Debemos tomar partido. La neutralidad ayuda al opresor, nunca a la víctima. El silencio alienta al torturador, nunca al atormentado. A veces tenemos que intervenir. Cuando las vidas humanas están en peligro, cuando la dignidad humana está en peligro, las fronteras y las sensibilidades nacionales se vuelven irrelevantes. Allí donde hay hombres y mujeres (que) son perseguidos por su raza, religión u opiniones políticas, ese lugar debe -en ese momento- a ser el centro del universo (Wiesel, 1986, prr. 8).
Lo siguiente podría ir para los directores de programas periodísticos ya mencionados o para los líderes políticos que se declararon neutrales en las elecciones definitivas:
Lo mejor en el periodismo -y en la vida- ocurre cuando tomamos partido: cuando cuestionamos a los que tienen el poder, cuando confrontamos a los políticos que abusan de su autoridad, cuando denunciamos una injusticia. Lo mejor de nosotros surge cuando tomamos partido con las víctimas, con los más vulnerables, con los que no tienen derechos… No es posible ser neutrales cuando se ataca a una minoría, cuando alguien es relegado por cuestión de género u orientación sexual, cuando un político o empresario aprovecha su posición para enriquecerse, cuando un personaje público miente o engaña, cuando un gobernante realiza un fraude o impone su voluntad sobre la mayoría, o cuando se violan los derechos humanos más básicos (Ramos, 2016, prr. 10).
La Colombia pueblerina y rural
Como ya se dijo, la fuerza del uribismo está representada en la Colombia pueblerina y rural, donde las votaciones de Duque lo mostraron como ganador en la primera vuelta en la mayoría de departamentos. La Colombia Humana lo logró en 9 de los 32 departamentos. La Colombia de la Ciudadanía Libre obtuvo la mayoría de votos en Bogotá y un elevado porcentaje en varias ciudades colombianas. Las comunidades indígenas del Cauca y las comunidades afrodescendientes de La Guajira, Chocó, parte del Urabá antioqueño, Buenaventura, la Costa Pacífica, Nariño, Putumayo y Vaupés registraron para la historia, de forma inédita, un resultado épico ante el uribismo y los partidos tradicionales. En tanto, en la segunda vuelta la Colombia Humana perdió La Guajira y Córdoba y ganó Bogotá y Cali, como grandes capitales. Sin embargo, las áreas rurales de la Costa Atlántica no respaldaron esa opción como se esperaba según los resultados de la primera vuelta.
A la Colombia de la Ciudadanía Libre se le elogia el salto político obtenido de la libre opinión de la juventud universitaria de las grandes ciudades y centros urbanos, de la intelectualidad inconforme ante el estatus tradicional de la sociedad y de una ciudadanía con más conciencia crítica. Es verdad y hay que aplaudir, pero también es justo reconocer y elogiar el salto asombroso de la Colombia Humana, consolidado en las márgenes y periferias de la geografía nacional y de la sociedad colombiana, tanto en primera como en segunda vuelta. Lo que en últimas se desdibujó, de modo diabólico y perverso por parte de los detractores, en la figura del candidato Gustavo Petro, fue el límite entre la vida y la muerte de las comunidades afrodescendientes, indígenas y campesinas. Ellas terminaron siendo las perdedoras.
Esa dramática realidad pareció quedar pisoteada y ultrajada por quienes se opusieron a un eventual gobierno de la Colombia Humana, fijándose en los defectos personales y humanos de su candidato, como si los demás actores de esta historia colombiana fueran angelitos divinos y celestiales. De paso, quienes acogieron las banderas de la neutralidad y el voto en blanco se hicieron partícipes y cómplices de la propaganda ideológica, el miedo y la mentira transformada en verdad, esparcida por los medios de comunicación y que ha cultivado el uribismo para retornar al poder. Hacía este lado, en muchos casos, se presentaron una miopía y una ceguera desconcertantes y paradójicas, aún en sectores críticos, progresistas y alternativos de la sociedad y de las iglesias.
