Por Jaime A. Fajardo Landaeta / @JaimeFajardoLan
La campaña electoral en marcha, que nos llevará a elegir al próximo presidente de Colombia, se desarrolla en medio de circunstancias que no pueden pasar desapercibidas para la opinión pública nacional e internacional. La más protuberante rompe una regla básica de la democracia: la que exige que el presidente de la República muestre independencia de las campañas políticas y de sus candidatos, y ofrezca todas las garantías que requiere el proceso electoral.
Pero en este caso Iván Duque participa activamente y empuja a su candidato Federico Gutiérrez, utilizando todos los mecanismos a su alcance, desde el ejercicio de la mentira y la tergiversación de las propuestas del candidato contrario, Gustavo Petro, hasta incurrir en el despropósito de llevar a su “candidato” a un escenario clave: la Asamblea General de la Federación Colombiana de Municipios. En ella, a los alcaldes reunidos se les obligó a escuchar -y a algunos también a prometer- que harán todo lo posible por conseguir votos para el candidato “Fico”.
El presidente incurre en estas conductas antidemocráticas porque ejerce dominio sobre los organismos de control. En este caso, ni la Procuraduría ni la Fiscalía moverán un dedo para frenar la autoritaria actuación. Ya veremos si la flamante Comisión de Investigaciones de la Cámara de Representantes se atreve a pedir cuentas a presidencia por esta intervención indebida de quien debe ser el garante de la imparcialidad y la transparencia en el debate electoral.
Ahora bien, la mentira se ha convertido en el mejor instrumento para reportar acciones de gobierno y para manipular las estadísticas que muestran la realidad económica y el desempleo, al igual que la pérdida de ingresos de los trabajadores y sus familias. El discurso oficial poco se refiere a las grandes falencias en materia de pobreza, miseria y hambre que padecen muchos colombianos; el país colapsa por falta de seguridad y por el control cada vez más ostensible de los grupos ilegales. De esta manera se hace evidente la incapacidad para garantizar la vida de todos los colombianos.
Otra estrategia de desinformación consiste en otorgar estímulos a ciertos medios de comunicación, y a algunos columnistas de opinión muy vistosos, para divulgar o ventilar sólo los temas que convienen al gobierno. Pero van más allá, cuando desinforman sobre hechos de gran impacto nacional, para atenuar la realidad del desmadre del orden público, o bajarles volumen a las informaciones críticas, como las que se generaron recientemente en la vereda Alto Remanso, del municipio de Puerto Leguizamo.
Este panorama, demasiado resumido, coincide con la divulgación de las estadísticas de desaprobación de la gestión presidencial (por encima del 73%), según datos oficiales. A cuatro meses de culminar su mandato, Iván Duque no sacará el país adelante, ni sorteará las grandes dificultades que atraviesa, producto de los rezagos de la pandemia y de la crisis económica y alimentaria que golpea duramente a los sectores más vulnerables de la población.
Por eso nos debemos convencer de que Colombia requiere un cambio profundo, y de que no podemos seguir eligiendo modelos de gestión fracasados. Es hora de unirnos alrededor de una propuesta de gobierno que responda a las grandes trasformaciones sociales, económicas y políticas que la nación espera. Como país, nos merecemos un cambio donde el eje de las actuaciones sea el ciudadano (a) de a pie. Donde se reduzcan las brechas sociales y exista una mejor distribución del ingreso, para consolidar la paz y acabar definitivamente con la guerra. Donde se profundicen los alcances de la Constitución de 1991 para detener el baño de sangre que nos oprime, y que está acabando con los dirigentes sociales y defensores (as) de derechos humanos. Donde la vida sea el mayor bien para el disfrute colectivo. Donde se proteja el medio ambiente y nos consolidemos como potencia en la lucha contra el cambio climático. Un país donde el agua y los servicios públicos esenciales estén al orden del día, como permanente agenda de gobierno. Donde se dé la transición a las energías limpias y se prohíba el fracking en las explotaciones mineras, mientras se ejerce un control riguroso de aquellas actividades que contaminan las grandes reservas naturales.
En otras palabras, llegó la hora de que el gran PACTO HISTÓRICO se consolide en toda Colombia, y que, como fruto de ese gran movimiento social, incluyente y transformador, Gustavo Petro pueda asumir como el próximo presidente de los colombianos, para que dejemos atrás esta política de odio, de falsedades y de venganza que le impuso el uribismo al país, y que Iván Duque ha reproducido con excesiva diligencia.
Llegó la hora de hacer realidad la reparación integral de más de nueve millones de colombianos víctimas del conflicto armado, y de consolidar el sistema de verdad, justicia, reparación y no repetición. Hora de pasar la página trágica que ha escrito el país, y de que la alegría, la esperanza y la convivencia en paz se conviertan en el norte de nuestras vidas.