Por Walter Aldana
«Las hojas del árbol no permiten ver el sol», reza un viejo y sabio adagio popular, y creo eso está sucediendo con el norte del Cauca, al diagnosticar su situación actual quedamos circusncritos al tema de tierras, corto análisis que esconde así sea de manera inocente, la real problemática social.
Iniciemos planteando que el acceso de oportunidades para la solución de las necesidades básicas insatisfechas, entre la zona rural y las cabeceras municipales, tiene en sí una inmensa brecha. Los centros poblados más cercanos al Valle del Cauca, tienen incluso en su arquitectura gran influencia valluna (casas con escaleras por fuera hacia el segundo piso), un gran porcentajes de jóvenes «urbanos» van a las universidades Caleñas, visten más cercanos a la «moda urbana de la sultana», ello nos indica a mi parecer, que los elementos de identidad y sentido de pertenencia norte caucana no están claramente identificados.
Es más, nos lleva equivocadamente a leer el «desarrollo de la región a partir de estereotipos» calcados o asimilados de nuestro vecino departamento.
Un segundo problema notorio es la «inseguridad», que aunado al microtráfico y ser zona de tránsito de la droga, se convierte en generador de zozobra permanente para la convivencia comunitaria, porque además de ser un elemento perturbador localmente, se ha ido expandiendo a las áreas cercanas; antes no escuchábamos hablar de esta situación en municipios que hoy son lamentablemente noticia, de robos, asesinatos, fronteras invisibles, retos entre pandillas ya no solo en la localidad, sino de ellas con las de otros municipios. El modus operandi es el mismo de otras partes: personas foráneas que llegan y «sueltan» dinero y armas, empoderan grupos de muchachos que sin alternativas laborales ni de acceso a la educación en todos los niveles son presa fácil de su vinculación a la cadena de transporte y distribución.
Una tercera clave es la atención psicosocial. La salud mental es otro aspecto central a trabajar en la región, es claro que no solo por estas poblaciones pasa la droga; desde hace ya un tiempo un porcentaje de la misma se está quedando en los municipios para ser ingerida, amén de las drogas sintéticas de consumo regular en parches y sitios de rumba. No basta entonces con la «buena intención» de planes, programas, proyectos que desde la institucionalidad se ofertan, olvidando que es un problema de salud pública, necesario de enfrentar de acuerdo al nivel de inmersión en él, con tratamientos que deben iniciar en algunos casos con procesos de desintoxicación, es decir, una política pública que interna al «enfermo», con el fin de garantizar las condiciones para su recuperación, ello lleva a la reflexión de que no es con cursos del Sena para la elaboración de cera, champú o yogurt, que se enfrenta el problema.
Quizás el posible acceso a la educación superior gratuita será un motivante para que nuestra juventud de la zona rural encuentre en el ingreso a esta en su proyecto de vida, oportunidades de trabajo, de vivienda y sostenimiento en condiciones dignas. Y que esto sea la base para la transformación del territorio, para en un corto futuro ver sembrado: café, frijol, arveja, en fin, comida en vez de coca o marihuana…
Hablemos del futuro del norte, no solo de la tierra, su propiedad, acceso y uso, que dialogue el concepto integral del territorio indígena, con la necesidad de saldar la brecha urbano-rural afro, del campesinado con los pobladores urbanos de estos municipios y el diálogo regional vinculante de noviembre próximo se acompañe de la reflexión y el énfasis de las políticas públicas a construir.