Las comunidades indígenas del departamento del Cauca, cuya organización se ha expresado en tantas protestas, marchas y mingas, sin duda alguna, hicieron posible el triunfo de la Colombia Humana el 17 de junio en ese territorio. A propósito del ser indígena, Leonardo Boff escribió en los inicios de este siglo XXI, lo siguiente:
Conociendo un poco las diferentes culturas indígenas, identificamos en ellas una profunda capacidad de observación de la naturaleza con sus fuerzas y de la vida con sus vicisitudes. Su sabiduría se fue tejiendo en sintonía fina con el universo y con la escucha atenta de la Tierra. Saben mucho mejor que nosotros casar cielo y tierra, integrar vida y muerte, compatibilizar trabajo y diversión, confraternizar ser humano con naturaleza. En este sentido son altamente civilizados, aunque sean tecnológicamente primitivos (Boff, 2003, prr. 2).
Mientras tanto, las densas poblaciones de regiones campesinas, asentadas en cascos urbanos y en veredas, bajo el influjo del monocultivo del café; la presencia de hacendados y terratenientes que contratan la mano de obra jornalera; o las regiones ganaderas de los valles de los ríos Magdalena, Cauca, Caquetá y los Llanos orientales; o aquellas afectadas por el conflicto armado, son las que ahora sostienen, en buena parte, al uribismo, como en los casos de Montebello y Alejandría, expresión simbólica de tantos otros pueblos y veredas de la Colombia rural. Quizás allí, influye poderosamente la figura de hacendado y terrateniente de Álvaro Uribe Vélez, como también influyen las tantas instituciones que interactúan sobre un campesinado dependiente, sumiso, desarticulado y víctima de la politiquería y del adoctrinamiento religioso de las iglesias, y del ideológico de los medios de comunicación.
La activa maquinaria ideológica
Una aproximación al texto bíblico de Gn 47, 13-26, coincide con los comicios electorales en Montebello y Alejandría. Se ha dicho, ante los resultados de la Coalición Colombia y la Colombia Humana, que fueron vencidas las maquinarias políticas, que hubo funeral de los partidos Liberal y Cambio Radical, que el partido Conservador se diluyó en sus intereses internos y que el partido de la U quedó abocado a correr hacia las toldas del uribismo o del voto en blanco.
La que madrugó a tratar de recomponer los inesperados resultados de la primera vuelta fue la maquinaria ideológica, representada en los grandes medios de comunicación, es la que consigue lo impensable e inimaginable: llevar al pueblo a la alienación y degradación de su conciencia y su dignidad. Bertolt Brecht retrata extraordinariamente sus resultados:
¡Jamás valoraremos lo suficiente la estupidez de la gente! ¡Esos tipos sin brazos, sin piernas y sin ojos siguen siendo partidarios de la guerra! ¡Toda esa carne de cañón cree que es realmente la nación! ¡Es fantástico! ¡Con ellos aún se puede hacer mucho, créanme! Nosotros también tenemos uno así, un tal Fewkoombey, que sólo tiene una pierna. Pero nunca hubiéramos creído que haría algo semejante. Y eso que él ya ha conocido la paz, mientras que los de ahí delante al parecer todavía no. ¡Es para morirse de risa! Pero no me canso de repetir: hay que hacer la guerra, porque las posibilidades de hacer negocios con ella son enormes. La guerra hace aflorar una serie de instintos que nunca hubiéramos sospechado en la gente, y que basta con saber explotar para hacer cualquier tipo de negocio sin capital. ¡Es francamente grandioso! (Brecht, 1993, p. 353).
La literatura es sorprendentemente fresca para recrear hasta los mismos pasajes bíblicos. José Saramago nos suelta una perla cercana a la de Brecht:
Todavía asombrado por la abundancia en ganado, esclavas y oro, fruto de las batallas contra los madianitas, Caín pensó, Está visto que la guerra es un negocio de primer orden, tal vez sea incluso el mejor de todos, a juzgar por la facilidad con que se adquieren en un visto y no visto miles y miles de bueyes, ovejas, burros y mujeres solteras, a este señor habrá que llamarle algún día dios de los ejércitos, y no se equivocaba (Saramago, 2010, pp. 118-119).
La maquinaria ideológica se encarga de hacer este trabajo en la mentalidad y conciencia del pueblo y consigue que mucha parte del campesinado apoye y celebre el regreso al poder del uribismo, del paramilitarismo, de la guerra y el conflicto armado, de la corrupción y de la impunidad, de los llamados “falsos positivos”, del “agro ingreso seguro” para los empresarios y de la persecución a quienes piensen distinto. Duele y entristece conocer de lo que es capaz esta maquinaria ideológica de la que no escapan, a veces, conciencias que dicen llamarse críticas y progresistas. El Fewkoombey de los tiempos de Brecht, es hoy el caso de familias de periferias urbanas que perdieron sus hijos en el conflicto armado –según una amiga- y hoy son seguidoras de Duque y de Uribe. Y se encuentra uno con personas que siguen recitando el discurso aprendido de los medios de comunicación.
El poder de la mentira, las emociones y el miedo
Una oleada de mentiras, temores, emociones, manipulaciones y miedos se comparten por las redes sociales y muchas personas no advierten las intenciones dañinas que vehiculan hacia la sociedad, quedando ingenuamente atrapadas en esta desfiguración que estigmatiza a las personas. Julián De Zubiría dice al respecto de lo sucedido con Ingrid Betancourt:
Así mismo, Ingrid Betancourt fue considerada como “puta”, “ramera” y “desagradecida”, al anunciar su voto a favor del candidato Gustavo Petro. Miles de trinos le expresaron su deseo infinito para que volviera a ser secuestrada. Son síntomas inocultables de una sociedad embebida en el odio y la sed de venganza. Es el indicador de que triunfaron las más maquiavélicas costumbres de la clase política de envenenar a un electorado inculto y poco crítico, para que saliera a votar “emberracado” y con miedo (Zubiría, 2018, prr. 3).
Nunca pensé ver el día en el que toda la vieja clase política nacional tuviera que arroparse con un candidato para enfrentar a un país hastiado de la corrupción; pero la generosidad y el compromiso ilimitado de Claudia López y de Antanas Mockus, lo hicieron posible. La pregunta es ¿a qué lado de la historia estará usted el próximo 17 de junio? (De Zubiría, 2018, prr. 12).
Aunque a la Consulta anticorrupción, realizada el domingo 26 de agosto de 2018 le faltaron poco menos de 500.000 mil votos para pasar el umbral, Julián de Zubiría acertó en sus valoraciones de meses atrás. La Consulta obtuvo mayor votación que la obtenida por el presidente de la República con todo su séquito de corruptos que lo apoyó y contribuyó a ganar las elecciones del 17 de junio de 2018.
La lección histórica que aprendimos y no aprendimos
Para alcanzar a comprender la coyuntura actual de las elecciones en esta segunda vuelta es necesario trasladarse por unos instantes a la segunda vuelta de las elecciones en 2014. En aquel entonces hubo un consenso entre fuerzas políticas de derecha, centro e izquierda para evitar el triunfo del uribismo que había ganado las elecciones en la primera vuelta con Óscar Iván Zuluaga. Las negociaciones de paz con la guerrilla fueron el motivo para lograr revertir los resultados de la primera vuelta. La prensa crítica e independiente del país desempeñó un papel más articulado que el que acaba de presentar cuatro años después.
En un artículo titulado Los columnistas y la segunda vuelta presidencial publicado en Caracol Radio en 2014 se muestra un rol de mayor compromiso con el devenir político del país que el expresado en estas elecciones por algunos de ellos, como si hubieran entrado en una especie de amnesia (pérdida de la memoria) o cuatro años después desestimaran las razones para interponerse con sus ideas a un regreso del uribismo al poder. Ser consecuentes es un atributo ético frente a los valores y principios que respaldan la coherencia en nuestros actos y decisiones. En ese sentido se inscriben legados que no variaron de 2014 a 2018 (Antonio Caballero, María Jimena Duzán, Rodrigo Uprimy), por citar algunos, que anunciaron su voto por Juan Manuel Santos en 2014 y por Gustavo Petro en 2018.
Sus argumentos fueron en razón de evitar un regreso de la guerra abierta y sucia, la corrupción, la mentira (Caballero, 2014, prr. 6), el odio y la venganza (Duzán, 2014, prr. 7), la desmantelación del Estado de derecho y el hundimiento de una paz negociada (Uprimy, 2014, prr. 8). Hubo también otras voces como las de Alfredo Molano Bravo, León Valencia y Ramiro Bejarano que se unieron a las anteriores. Evitar el regreso de las masacres, los falsos positivos, las chuzadas, los agroingresos, los despojos (Molano Bravo, 2014, prr. 6), la parapolítica, los 220.000 muertos, los seis millones de víctimas (Valencia, 2014, prr. 6) y el sepultar los diálogos de paz (Bejarano, 2014, prr. 6).
Colombia tuvo en esa constelación de columnistas una lectura acertada de la tragedia que se veía venir con el regreso del uribismo, históricamente demostrada en la columna de Rodrigo Uprimy:
Un ejemplo tranquilizador fue la elección presidencial en Francia en 2002. Pasaron a la segunda vuelta Chirac, el candidato de la derecha republicana, y Le Pen, el líder de la ultraderecha. Ningún candidato de la izquierda pasó pero, frente al peligro de que Le Pen llegara al poder y afectara gravemente la democracia, los socialistas, los comunistas y los verdes no se abstuvieron sino que votaron masivamente por Chirac, pero precisando que no por ello apoyarían su gobierno. Chirac, con el voto de la derecha republicana y de una izquierda unida contra la extrema derecha, ganó la presidencia y la democracia francesa se mantuvo. (Uprimy, 2014, prr. 5)
En cambio, no fue capaz de sobrepasar, cuatro años después, el reto mayor de impedir el regreso del uribismo y de una alternativa política de izquierda, porque le pasó lo mismo que históricamente ya había pasado en Alemania y que Uprimy lo anticipó cuatro años atrás:
Un ejemplo perturbador fueron las elecciones parlamentarias en 1932 en Alemania. El nazismo era el partido más votado, con un tercio de las curules. Pero Hitler no tenía mayoría, por lo cual no podía hacerse nombrar canciller. El centro y la izquierda hubieran podido formar un gobierno de coalición y tal vez hubieran bloqueado a Hitler. Pero, por las divisiones entre socialistas y comunistas, no pudieron hacerlo. En enero de 1933, el presidente Hindenburg terminó entonces nombrando como canciller a Hitler, quien, aprovechando los poderes de excepción, acabó con la democracia en pocos meses. (Uprimy, 2014, prr. 3)
El espejo crítico de la Palabra de Dios
Cuando se comienza leyendo las historias de José en el libro de Génesis se siente en los primeros tiempos una identificación con el personaje y se hace una imagen positiva de él. Después, se evoca a José con nostalgia, como si uno llevara un José adentro. Es fascinante leer el ciclo de José desde su aparición en la familia de Jacob hasta llegar al puesto de gobernador en Egipto, segundo después del faraón. Se recorren tantos episodios de su vida sin una pizca de conciencia crítica, hasta que un día los ojos se abren, o mejor alguien los ayuda a abrir, y se desmorona la figura y la imagen idealizada de José.
Y esa imagen romántica se diluye con la lectura de Gn 47, 13-26 (La reforma agraria de José). Esa lectura es tremendamente iluminadora para los tiempos de hoy. Revela cómo el faraón y José aplican una política de despojo del pueblo hasta convertirlo en esclavo y terminar agradeciendo y bendiciendo a sus opresores. Hay grandes semejanzas y coincidencias con el proyecto del uribismo hoy, pero también con la actitud del pueblo que interioriza la figura del opresor y con el papel que cumple el aparato ideológico de lo religioso y lo político.
Sueños del opresor / sueños del uribismo
Génesis 47, 13-26 no se puede leer e interpretar sin Gn 41, 1-57, para comprender el entramado tejido en estas narraciones. El Faraón tuvo dos sueños que nadie de su imperio supo explicárselos (41, 8). Ni adivinos, ni sabios pudieron interpretar aquellos sueños. Difícilmente, el pueblo puede explicar o interpretar los sueños de los opresores cuando se ponen de por medio instrumentos ideológicos para defenderlos y se creen todos los cuentos y las mentiras con que las revisten. Sueños bastante parecidos a los sueños del uribismo. Génesis 41, 12 da una pista para comenzar a desentrañar lo que esconden los sueños del Faraón. Dice: “Había allí con nosotros un joven hebreo, esclavo del capitán de la guardia; nosotros le contamos nuestros sueños, y él nos los interpretó, a cada cual según lo que habíamos soñado”. No perdamos de vista dos detalles: joven hebreo y esclavo del capitán.
El ciclo de José comprende una larga narración (Gn 37, 1-50, 26) construida sobre varios motivos, pero en especial uno, los sueños. En el inicio se prefigura el final. Sueño 1: “Estábamos nosotros atando gavillas en el campo; mi gavilla se alzó y se mantuvo derecha, mientras que las de ustedes estaban alrededor de la mía y se inclinaban ante ella” (Gn 37, 7). Sueño 2: “Veía que el sol, la luna y once estrellas se postraban ante mí”. Estos dos sueños marcan la ruptura con su familia. Sus sueños prefiguran poder sobre su propia familia, al punto que su padre dice: “-¿Qué sueño es ése que has tenido? ¿Es que yo, tu madre y tus hermanos tendremos que postrarnos ante ti?” (v. 10). Dos nuevos sueños catapultan a José. Los sueños del opresor, los del Faraón. Solamente José los ha podido interpretar, y por ello se hace acreedor al siguiente reconocimiento: “Puesto que Dios te ha hecho saber todo esto, no hay hombre tan inteligente y sabio como tú. Tú serás quien gobierne mi casa, y todo mi pueblo te obedecerá; sólo yo estaré por encima de ti” (Gn 41, 39-40).
Los sueños del Faraón, interpretados por José, se describen en el relato de 47, 13-26. No hay que perder detalles como estos: “-Mira, yo te pongo al frente de todo el país de Egipto” (v. 41). Uribe y Duque, o como dicen: “El que dijo Uribe”, una oportuna parodia para desentrañar en estos tiempos. “El faraón dijo a José: -Yo soy el faraón, pero sin tu permiso nadie se moverá en todo Egipto”. Y después, otro detalle para ayudar a leer críticamente los sueños de los opresores: “Y el faraón impuso a José el nombre de Zafnat Panej, y le dio por mujer a Asenet, hija de Postinera, sacerdote de On” (v. 45). Impresionan las alianzas de los poderes y el papel que van a desempeñar en el programa de gobierno a ejecutarse por José, como primer ministro del Faraón.
Despojo en el tiempo del Faraón / Despojo en los tiempos del uribismo
Conviene invitar a leer Gn 47, 13-26 e ir apuntando los detalles de cómo se desarrolla esta reforma agraria. Es importante considerar el valor simbólico del número 7 en los sueños del faraón con relación a las vacas hermosas y gordas y las vacas flacas, lo mismo que de las espigas granadas y hermosas y las espigas raquíticas que devoraron a las hermosas (Gn 41, 1-7). Ahí está simbolizado el proyecto faraónico, sustentado en la ganadería y la agricultura. Génesis 47, 13-26 describe, descarnadamente, un proceso de despojo que comienza con una situación de acumulación y almacenamiento del trigo (agricultura). José había llenado los depósitos y almacenes de trigo en los años florecientes de la agricultura. El hambre tenía desesperada a la gente de Egipto y de Canaán.
La segunda acción de esta política imperial es despojar al pueblo de su poder adquisitivo, del dinero, y acumularlo en la banca del faraón. Es evidente, entonces, la lógica y el espíritu de la reforma agraria de José, esa que tantas veces se leyó de manera ingenua y acrítica y que todavía se aplaude en las iglesias. José acabó acumulando todo el dinero que había en Egipto y Canaán; es decir, el dinero que la gente tenía. Cualquier parecido con la realidad del gobierno de Uribe, de Santos y del que nos espera con Duque no es pura coincidencia. Esos gobiernos quebraron la agricultura, llevaron al campo a la más absoluta miseria y empobrecimiento, favorecieron la banca, aumentaron el IVA, crearon los impuestos para financiar la guerra y feriaron las riquezas naturales en títulos mineros a las transnacionales. En resumen, se agotó el alimento (pan) en Egipto y Canaán, se agotó el dinero de la gente y se acumuló en la banca del faraón.
Ante el hambre, el pueblo acude al opresor: “-Danos pan; ¿vas a permitir nuestra muerte porque se nos ha terminado el dinero?” (v. 15). Y el gobernante responde de una forma que indigna en todo tiempo, también hoy: “Si ya se les terminó el dinero, entréguenme sus ganados y a cambio les daré grano” (v. 16). Tercer despojo: sus caballitos, ovejas, vacas y burros. Y el hambre les llevó a entregar sus ganados a cambio de pan. Y todavía hoy, en nuestras iglesias se sigue leyendo este texto como si nada pasara, y creyendo que José es un buen gobernante, y que si hoy estuviera participando en campaña política habría que correr a votar por él. Olvidaba que ahí sigue su copia o su clon, o mejor el faraón Uribe y el presidente Duque: el José de hoy.
Pero todavía no terminan las cosas. Los políticos saben administrar el hambre y la guerra, el miedo y la represión. Cuarto y quinto despojo: “-A nuestro señor no se le oculta que se nos ha acabado el dinero; también el ganado es ya de nuestro señor; solo nos queda entregarle nuestro cuerpo y nuestras tierras” (v. 18). El cuarto despojo consistió en venderle a José para el Faraón sus cuerpos, su libertad (quedar convertidos en esclavos). El quinto despojo, venderle sus tierras. En uno de los más horrendos textos de la Biblia, se lee: “¿Vas a permitir que perezcamos nosotros y nuestras tierras? Cómpranos a nosotros y a nuestras tierras a cambio de pan” (v. 19). El hambre y la extrema necesidad lleva al ser humano a vender lo invendible, lo sagrado: su cuerpo y sus tierras. Y la voracidad del sistema y del imperio no tiene límites.
El sexto despojo se refiere a la venta de la conciencia, esa que también se vende hoy en las elecciones y para lo cual al uribismo y a toda la clase política tradicional y corrupta le sobran agallas. El texto bíblico es claro en desnudar: “Seremos esclavos del faraón nosotros y nuestras tierras, pero danos semillas para que podamos vivir y no muramos, y para que nuestras tierras no queden convertidas en campos desérticos” (v. 19). Aquí coincide aquella referencia inicial sobre cómo Montebello y Alejandría, y más del 50% de los municipios afectados por el conflicto armado, le volvieron a entregar los votos al uribismo en la segunda vuelta. Al partido que con su proyecto paramilitar y de seguridad democrática desplazó a millones de campesinos, les arrebató más de 5 millones de hectáreas de tierra y según se afirma más de cuatro mil falsos positivos y más de 80 mil desapariciones.
Un cronista de la época daría fe de esto que ha pasado y mejor leerlo del propio narrador del texto bíblico:
Así adquirió José para el faraón todas las tierras de Egipto, pues los egipcios, empujados por el hambre, le vendieron sus campos; y así el país pasó a ser propiedad del faraón. De ese modo el faraón redujo a servidumbre a todo el pueblo, del uno al otro extremo de Egipto (v. 20).
Y saber que este texto bíblico volvió a ser realidad en las pasadas elecciones, porque mucha parte del pueblo no despertó, no abrió los ojos y no reaccionó críticamente a lo que se veía venir. Así adquirió Iván Duque para el uribismo las tierras del campesinado pobre, de las comunidades afrodescendientes y de los pueblos indígenas para los grandes terratenientes y empresarios, para las multinacionales de la minería extractiva y al pueblo le quedará, como al de Egipto, el siguiente recuerdo:
Entonces el faraón se quitó el anillo de su mano y lo puso en la de José. Hizo que lo vistieran con ropas de lino finísimo y puso en su cuello el collar de oro. Lo hizo montar en la carroza de su primer ministro, y la gente gritaba a su paso: “¡Gran Visir!” Así lo puso al frente de todo Egipto (Gn 41, 42-43).
El séptimo y último despojo, el de la dignidad humana, la total degradación, la absoluta alienación. Un largo texto de la Sagrada Escritura da cuenta de esta desoladora tragedia, a la que en la mayoría de nuestras iglesias se proclama como Palabra de Dios:
José dijo después al pueblo: -Hoy los he comprado a ustedes y a sus tierras para el faraón; aquí tienen semillas para que cultiven sus tierras; cuando llegue la cosecha entregarán la quinta parte al faraón; las otras cuatro partes serán para la siembra de los campos y para que ustedes y sus familias se alimenten. Ellos respondieron: -Tú nos has salvado la vida, en ti hemos encontrado comprensión; seremos siervos del faraón (vv. 23-25).
Así ha triunfado el proyecto del faraón, el proyecto de los opresores, llevando al pueblo a dar las gracias por haber sido despojado absolutamente de todo, hasta de su dignidad. El discurso es engañoso para imponer los tributos, los impuestos hoy. José les habla de sus tierras. ¿Cuáles tierras? Ya se las había quitado. Los pone a tributar para el faraón. Las cuatro partes son engañosas, si se toman en la cuenta los altos costos de sembrar y el de familias, cuando eran extendidas y numerosas. Esta misma realidad es la vivida por el pueblo colombiano en los dos gobiernos de Uribe, en los dos de Juan Manuel Santos y en el que comienza. Nuevamente, el pueblo campesino, en buena parte, es engañado y llevado al abismo de perder su dignidad y agradecer a su opresor.
¿Quiénes hicieron la tarea allá y quiénes la hacen hoy acá?
Este es uno de los puntos decisivos en la intencionalidad de este artículo. ¿Quiénes se encargaron de conseguir que el pueblo llegara a este extremo de ser despojado de su dignidad? ¿Quiénes se encargan hoy de hacer que el pueblo vuelva a llevar al poder al uribismo? ¿Quiénes contribuyen a realizar la tarea de agradecer y reconocer al opresor como un mesías salvador? El pasaje bíblico aporta una perla visible en dos partes: 1) “Solamente dejó de comprar las tierras de los sacerdotes, porque ellos tenían por decreto una asignación del faraón y vivían de ella; por eso no vendieron sus tierras” (v. 22); 2). “Y José estableció esta ley, que todavía está vigente en Egipto: que una quinta parte es para el faraón. Sólo las tierras de los sacerdotes no pasaron a ser propiedad del faraón” (v. 26). Un análisis crítico podría intuir que los sacerdotes fueron los encargados de hacer esta tarea de adormecimiento y domesticación del pueblo, pues no pasaron por el hambre, eran alimentados por el faraón y conservaron sus tierras como contraprestación a su complicidad con el sistema faraónico. Antes, se dijo que José se había casado con la hija del sacerdote del dios On (Gn 41, 45). Ahí se ve la confabulación del poder político con el poder religioso.
Sobre quiénes contribuyen a realizar la tarea hoy, el listado se amplía a sacerdotes, pastores y líderes de las iglesias en los sectores rurales, con no muchas excepciones; hay que sumar el poder de los medios de comunicación y muchos profesores y profesoras de escuelas, colegios y universidades que contribuyen a esta condición de alienación y degradación humana. En estas tres instancias se instala, principalmente, el poder de la ideología que ha sostenido y sostiene el sistema político en Colombia, que permite que año tras año se repita el proyecto faraónico (Antiguo Testamento) y el proyecto del Imperio romano en los tiempos de Jesús, cuya amalgama de poderes (económico, político y religioso) se hizo presente en su juicio y crucifixión.
Claramente, se sabe del papel desempeñado por muchos sectores de iglesias cristianas y evangélicas cuyos pastores y pastoras han adoctrinado al pueblo creyente para que respalde con su voto el regreso del uribismo. Se sabe que también sectores de las iglesias protestantes históricas participan de esta visión faraónica del uribismo. Y se conoce también, que amplios sectores de la Iglesia Católica soñaron y respaldaron el regreso del uribismo al poder, como lo hicieron con el Plebiscito en 2016, en cuanto al SÍ o al NO por los Acuerdos de Paz.
Igualmente, se sabe del papel de los grandes medios de comunicación. Sin generalizar, porque hay excepciones, como las de un periodismo crítico alternativo, lo que predomina entre los directores de los medios y sus dueños, es la adulación y el endiosamiento del uribismo y la desfiguración y satanización de la Colombia Humana y de su representante Gustavo Petro. Su trabajo ideológico entra a lo más profundo de las conciencias del pueblo y alcanza el nefasto resultado como el logrado por los sacerdotes en el tiempo del faraón y de José. Su arte de engañar al pueblo no conoce límites ni escrúpulos éticos. Imponen la mentira como verdad absoluta, y mucha parte del pueblo les cree ciegamente.
El sistema educativo también cumple, eficazmente, la tarea de mantener al pueblo en la postración y la dependencia mental e intelectual frente a la construcción de una ciudadanía libre y crítica. Pero se evidenció un resurgir de esta ciudadanía de la libre opinión en las grandes ciudades y en las intermedias. Urge que también se pueda cultivar en los sectores rurales y campesinos.
El pedagogo Julián de Zubiría aporta en el papel de la educación y su relación en los resultados de las elecciones del 27 de mayo y el 17 de junio: “Un país donde menos del uno por ciento lee de manera crítica no se maneja con ideas sino con emociones” (Zubiría, 2018, prr. 1).
Conclusiones
Se aborda en este artículo una temática crucial para el futuro del país que alentó en los últimos años: el sueño de alcanzar una negociación para superar el conflicto armado de varias décadas; pero esos ideales quedaron a merced del uribismo y del presidente Iván Duque; probablemente, habrá una frustración más y un retorno a la guerra.
El resultado de la segunda vuelta de las elecciones postergó las posibilidades de darle un vuelco al futuro político, económico y social de Colombia. El proyecto político del uribismo, derrotado en la primera vuelta en su pretensión de ganar de una vez, juntó todas las fuerzas de la corrupción, la parapolítica, la maquinaria de la politiquería y el fundamentalismo religioso para impedir ese vuelco e imponerse como vencedor en la segunda vuelta de las elecciones. Una vez más quedó demostrado que los opresores y los poderosos se unen cuando ven amenazados sus intereses y son capaces de deponer sus diferencias y enemistades del pasado.
En cambio, al interior de la Colombia Humana, la Coalición Colombia y fuerzas del Centro le faltó a su dirigencia constituirse en un solo bloque y superar sus diferencias y enemistades, interpretando que la causa fundamental estaba más allá de sus intereses personales y grupales. La fracturación, fragmentación y división superadas en 2014 para ganar la presidencia con Juan Manuel Santos y dejar en el camino a Oscar Iván Zuluaga, Álvaro Uribe Vélez y el Centro Democrático, esta vez pasó su cuenta de cobro. La neutralidad, el voto en blanco y la abstención facilitaron el regreso del uribismo al poder.
Por tanto, la reflexión apunta a este contexto y convida a mirarse en el espejo de un texto bíblico que retrata la realidad vivida actualmente. Quizás se trata de uno de los textos más tenebrosos de la Biblia: el proyecto faraónico. Uribe y Duque encarnan hoy ese mismo proyecto, que no solamente hace trizas los Acuerdos de Paz, sino también la vida y la dignidad del pueblo colombiano, la Tierra y la naturaleza. En ambos se expresan hoy los faraones de ayer. Siete despojos siguen vigentes: el alimento, el poder adquisitivo, los animales, las tierras, la libertad, la conciencia y la dignidad humana. Mientras tanto, el pueblo que los apoya y aplaude, recita: “-Tú nos has salvado la vida; en ti hemos encontrado comprensión; seremos siervos del faraón” (Gn 47, 25).
Referencias
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[1] Artículo 190. El Presidente de la República será elegido para un período de cuatro años, por la mitad más uno de los votos que, de manera secreta y directa, depositen los ciudadanos en la fecha y con las formalidades que determine la ley. Si ningún candidato obtiene dicha mayoría, se celebrará una nueva votación que tendrá lugar tres semanas más tarde, en la que sólo participarán los dos candidatos que hubieren obtenido las más altas votaciones. Será declarado Presidente quien obtenga el mayor número de votos. En caso de muerte o incapacidad física permanente de alguno de los dos candidatos con mayoría de votos, su partido o movimiento político podrá inscribir un nuevo candidato para la segunda vuelta. Si no lo hace o si la falta obedece a otra causa, lo reemplazará quien hubiese obtenido la tercera votación; y así en forma sucesiva y en orden descendente. Si la falta se produjese con antelación menor a dos semanas de la segunda vuelta, ésta se aplazará por quince días.
[1] Aníbal Cañaveral Orozco es miembro fundador del Colectivo Ecuménico de Biblistas, Cedebi. Autor de varios libros y artículos en revistas. Tiene licenciatura y maestría en Ciencias Bíblicas de la Universidad Bíblica Latinoamericana de Costa Rica. Actualmente, es docente de Uniclaretiana.